El año que nos viene

MANUEL MONTERO, EL CORREO – 04/01/15

· Sin menospreciar las encuestas, conviene recordar que últimamente sus predicciones electorales tienden a incumplirse.

Sin quitarle méritos a 2014, todos los ánimos se centran desde hace unos meses en el 2015, del que se esperan grandes novedades que cambiarán nuestras vidas. Y eso que el año que acabamos de pasar las ha traído en abundancia: rey nuevo, resquebrajamiento del bipartidismo, advenimiento de Sánchez, transmutación de Podemos (de curiosidad a epicentro político), consulta catalana rupturista, caídas sucesivas de tramas corruptas, institucionalización de la inquina a la Constitución, además de la irrupción del Pequeño Nicolás, que por lo que se ve ha llegado para quedarse.

Si nos pronostican hace un año lo que venía nos hubiésemos reído del profeta. Pues bien: todo lo pasado nos parece poco. Llegamos a 2015 con las espadas en alto y el convencimiento de que tendrá caracteres apocalípticos, con cambios que crearán un antes y un después. De momento, una evidencia: las encuestas han dejado de tener la función de mero barómetro de la opinión pública. Se han convertido en su corazón. Todo gira sobre qué dice la última encuesta, los ascensos que vaticina a Podemos, si es ya el primer partido o todavía no, cuán profunda será la caída del Gobierno, si el PSOE aguanta o dobla definitivamente, o si los recién llegados se cepillarán a Bildu y asaltarán la torre del PNV, además de comerse a IU.

Sin menospreciar las encuestas, conviene recordar que últimamente sus predicciones electorales tienden a incumplirse, con unos índices de acierto parecidos a los del oráculo de Delfos: servían sobre todo para interpretar lo que había pasado –a toro pasado ya lo había dicho la pitonisa, aunque antes nadie supo interpretarla–. No atinaron con los resultados contundentes de las europeas. El fenomenal ascenso del independentismo catalán que auscultan desde hace años no cuaja en las elecciones (ni siquiera en una consulta diseñada ex profeso). En las últimas elecciones andaluzas desbarraron, sin más… Con todo el respeto por la profesión del encuestador y sus intérpretes, últimamente sus diagnósticos no han servido para hacerse una idea de lo que venía.

La proliferación de encuestas está sirviendo para dar la apariencia de que la política española se mueve. Desde hace una eternidad no hay propuestas nuevas (más allá de la exigencia de drásticos cambios constitucionales o de proclamaciones republicanas) ni el Gobierno o la oposición tienen una actuación diferente a la del boxeador sonado, pero las encuestas, cuyos resultados son concomitantes y acumulativos –como un argumento que avanza peldaño a peldaño– proporcionan la sensación de que hay vida en el pedregal.

Habida cuenta del fervor que suscitan, sus diagnósticos se están convirtiendo en profecías autocumplidas –predicciones que en cuanto se hacen son la causa de que se cumplan–. Por ejemplo: Podemos sale con una ocurrencia asamblearia y al punto corre el PSOE a reformularla, no digamos IU. Quieren ser más Podemos que Podemos. Resulta un método infalible para darle alas, por la propaganda y porque si convencen a alguien siempre preferirá el original que la copia, máxime cuando el imitador se ha pasado la última década mirándose el ombligo. Conclusión: las encuestas alzan a Podemos, sus competidores de la izquierda se ponen de los nervios, le copian y lo realzan; no hay como la publicidad del competidor para convertirte en el epicentro de la política. Profecía autocumplida: la siguiente encuesta mejora las posiciones del ogro que viene, agudiza la histeria de sus antagonistas y compiten aún con más furor… y así sucesivamente. No es un círculo vicioso, sino la espiral del tontolaba.

En este fenómeno la causa no son propiamente las encuestas, sino la paraplejia que atenaza a las izquierdas de toda la vida, que han llegado al trance acomplejadas, sin reflexiones propias de tal nombre ni más argumentos que la exhibición de su presunta sensibilidad caritativa.

Por su parte, el PP muestra una rara parálisis, sin síntomas de que le preocupe el deterioro de su imagen y de la política. O de que le preocupe nada. Como si el rifirrafe no fuese con ellos. Despacha cuestiones como la corrupción o las disfunciones autonómicas con declaraciones banales. Sus liderazgos locales, más que quemados, parecen contentarse con estar, sin amago de renovación: cuando se hacen una foto de grupo salen todos como en éxtasis, sin que sea posible imaginar la razón de sus sonrisas autocomplacientes. Todo lo dejan a que la recuperación económica se consolide y a que la gente llegue a notarlo. También confían en el efecto Podemos: que ante el temor a la izquierda bolivariana el centro-derecha se movilice a la brava y vuelvan a dejar a los encuestadores con cara de listillos frustrados. El lema subliminal del PP: «Haz de tripas corazón. Vótanos».

Pese a que las andanzas catalanistas van perdiendo enjundia –lo explican las puerilidades del discurso de fin de año de Artur Mas, basado en el ingenioso esquema ‘Estado malo-catalanes buenos’–, el año en que entramos promete grandes emociones. La cuestión central: si llega a sus últimas consecuencias el argumento con el que se desenvuelve la política española desde las elecciones europeas y la alternativa al bipartidismo y la crisis pasa por un grupo que procede de la izquierda antisistema. Hasta ahora, los nuevos han contado en las votaciones europeas, en las que nadie cree que se juega gran cosa. También en las respuestas a las encuestas en un clima en que lo políticamente correcto es el encabronamiento y el azote a las fuerzas vivas. ¿Cuando toque elegir gobierno persistirá la saña rupturista? Se verá en 2015.

MANUEL MONTERO, EL CORREO – 04/01/15