Juan Carlos Girauta-ABC
Se han juntado dos voluntades de poder más parecidas a las caricaturas políticas de José Mota que a Nietzsche: la de Sánchez y la de Iceta
Lo interesante del congreso del PSC fue la primicia sobre lo que se va a tragar el PSOE, con el morbo que eso despierta. Aun así, que tal evento le importe a alguien refuerza la escalofriante doctrina de que nada es imposible. Son los festivales de unos nacionalistas embozados que se les colaron a Felipe y a Guerra y que ahora fabrican el ideario territorial del socialismo todo. Lo resumo: España contiene ocho o nueve naciones, pero Cataluña es un solo pueblo. Traga.
Comprendo que la Constitución les incomode: no solo trata como un solo pueblo al español, sino que encima lo tiene por sujeto único de soberanía. Por lo demás, la extrema sensibilidad del PSC ante la diversidad cultural y lingüística no se activa dentro de Cataluña. Desvían la mirada hacia Aragón, y sí; la vuelven a centrar en Cataluña, y no. Ahí hay algo raro, una célula fotoeléctrica o un identificador de la cara, a lo iPhone. No sé.
Algunos presidentes autonómicos del PSOE sufren al PSC como una experiencia penetrante y dorsal. Así García-Page, a quien se le reprocha lo explícito de su símil, cuando lo que hay que preguntarse es por qué hombre tan prudente menciona la alarmante vaselina.
Todavía hay pesados que esgrimen «el encaje de Cataluña en España», majadería de la época dequeísta del diario de la burguesía catalana, un segmento social muy cuco que se hace el muerto. Si creyera en la buena fe de los pesados, les respondería que Cataluña está tan encajada en España como el mármol del vientre en el David de Miguel Ángel. Y que aquí la duda era si el nacionalismo catalán encajaba en la democracia. Y que esa duda ya se ha despejado: no.
Como a Sánchez lo tiene agarrado ERC por la investidura, los icetas le ofrecen una solución claudicante: violentar, retorcer, descoyuntar la Constitución hasta que se adapte a los dogmas del nacionalismo, lecho de Procusto. Dirá el cándido que los socialistas catalanes y, arrastrado por ellos, el sanchismo, sencillamente se equivocan al creer que se puede apaciguar a una bola de derribo que avanza contra el Estado democrático de Derecho a base de dar la razón a los golpistas, encauzar sus graves delitos como pecadillos, insistir en que todo el problema lo originó el recurso al Estatuto de Maragall y seguir cediendo la construcción del imaginario a TV3.
Pero a poco que uno se sacuda tanta ingenuidad -que empieza a ser imperdonable- advertirá la crudeza del ansia, el hambre canina de poder que el PSC solo puede satisfacer volviendo a gobernar Cataluña de la mano del partido de Junqueras y la franquicia de Iglesias. Aquí se han juntado dos voluntades de poder más parecidas a las caricaturas políticas de José Mota que a Nietzsche: la de Sánchez y la de Iceta. Y, en su estela, la de unos miles de apparátchiki cuyo coste de oportunidad es igual a cero: el poder o la nada. Visto así, es normal que Sánchez lo fíe todo a los profesionales de la ciega dentellada.