Rebeca Argudo-ABC

  • Prefiero a alguien con quien discrepo expresando sus ideas de manera pacífica antes que a un encapuchado imponiendo sus ideas a la fuerza

Hace unos días, un periodista era agredido por encapuchados autodenominados antifascistas. El término antifascista es utilizado hoy por aquellos que quieren imponer sus ideas mediante la violencia e impedir que los que piensan diferente expresen las suyas para evitar que, de hacerlo, puedan imponerlas violentamente y sean ellos lo que no puedan expresarlas. Es decir, los antifascistas se comportan como fascistas por si a los fascistas les diera en algún momento por comportarse como ellos. Como ven, no son más que fascistas disfrazados con la capa virtuosa de la superioridad moral que solo infiere la extrema izquierda.

Las imágenes son estremecedoras, pero no lo son menos las afirmaciones de algunas personalidades, con relevancia pública pero escasa responsabilidad institucional, justificándolas. Ione Belarra se felicitaba porque «al fascismo no hay que reírle las gracias; al fascismo hay que pararlo en las calles y en las instituciones». Y eso era, para ella, lo ocurrido en Navarra. Para Irene Montero, esos ‘jóvenes’, encapuchados y violentos, lo que estaban haciendo es asumir «el principal deber ciudadano de nuestro tiempo: hacer de las universidades y las calles espacios seguros libres de fascismo». Porque, para Montero, deber ciudadano es imponer ideas a toda costa. De este pecio político que es Podemos, apenas ya cuatro zombis antidemocráticos, apesebrados y desenmascarados, no se puede esperar otra cosa. Mucho menos una defensa de los valores democráticos (por desconocimiento) o una condena de la violencia (por fanatismo ideológico). Pero las que son preocupantes son las palabras del grupo socialista en Navarra. Las copio literal porque, ni aunque pretendiese hipebolizar el despropósito, podría hacerlo de manera más repugnante: «Condenamos de manera rotunda los altercados en Pamplona. Lo dijimos: no queríamos que Vito Quiles viniera a esta comunidad. Los extremos generan odio y violencia».

Imaginen que hace una año, cuando un palo lanzado por un vecino en Paiporta (que no por escuadrones nazis fascistas, como se empeña en sostener el orfeón mediático) casi roza a Pedro Sánchez, cualquier partido de la oposición hubiese escrito en sus redes, responsabilizándole por ello, algo como «condenamos de manera rotunda los altercados en Paiporta. Lo dijimos: no queríamos que Pedro Sánchez visitara esta localidad». Nos habría parecido a todos, no solo a la coral del régimen, inaceptable. Pero para los socialistas de Navarra, e imagino que a todos o ya les habrían desautorizado desde Ferraz, culpar de la agresión a Vito Quiles, por pretender dar una charla en la universidad, en lugar de a los agresores les parece lo justo. Llámenme rara, pero prefiero a alguien con quien discrepo expresando sus ideas en voz alta de manera pacífica antes que a un encapuchado tratando de imponerlas mediante la violencia física. Y que figuras en el poder se anden con subterfugios o justifiquen esa violencia me parece una deriva francamente preocupante para nuestra país.