Antonio Casado-El Confidencial
- En la aversión a los partidos políticos siempre asoma la tentación totalizante que caracterizó históricamente al justicialismo argentino y el “movimiento nacional” de Franco
En el reciente aniversario de la Constitución, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ensalzó el papel de las organizaciones políticas como cauces del pluralismo en la formación de la voluntad popular. Si no fue un recado a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, que ha decidido excluir a los partidos de su “proyecto de país”, pues lo pareció.
Por ahora también el proyecto solo es lo que parece. Una mera conjetura. El comienzo de “algo maravilloso” (sic), según dijo en el acto de las cuatro rosas, el pasado 13 de noviembre, donde volaron salmos tan resbaladizos como “empatía para resolver los conflictos”, “escuchar más que hablar”, “política bonita, desde la comprensión y los afectos”, “caminar juntas”, “entenderse en la diversidad”, etc.
Díaz sigue tirando miguitas en su camino hacia no se sabe dónde. ‘Plataforma’ es seguramente la palabra más utilizada respecto a su propuesta
Desde aquella cita en el Olympia de Valencia, la propia Yolanda Díaz ha seguido tirando miguitas en su camino hacia no se sabe dónde. ‘Plataforma‘ es seguramente la palabra más utilizada para hacerse una idea sobre la alternativa que pretende encabezar en venideros procesos electorales. Alternativa, que no partido al uso. Eso sí está claro.
Nada tan repetido en su teología neoperonista como la aversión a la etiqueta. Populismo posmarxista teorizado por Ernest Laclau, un faro intelectual de Iglesias Turrión, el nombrador de Yolanda. Compatible con su fe comunista, las estatalizaciones de empresas públicas y la vocación redistribuidora de la riqueza. Previsible. Lo que sorprende es su firme intención de derribar las fronteras de los partidos en nombre de la transversalidad.
“Aquí cabe todo el mundo”, dice Yolanda Díaz mientras rechaza la ubicación del proyecto a la izquierda del PSOE. La “esquinita” le viene pequeña. “Se la regalo”, dice, porque “yo no quiero unir a la izquierda, quiero que la sociedad española sea la protagonista de un proceso de transformación social de mi país”.
Y ahí es inevitable sentir el tufo “justicialista”. En su propuesta de “frente amplio”. Aquel peronismo de vocación social que retrató para la historia Eva Duarte, la esposa de Perón, a mediados de los años 40 del siglo pasado. Peor todavía: el recuerdo del “movimiento nacional” nos asalta a quienes vivimos la confesada aversión del franquismo a los partidos. Un componente clásico de las democracias liberales expuesto a tentaciones totalizantes. Sin que falte tampoco el sesgo caudillista que impregnó al peronismo y al franquismo. A saber: “No me presionéis. Si me presionáis mucho, me voy”, dice Yolanda Díaz.
“El movimiento de hoy no es de partido, es un movimiento, casi un antipartido, ni de derechas ni de izquierdas” (J.A. Primo de Rivera, 1933)
Respecto a los partidos políticos, no dice cosas muy distintas de las que dijo José Antonio Primo de Rivera: “El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas” (discurso fundacional de Falange Española, 29 octubre 1933).
Si le quitamos el componente nacionalista, teóricamente ausente en el caso de una declarada militante comunista, la quimera totalizante asoma cuando los partidos, como reconoce Díaz, “son percibidos como un obstáculo por la ciudadanía”. Por eso, aboga por las políticas transversales, por encima de las ideologías. “Yo no trabajo desde la izquierda de la izquierda. Lo que me seduce es pensar un país en grande, en el que quepamos todos y todas”. Por tanto, el “proceso de escucha” que se propone emprender después de las Navidades no es con partidos, que “son una cosa muy pequeña”, sino con diferentes colectivos.
Y, en fin, un incipiente asomo de lucidez en este pareado de quien hoy por hoy encabeza el ‘ranking’ de valoración de líderes: “No me creo nada, hoy te quieren mucho y mañana nada”.