José María Ruiz Soroa-El Correo

  • La crítica a la actuación del ejército hebreo no implica racismo antijudío

Una ola de antisemitismo recorre el mundo. En Europa, concretamente, el panorama es desolador, según la Agencia Europea de Derechos Fundamentales: la población judía esconde miedosa su identidad, experimenta situaciones de acoso o denigración, evita acudir a celebraciones o centros de vida judíos y piensa seriamente en abandonar Europa.

¿Es esto cierto? ¿Se ha disparado el antisemitismo? ¿Está Europa volviendo a dar rienda suelta al virus antisemita que se dice incorporado a su genética, como escribe Javier Zarzalejos? Muchos lo creen así, desde luego, pero conviene también escuchar a quienes plantean una duda metodológica importante al tratar este fenómeno: ¿no será que hemos cambiado el concepto o definición de lo que es antisemitismo, de forma que hoy se clasifican como antisemitas acciones o expresiones que antes no eran consideradas así, sino diversamente como antisionistas? ¿Y no será ello consecuencia de la influencia política y académica de las instituciones israelíes que han conseguido imponer una ampliación de la noción de antisemitismo según la cual casi cualquier disenso público con el Estado de Israel, su derecho a existir o su política en relación al asunto palestino son todos casos de antisemitismo?

Un libro recientemente publicado aclara mucho este cambio: es ‘Whatever happened to antisemitism? Redefinition and the Mith of ‘Collective Jew’, de Anthony Lerman, director que fue del Institute for Jewish Affairs y especialista académico en fenómenos de racismo, antisemitismo y otras formas de rechazo y discriminación. Explica con detalle cómo de una definición inicial del antisemitismo como un caso de racismo («el odio al pueblo judío por ser judío») se fue transitando merced a la decidida política e influencia del Gobierno israelí a otra en la que se admitía una nueva forma de antisemitismo; en concreto, la de deslegitimar al Estado de Israel o a su política específica en relación a los palestinos. Demonizar, deslegitimar o aplicar una doble vara de medir a Israel (actitudes que pueden ser injustas o discutibles, no hay que decirlo) fue considerado como antisemitismo. Si los árabes se oponían al nacimiento de Israel, a la diáspora de la población palestina originaria, a la apropiación de territorios por medios bélicos, a la colonización de Cisjordania… no era porque ello chocara con su propia visión y sus intereses, sino porque existía en el fondo una pulsión irracional, atávica y eterna: el odio al judío. Y, cómo no, lo mismo sucedía con los intelectuales, políticos o ciudadanos occidentales que criticaban a Israel en ese punto: que no eran sino antisemitas disfrazados, herederos de una larga tradición de persecución al judío por el mero hecho de serlo.

Anthony Lerman sigue en detalle el origen y progreso de la «nueva definición» a través de diversos textos y organismos hasta acabar recogida por la Alianza Internacional por el Recuerdo del Holocausto en 2016 como concepto operativo, aceptada por 43 Estados, entre ellos España, y aunque jurídicamente no vinculante, utilizada como base para el desarrollo de políticas públicas y policiales. Hay en marcha textos legales en el Congreso o parlamentos autónomos que se basan en ella.

El sionismo no es sino un caso de nacionalismo, nacionalismo judío, y oponerse a él no implica atacar o humillar a los judíos. Estar en contra de la autodeterminación del pueblo judío como Estado religioso uninacional y territorialmente completo no es una posición antijudía, sino más sencillamente antisionista. Para quienes vivimos cotidianamente en un ambiente cargado de nacionalismos excluyentes es muy fácil entender la diferencia entre odiar a los vascos o a los españoles, por un lado, y mantener una opinión o proyecto contrario a la independencia de Euskadi o a la unidad de España. Son cosas distintas porque están en planos distintos. Se pueden superponer a veces en la misma persona (caso de Sabino Arana), pero son actitudes de etiología diversa.

Pero la ampliación del concepto hace que estén al alza los casos de antisemitismo registrados. El Movimiento contra la Intolerancia denuncia una serie de ellos en un informe sobre España en 2023. Cuando se examinan esos casos, resulta que más de la mitad corresponden a supuestos de defensa de los derechos de los palestinos y de crítica a la actuación del ejército hebreo, que no implican por sí mismos ninguna clase de racismo antisemita. A veces, cómo no, aparecen veladas o claras justificaciones de la violencia o del terrorismo de algunas organizaciones palestinas. Por mucho que sean inadmisibles, no son casos de antisemitismo por sí mismos.

Lo que sí es cierto, en cambio, es que el meter en el mismo saco el antisionismo y el antisemitismo provoca un incremento en la percepción de inseguridad y riesgo de las comunidades judías europeas. Y con la inseguridad crece también la idea de emigrar al Estado patrio que les garantiza su seguridad. Lo cual, no lo olvidemos, es uno de los objetivos fundamentales de ese Estado.