Olatz Barriuso-El Correo

  • La segunda vuelta para elegir las ejecutivas territoriales del PNV da visibilidad a un sector crítico muy heterogéneo y por tanto difícil de aunar para plantar cara al oficialismo en el EBB

Si hay un partido que conoce bien el coste de las fracturas internas ése es el PNV. Lo sufrió de la manera más traumática posible con la escisión del 86 y la pesadilla se reeditó con la pugna Imaz-Egibar en 2003. La sucesión de Xabier Arzalluz se enmarañó más de lo previsto con el ascenso de los ‘jobuvis’ (jóvenes burukides vizcaínos), que persuadieron al hoy CEO de Repsol para disputar el liderazgo al sector de Arzalluz y Egibar. Ahora son ellos -los Ortuzar, Aurrekoetxea, Mediavilla y Esteban, entre otros- los que lidian con un sector crítico – «sindicato de agraviados», le llaman otros- que tiene poco o nada que ver con lo que su grupo representaba, el empuje de una generación nueva que pedía paso sin complejos para tomar las riendas del PNV.

Aunque entonces lograron imponerse a Egibar por un estrechísimo margen, la herida, lejos de cicatrizar, se fue abriendo más en los cuatro años siguientes. Hasta el punto de que el aparato vizcaíno de entonces, comandado por Iñigo Urkullu y con Álava y Gipuzkoa enfrente, acabó propiciando la salida de Imaz para evitar una segunda ruptura letal para la sigla y postuló al hoy exlehendakari como candidato de consenso en virtud de un pacto de interés mutuo con el sector soberanista de Egibar.

El recordatorio es pertinente porque muchos de los protagonistas de entonces siguen siéndolo hoy y porque todo ese bagaje explica en buena medida lo que sucede ahora, a punto de concluir, este próximo miércoles, la segunda vuelta de los procesos para designar a las ejecutivas territoriales del partido, en la que el aparato ha tomado ventaja y reafirmado su poder pero sin poder contener nítidos focos de descontento en Bizkaia y Álava. En Gipuzkoa, el tándem Eneko Goia-Imanol Lasa decidió no poner en riesgo su futuro político y renunció a dar una batalla desigual contra el ‘egibarrismo’ que ellos mismos han integrado.

Las asambleas del próximo fin de semana servirán de antesala al ‘aggiornamento’ ideológico y estatutario que tiene pendiente el PNV, y a otro extenuante -por largo- proceso para elegir al presidente del EBB y sus burukides a partir del 20 de enero, con Aitor Esteban claramente propulsado hacia el ‘trono’ del EBB en sustitución de Andoni Ortuzar, gracias a su protagonismo prácticamente diario en Madrid.

Partido «analógico»

La baja participación reaviva debates como el de implantar por fin el voto telemático

El enfrentamiento de ahora no tiene un poso ideológico como tenía entonces porque la experiencia (amarga) de la bicefalia Urkullu-Ibarretxe, el retorno a la transversalidad de la mano del PSE y la pérdida de fuelle del soberanismo tras el fiasco catalán aconsejaron afinar el pragmatismo para no perder comba en las urnas. La estrategia funcionó, y muy bien -con la consiguiente placidez interna que traen los buenos resultados- durante un largo periodo, hasta que la pandemia cambió las reglas del juego. Entonces, llegó el desgaste y sus consecuencias electorales.

Y, con ellas, la reedición de una pelea que ya no cuestiona el rumbo a seguir por el partido en términos, digamos, de construcción nacional -un debate que se utiliza sobre todo como maniobra de distracción-, sino de eficiencia, de ejemplaridad a prueba de desafección política y de coherencia ideológica en el eje derecha-izquierda. De lo que se quejan los críticos, en definitiva, es de una deficiente gestión interna de las distintas aspiraciones personales, de decisiones arbitrarias sobre las candidaturas y nombramientos a dedo, de la ausencia de un verdadero debate puertas adentro, del nulo papel de los afiliados de base, de que los batzokis hayan languidecido, de que imperen el «amiguismo» y los núcleos pequeños y cerrados de poder…

El pulso tampoco es generacional: es más, muchos de los agitadores del descontento son figuras veteranas del partido y piden, precisamente, más ‘respeto a los mayores’ y que se les dé voz en los órganos internos. Ese sector es muy visible en Bizkaia, con Iñaki Anasagasti, Alberto Pradera, Josu Bergara, Belén Greaves o Ricardo Ansotegi en la punta de lanza, pero también en Álava, donde la veterana exburukide Pilar García de Salazar ha impulsado la candidatura de Gorka Urtaran, apoyada por otras figuras de peso como Juan María Ollora o el exalcalde Cuerda.

En opinión del sector que apoya el ‘statu quo’, pese a ser muy diferentes entre sí, tanto David Salinas-Armendariz en Bizkaia como Urtaran en Álava, tienen algo en común: «Han puesto de acuerdo a todos los enfadados». Los aludidos, que están demostrando en esta segunda vuelta más pujanza que en la primera gracias al ‘efecto escoba’, responden: «Ojo, algo se está moviendo». «Se está viendo que existen diferentes enfoques con peso propio para canalizar la dinámica interna del partido en Bizkaia», advierten los impulsores de la candidatura de la exconsejera Olatz Garamendi que, tras su retirada, apoyan a Salinas-Armendariz. Urkullu, al que se le atribuyen intentos de ahormar un BBB de consenso que él niega, acabó desentendiéndose oficialmente de la liza con un inusual escrito dirigido a la comisión de garantías. El resultado, una pugna pura entre el aparato todavía en manos de Itxaso Atutxa y todos los que tienen con él cuentas pendientes.

Sin embargo, con la excepción del céntrico batzoki de Erdialde en Vitoria, la participación está siendo más bien escasa. Un baldón que ha reavivado el debate sobre la posibilidad de acometer de verdad el paso de un partido «analógico, del siglo XX» a uno digital e implantar el voto telemático, lo que sí supondría un cambio cualitativo y un posible quebradero de cabeza para el aparato. A la espera de que se abra el debate sobre la reforma de los estatutos, sirve de ejemplo el batzoki de Abando, uno de los más grandes de Euskadi y bastión histórico de la rebeldía contra el ‘establishment’ -allí ganó en su día Egibar a Imaz o Iñaki Zarraoa a Urkullu- donde apenas han votado noventa afiliados de casi quinientos. «El partido está dormido y desmotivado», se quejan.

Esa atonía, la ausencia de una verdadera confrontación de modelos y el heterogéneo caldo de cultivo en que crece el descontento – «es imposible que los críticos se organicen, no tienen nada que ver», opina un alto cargo-, hace prever dificultades a la hora de plantar cara de manera organizada al oficialismo en la próxima Asamblea General. Sólo un factor disruptivo externo -como una convocatoria de elecciones anticipadas en Madrid en mitad del proceso- podría cambiar las tornas y poner al poder de Sabin Etxea en verdaderos aprietos.