EL CORREO 14/07/14
ALBERTO AYALA
· Sánchez tiene ante sí el reto de recuperar a muchos votantes de izquierdas sin olvidar que el poder exige conservar el centro
Procedimiento inédito, resultado previsible. Pedro Sánchez será, como se esperaba, el próximo secretario general del PSOE. El quinto desde el restablecimiento de la democracia tras Felipe González, el efímero Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y el no menos fugaz Alfredo Pérez Rubalcaba.
Así lo determinaron ayer los militantes socialistas en votación directa, por primera vez en su historia. Sánchez batió por más de doce puntos a Madina, arrasó en Andalucía –clave– y ganó también en Euskadi. La elección será ratificada en el congreso extraordinario del partido que se celebrará en dos semanas, los días 26 y 27 de julio.
Por paradójico que pueda parecer el nuevo líder del PSOE lo es en gran medida gracias a su principal adversario de ayer. El madrileño era un enorme desconocido hace apenas seis meses. Sus posibilidades de acceder a la secretaría general habrían sido nulas si Madina no se hubiera cruzado en el camino de Susana Díaz, que había accedido a dar el salto a Madrid, a condición de que se le garantizara una elección sin rivales. Pero el diputado vizcaíno pidió que todos los militantes tuvieran voz y voto en la elección. Rubalcaba se lo concedió. Se dispuso a jugar la partida y Díaz reculó.
Pero la presidenta de la Junta no se quedó parada. Puso al potentísimo PSOE andaluz a trabajar en favor de Sánchez. Y la mayor parte del aparato y de los barones respaldaron la operación.
La suerte quedaba echada si la militancia seguía confiando en el olfato –y en los apaños– de sus cuadros. Ayer dijo que sí, que está de acuerdo y apoyó al hombre que quería el aparato curiosamente frente a un hombre del aparato. Del de Zapatero y del de Rubalcaba.
El PSOE asumió un indudable riesgo al poner por primera vez en manos de su militancia la elección del líder. Una baja participación hubiera deslucido el ensayo, aumentado el pesimismo interno y añadido una nueva losa, otra más, sobre las espaldas de su recién estrenado secretario general.
Todo un éxito
No ha sido así. Un 66% de los militantes acudieron a votar, pese a ser una jornada de playa. Una cifra muy superior al 38% que avaló con su firma a los aspirantes. Y también por encima del único ensayo de elección directa que había vivido el socialismo español: el duelo que protagonizaron en 1998 Almunia y Borrell por ser el candidato del PSOE a La Moncloa, que ganó el segundo y en el que participó el 54% de las bases. El ensayo parece emplazar a otros partidos a dejar atrás los ‘dedazos’ y a sumarse al nuevo tiempo.
Al secretario general electo le aguarda una compleja papeleta. Su liviano currículo hace, además, que no pocos cuadros y militantes alberguen notables dudas de su capacidad para aprobar el examen. Un doble examen.
En el plano interno, Pedro Sánchez debe empezar por reagrupar y reilusionar a un partido un tanto desmovilizado, que muestra síntomas preocupantes de haber empezado a perder la confianza en sí mismo. Y debe hacerlo en tiempo récord. El calendario político que se avecina no permite espacios muertos. Por delante, el desafío soberanista catalán en otoño y la doble cita con las urnas de 2015: las municipales de mayo (autonómicas en la mayoría de las comunidades) y las generales de final de año.
Solo con un partido cohesionado, que no repita la división con la que salió de su congreso de Sevilla, el PSOE podrá aspirar a recuperar la credibilidad perdida entre el electorado. Una obligación ‘sine qua non’ para aspirar a que esos 7,7 millones de españoles que han dejado de votar socialista entre las generales de 2008 y las europeas del 25 de mayo lo hagan otra vez, y le devuelvan así su condición de partido con aspiraciones de gobierno.
Sánchez, que anoche prometió «propuestas audaces, y cumplirlas», debe cuadrar el círculo: recuperar votos por la izquierda en competencia con el populismo de Podemos y la ortodoxia de IU, sin olvidar que las elecciones solo se ganan si se conserva el centro. Tarea sencilla de enunciar, pero más complicada de materializar. El cambio tranquilo de Sánchez está servido. El electorado tendrá luego la palabra.