Pablo Pombo-El Cpnfidencial
¿Qué hacemos con esos millones de “bestias con forma humana”, que “están aquí, entre nosotros”, que “viven, se reproducen y mueren” mientras son “impermeables al hecho catalán”?
‘Molt honorable president’,
¿Qué hacemos en Cataluña con quienes piensan de otra manera?
¿Qué hacemos con esos millones de “bestias con forma humana”, que “están aquí, entre nosotros”, que “viven, se reproducen y mueren” mientras son “impermeables al hecho catalán”?
¿Evitamos que vivan?
¿Evitamos que se reproduzcan para que no transmitan a las siguientes generaciones “su pequeño bache en la cadena de ADN”?
¿Cuál es la solución más higiénica?
¿Qué levantamos antes, los guetos o la frontera?
Me tiene usted en la duda, porque no le vi incómodo mientras le recordaban esos y otros entrecomillados de sus artículos. No vi señal de disgusto ni arrepentimiento en el debate de investidura. Incluso tengo la sensación de que consideraba que no le venía tan mal que fuesen los contrarios quienes leyeran sus propias ideas.
Hubo ratos, se lo confieso, en los que pareció que hasta disfrutaba, como si pensase que le estaban haciendo parte de su trabajo. Su carga de odio y brutalidad, su voluntad de intimidar y amedrentar a los no independentistas, estaban siendo inyectadas en ese público por los propios constitucionalistas.
Comprendo que prefiera ser visto como un tipo cruel a ser retratado como un pelele
Quizá por eso, incluso le vi sonreír de vez en cuando. Parece preferir que resalten su fanatismo a que le retraten como un títere. Lo entiendo, ‘president’. Comprendo que prefiera ser visto como un tipo cruel a ser retratado como un pelele. La cuestión es que solo usted puede olvidar que el dedo de Puigdemont le ha señalado por ser ambas cosas y para no dejar de serlo en los próximos actos. En esta obra, su papel es el de dar miedo sin dejar de ser marioneta.
Seguro que puede hacerlo. Basta con tener presente que el afecto le está vedado. Ese territorio es el de Puigdemont. Para él, el victimismo. Para usted, el supremacismo. El reparto está hecho. Han encontrado los separatistas una respuesta teatral al viejo dilema de Maquiavelo: ¿es mejor ser amado que temido o ser temido que amado? Lo mejor es desdoblar los papeles. Atribuirle a uno el rol de víctima y al otro el de verdugo. Así es como quiere justificarse la barbarie. Es la coartada del ‘apartheid’. Y tengo que decirle que no está mal pensado.
Se le ve a gusto con el guion que estrena, señor Torra. Supongo que le habrán explicado que la estrategia es ya distinta, que los límites a saltar están por fuera de las instituciones. Seguramente, no habrá ley de transitoriedad y el goteo de intentos de rescatar las leyes que fueron suspendidas no tendrá más función que la ceremonial.
A partir de ahora, las nuevas líneas rojas no estarán en los boletines oficiales sino en la vida cotidiana de las personas que también se sienten españolas. Exactamente donde Rajoy prefiere no mirar. Menospreciar y vejar a la mitad de los catalanes, para que no hablen, para que no participen: esa es la baza que el separatismo está en condiciones de aprovechar.
Apenas ha pasado tiempo desde que muchas de esas mujeres y hombres salieron a dar la cara, a pesar de sentirse abandonados por el Gobierno de España. Primero fueron a la calle y se juntaron en manifestaciones que hasta entonces eran inimaginables. Después llegaron a los colegios electorales y vencieron en las urnas. Esas dos movilizaciones son todavía vividas por el nacionalismo en términos de profanación, de humillación. No están dispuestos a permitir la posibilidad de una tercera.
La próxima vez no puede haber empate, hay que pasar del 60%. Pasar como sea, pero pasando antes por el Gobierno. No para gobernar pensando en el interés general, sino para apropiarse de todos los recursos del poder —el presupuesto, la fuerza de seguridad, la propaganda, la educación…— con un fin que va bastante más allá de lo sectario.
En términos electorales, el objetivo estratégico del separatismo no es sumar nuevos respaldos para la causa. Los números son tozudos. En esa zona, el límite de sus fuerzas pasa por mantener prietos a los suyos y por lanzar una sola candidatura. Exaltación y partido único, no hay para más.
La meta está en restar votos a los que no quieren romperlo todo. Ese es el sentido que tiene haber elegido a un Torra en lugar de a un Turrull. Colocar a un matón al frente de la Generalitat permite elevar la agresividad verbal mientras se canaliza la coacción real. Facilita la inhibición, la transformación de la indignación y la preocupación de los constitucionalistas en abstención por paralización.
Colocar a un matón al frente de la Generalitat permite elevar la agresividad verbal mientras se canaliza la coacción real
Honorable ‘president’, su nombramiento parece anunciar una curvatura del tiempo, la entrada en la fase del miedo. Un miedo a escala humana, que no llega a los titulares ni a la mesa de los fiscales pero que viene cuando tu hijo te cuenta lo que le han dicho en el colegio.
Iceta no lo ha detectado porque es un político que siente arritmias cada vez que pisa fuera de una moqueta. Otros argumentan que al separatismo se le ha caído la careta. Lo celebran como si su designación fuese un descuido imprevisto, un sorprendente error de cálculo en lugar de una decisión estratégica largamente meditada. Al independentismo no se le ha caído la careta involuntariamente, se ha quitado la máscara del buen rollito para atemorizar a todo el que no piense como ellos.
Señor Torra, hizo usted un ejercicio de honestidad que debe ser reconocido aunque pasase desapercibido. Fue durante la última intervención del debate de investidura, dirigiéndose a la CUP. Después de encargar a los cuperos, “manteneos alerta, si caigo en la tentación del autonomismo, sacadme tarjeta roja porque estaré equivocado”, se dirigió al señor Riera, sonrió, y dijo: “Sí, las calles serán siempre nuestras”.
Es la frase del debate, porque fue la más clara. Es una advertencia, una amenaza verbalizada por alguien que presume de tener a toda la familia en los comités de intimidación callejera que son los CDR.
Me queda, ‘president’, una pequeña inquietud de carácter operativo:
¿Cómo se garantiza en democracia que las calles no sean de todos?
¿Cómo evitar que las bestias con forma humana salgan a las plazas?
¿Cómo cumplirá su palabra si las bestias persisten en su actitud, si continúan manifestándose y siguen votando? ¿Qué hacemos?