Teresa Jiménez Becerril, ABC, 16/8/12
TENDRÍAMOS mucho que decir sobre las necesidades vitales de los terroristas. Pero la primera que se me viene a la cabeza es la de su «apetito asesino», que está ampliamente demostrado; sobre todo en el caso del etarra que empezó el ayuno político y que no es otro que el que puso todo su empeño en que Ortega Lara muriera de hambre, y si no lo consiguió fue porque la Guardia Civil y Dios —al que mi amigo José Antonio rezaba a diario para no perder el juicio en su espantoso cautiverio— se negaron a tirar la toalla y buscaron el zulo desesperadamente hasta que dieron con él, del que sacaron a un hombre enfermo, hambriento y desorientado que no necesitaba fingir. Lo contrario de estos medio-hombres de ETA, que se ríen de nosotros porque saben que la ley tiene la manga demasiado ancha y la mayoría de los que mandan en su tierra simpatizan más con sus injustas reivindicaciones que con los legítimos derechos de cualquier ciudadano.
No sé cómo acabará esta historia de cruel ironía, pero si Uribetxeberría, el terrorista que intentó que Ortega Lara no viera jamás la luz del sol, sale de la cárcel porque así lo dice la ley, seremos muchos los que, en este concreto caso, hubiéramos querido que por esa rendija legítima no se escapara nuestra dignidad. No me equivoco si digo que la mayoría de los españoles preferirían que a quienes interpretan la ley se les hubiera ocurrido una manera de no conceder la libertad a quien tan cruelmente se la negó a un ser humano, además de acabar con la vida de otros tres. Pero la ley pocas veces satisface a las víctimas, y es por ello que trabajo en el Parlamento Europeo escribiendo leyes que las protejan y apoyen, modificando esa injusta tendencia de ser más comprensivo con quien comete el crimen que con quien lo sufre. Aunque he de reconocer que la frustración es una constante. ¿O acaso no nos indignará a todos si este asesino de ETA, símbolo de las aspiraciones de la organización terrorista, sale de la cárcel sin el menor arrepentimiento y con sonrisa de triunfador?
En esta tragedia con tintes de comedia que nos ofrecen los presos de ETA con su huelga de hambre, que permite visitas al economato y aprovisionamiento de parte de los familiares, no puedo evitar acordarme de la representación teatral de Iñaki de Juana Chaos, el angelito de la ETA, que asesinó a todo el que le dio tiempo y en sus ratos de ocio se dedicó a escribir cartas de arrepentimiento, como la que dedicó al asesinato de mi hermano y su mujer, donde expresó su incontrolable alegría, que era —según él— proporcional a nuestro dolor. También afirmó De Juana entonces que él, ese día, ya había comido para un mes.
No tenemos, pues, que preocuparnos por alimentar a los etarras que se niegan a comer, porque ellos se alimentan de nuestra desolación. Desde luego las víctimas están desoladas, viendo el bochornoso espectáculo del chantaje de una organización terrorista mermada, pero siempre armada, con todo un pueblo que no puede pasar página, porque es imposible hacerlo cuando uno tiene que ver cómo en el País Vasco, quienes gobiernan lo hacen de espaldas a la razón, a la moral, a la honestidad y en muchos caso a la justicia.
Me gustaría tranquilizar a quienes teman y, por su responsabilidad política, tengan la obligación de temer que algún etarra se le muera de hambre, diciéndoles que estos terroristas políticos son profundamente cobardes, lo que les impide llevar una huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias. Ellos matan, pero no se matan. El valor que tienen es tan justo que les da solo para matar por la espalda o con mando a distancia. Y con todo el respeto que me merecen quienes están gestionando este chantaje, les aconsejaría que no pierdan ni un minuto de su tiempo con una banda de secuestradores, asesinos y extorsionadores que buscan rédito político a nivel nacional e internacional, donde tan bien les salió la jugada de De Juana Chaos, moribundo de mentira, que dio la vuelta al mundo. No permitamos más teatro, que los tiros de ETA que acabaron con la vida de mi hermano y su mujer, por ejemplo, eran reales, y las bombas que asesinaron a tantos niños no fueron efectos especiales, y en el secuestro de Ortega Lara nadie dijo «corten», como en la muerte de Miguel Ángel. Todos los españoles fuimos espectadores forzados de lo que nunca en nuestra vida hubiéramos querido ver.
¡Basta de espectáculos de ETA y de su chusma dentro y fuera de las cárceles! A dejarles hacer en silencio, que cuando no vean focos, estos viles asesinos sin agallas se ponen a comer, que hasta para matarse hace falta coraje y eso, esta gente, no lo ha visto en su vida. Y en cuanto a la dignidad de los presos enfermos, si de verdad la conocieran pedirían cumplir integras sus condenas para poder pagar, si es que se puede pagar con algo su infinita culpa. Por tanto, dejémosles que tengan el tiempo necesario para reflexionar, arrepentirse y poner en paz su conciencia y cuidémosles, como manda la ley, para que puedan hacerlo en las mejores condiciones, pero no en libertad.
Teresa Jiménez Becerril, ABC, 16/8/12