Pablo Pombo-El Confidencial
- El sanchismo está cada vez más desconectado de la realidad factual y emocional de nuestro país. Esa desconexión implica la construcción de una realidad paralela, esencialmente distinta a la vivida cada día por los ciudadanos
La peste parece dar sus últimos coletazos y estamos en tiempos de guerra. Los precios se disparan y la energía escasea. La recesión llama a la puerta y sufrimos la peor sequía europea en cinco siglos. Sin embargo, Feijóo es lo peor que puede ocurrirle a España. Cuidado con Satanás porque es gallego y lleva gafas. Peligro. Llámenme quisquilloso, pero tengo la impresión de que algo no encaja en esta retórica. ¿Qué está pasando? ¿Dónde está la fisura de fondo?
Sucede que los modelos de liderazgo cesaristas se encierran en la torre de marfil cuando entran en decadencia. Y esa última mudanza en el poder necesita la construcción de un decorado nuevo que permita el cambio completo del lenguaje y de la lógica política. En eso estamos.
Sucede que el sanchismo está cada vez más desconectado de la realidad factual y emocional de nuestro país. Y que esa desconexión implica la construcción de una realidad paralela, esencialmente distinta a la vivida cada día por los ciudadanos.
La mudanza contiene los viejos enseres más habituales. Lo hemos visto durante esta última semana. No es nuevo que las tensiones regresen al Gobierno según vuelve de vacaciones. No es una sorpresa que la ministra de trabajo ponga una bomba bajo la mesa del diálogo social por puro interés personal. Sobresaltarse por la improvisación energética del IVA es un ejercicio de ingenuidad tan obvio como considerar que será la última. Nada de esto es inédito. Todo venía de serie, como las cesiones a los nacionalistas —castellano en las aulas y acercamiento de los presos—. Es el ajuar de Frankenstein, el viejo orden de los días.
La novedad está en otros tres elementos que sí reflejan el proceso de bunkerización. Primero, la insensibilidad. Aquí es donde el sanchismo está dando un salto importante. Las declaraciones de los miembros del gobierno tras la publicación de los datos de inflación y empleo dan clara muestra de ello. Hay que estar muy lejos del sentir social para dar por bueno lo que es malo mientras la preocupación aumenta como lo está haciendo.
Hace falta algo más que el descaro para suplantar la realidad de los hechos contada en cifras. Tiene que haber una tarea previa en el maltrato a los números —la instalación de Tezanos en el CIS y la operación en el INE—. Tiene que inyectarse el descrédito institucional —Banco de España—. Tiene que desprestigiarse a los expertos —»curanderos» llegó a llamarlos Sánchez en el debate sobre el estado de la nación—. Tiene que incrustarse en la opinión pública la idea dañina de que se puede mentir desde el poder por el bien del país —porque los malos pronósticos perjudican a la economía—. Y tiene que calificarse como mal patriota a quien no festeja los mensajes de Moncloa.
Cuando ese círculo está cerrado, como ocurre ahora, ya se puede celebrar como hizo Calviño nuestra bonita inflación de agosto con doble dígito y augurar que la cosa bajará pronto. Insensibilidad e insinceridad. Da igual que el Bundesbank anticipe que los alemanes sufrirán una subida de precios superior al 10% en octubre. Da igual que el Banco de Inglaterra apunte a que allí tendrán una inflación del 18% en enero. Curanderos y profetas del desastre. Malos patriotas y agoreros. Y con el empleo, pues lo mismo.
Al segundo elemento de la desconexión, de la construcción gubernamental de una realidad fraudulenta, se accede desde el narcisismo llevado hasta el paroxismo. La cúspide de la autorreferencialidad corona el cierre de la pirámide.
«El gobierno de la gente». El predicado «la gente» es de raíz populista porque fija el conflicto entre los de arriba y los de abajo mientras saca subrepticiamente al ejecutivo de la casta. Pero la clave del cuento está en el sujeto: «el Gobierno». Todo empieza y termina en el mismo punto.
La sociedad —cansada, agobiada y sacrificada como está— no es la protagonista del relato. Tampoco lo es la política —una política que podría contarse progresista, socialdemócrata y hasta orientada a la justicia social—. El sujeto, el único sujeto político viable del sanchismo, solo es Sánchez.
Y la noticia, triste si se piensa, desesperanzadora por arbitraria, consiste en que el César acceda a entrar en contacto con personas seleccionadas en actos guionizados y con preguntas elegidas. Algunos en Moncloa, en el jardín del búnker, como veremos mañana.
La gran paradoja, la trampa de la que Moncloa no puede salir, consiste en que el líder atraviesa una crisis irreparable de confianza, y los socialistas no pueden tener eje de la comunicación. No hay espacio para la primera persona del plural. Por eso y no por otra cosa, se desgastan los demás portavoces, se resienten las siglas y decrecen las opciones electorales en los distintos territorios.
El tercer acelerador de la desconexión, del relato político paralelo a la vida, se localiza en la degradación del debate público y la destrucción de los adversarios públicos. Consecuencias naturales de la erosión institucional y de que la polarización haya sustituido a la necesaria búsqueda de grandes consensos.
Hemos llegado al punto en que manifestar una discrepancia política con el gobierno, criticar una medida o plantear una alternativa, ha dejado de ser visto como un ejercicio de normalidad democrática para ser frecuentemente calificado como «ruido». Ese es un mantra cada vez más repetido por el sanchismo. Hay algo siniestro en ese juego si uno se pregunta por el siguiente paso lógico. ¿Qué deben hacer entonces el resto de actores políticos? ¿Callarse?
El mismo razonamiento, por cierto, es el que se aplica a los medios de comunicación. La libertad de opinión y de prensa, que básicamente consiste en ser independiente y veraz en lugar de obediente, parece ser molesta. Ruido también, claro. Nada debe alterar la paz de la torre de marfil, se requiere silencio en el salón de los espejos.
Por otro lado, estamos asistiendo a un serio incremento de agresiones al líder de la oposición que no responde a la casualidad. Los insultos tienen que ver con el indulto. La posibilidad de emplear la corrupción del PP ha quedado desactivada. Ha desparecido una pieza central de la superioridad moral y la pureza, así que navaja y barro para la movilización interna.
«Lo peor que puede ocurrirle a España es la alternancia en el poder, es una idea peligrosa para el conjunto del país»
Cuidado porque se puede tratar al rival con dureza, como ha hecho muchas veces el PSOE sin entrar en el terreno del discurso del odio, cosa que nunca antes hicieron los responsables socialistas.
Cuidado porque pensar, con todo lo que tenemos por delante, que lo peor que puede ocurrirle a España es la alternancia en el poder es una idea peligrosa para el conjunto del país y también para el Gobierno. La salida de Sánchez no puede suponer el fin de los tiempos, solo su apocalipsis. Su revelación. Al fin y al cabo, en la manera de cualquier líder de gestionar la marcha cabe su todo.