Miquel Giménez-Vozpópuli
- Según las CUP, el terrorismo que campa a sus anchas en Cataluña e intenta quemar vivo a un policía es de extrema derecha; más aún, es la propia policía la que lo es
La culpa es negra, mancha, y por eso nadie la quiere, según el refrán. De ahí que los cupaires, incluso en su reducido campo de especulación mental, hayan llegado a la conclusión de que se han pasado de frenada con el motín permanente que vivimos en Barcelona y otras ciudades. Las imágenes de la furgoneta ardiendo y del agente que escapó por los pelos de morir abrasado han hecho que mucha gente, incluso de los suyos, hayan entonado sin saberlo el orteguiano no es esto, no es esto.
El diputado cupaire Vidal Aragonés – nombre que me recuerda una marca de champú – ha dicho que la culpa es de la extrema derecha, muy extendida en los Mossos. “Una extrema derecha a la que le ha proporcionado placa, defensa y pistola”, peroraba en el atril de oradores del Parlamento catalán, para a renglón seguido entonar un lacrimoso discurso: ellos provienen de un movimiento que ha padecido tortura, represión, discriminación, espionaje y asedio. Por un instante creí que hablaba de la cabo de los Mossos Imma Alcolea, el más feroz caso de persecución política, acoso laboral y personal en un cuerpo policial conocido en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. O a lo mejor se refiere a los policías autonómicos pertenecientes a la ANC que campan a sus anchas insultando, intimidando y ejerciendo de soplones. O, en el colmo de la honestidad, el diputado quiere referirse a los agentes que ayudaron a huir a Puigdemont, que le han prestado servicios de escolta, que han actuado de manera total y absolutamente irregular prestando servicio de protección a delincuentes.
La policía está en contra de la mayoría popular, dice, pero ocupar casas, destrozar mobiliario urbano, acobardar ciudadanos, defender la violencia o el intento de asesinato es sublime
Pero no. El cupaire, fiel a la misión de su partido y que no es otra que sacudir el árbol de la convivencia para que luego sus jefes vengan a recoger las nueces, hablaba de lo que ustedes suponen. La policía es fascista, incluso la más que complaciente policía autonómica catalana y a la historia me remito, los disturbios los provocan grupitos de italianos que no son de els nostres y, en conclusión lapidaria “no simpatizamos – las CUP – con la policía, porque han elegido una opción individual, que es buscarse la vida, y están en contra de los intereses de la mayoría popular”. Es decir, intentar ganar un sueldo decentemente es reprobable si trabajas de policía, con la dureza, riesgo personal y preparación que exige, pero darle al piquito como diputado incendiando verbalmente a la gente y defendiendo a los violentos cobrando un pastizal pagado entre todos, es la leche de digno; la policía está en contra de la mayoría popular, dice, pero ocupar casas, destrozar mobiliario urbano, acobardar ciudadanos, defender la violencia o el intento de asesinato es sublime; por último, esa mayoría popular, según el diputado, se refiere a lo que tiene detrás, que uno imagina masas y masas de gente como en una película de Cecil B. de Mille o, ya que estamos en plan rojeras, en una de Eisenstein. Pero no. Lo que sostiene a Vidal son 189.087 votantes en toda Cataluña, y que dada la injusta ley electoral, les da nueve diputados.
Ahora, si usted suma en esa mayoría a JxC, ERC, igual va a ser porque las CUP ya tienen un piececito metido en el Gobierno que está pergeñando Aragonés. Más cargos para colocar amigos. Porque lo que busca su partido es pisar moqueta y ordeñar a un Estado en el que, por desgracia, la ley pinta poco. No, ni los mozos son de extrema derecha ni los que queman son únicamente gente de fuera. Esos grupos son de aquí, entrenados por amigos entrañables, con un sola misión: meter el miedo en el cuerpo a los sociatas y, de paso, a la gente que en Cataluña ve a las CUP sin las gafas del separatismo como lo que son.
Sigan sacudiendo el árbol pero, al paso que vamos, pronto no quedarán ni nueces ni árbol. Habrá ardido todo. El fuego, una vez desatado, no hay quien lo controle. Por desgracia.