Cristian Campos -El Español
Dice Juan Manuel de Prada en el diario ABC que Cayetana Álvarez de Toledo defiende «una odiosa España jacobina de libres e iguales sin refrendo en nuestra historia y en nuestro carácter». Si España cuajó «en unidad espiritual y política», dice Prada, fue sólo a través de gentes «vinculadas y diferentes».
A esa maldición gitana que condena a los españoles, como náufragos de la democracia, a morar por siempre jamás en el Archipiélago de la Boina, de Prada opone «el liberalismo radical, extranjerizante y uniformizador de Cayetana, una formidable fábrica de independentismo». De Prada llama luego a rescatar «la tradición catalana e hispánica».
Un observador radical, extranjero e uniformizador llegaría a una conclusión llamativa a la vista de esos vídeos. La de que se trata de las mismas imágenes, con la diferencia de que la primera de ellas es en blanco y negro, y la segunda, en color.
También han cambiado los muñecos y las franjas de las banderas, y un poco (no demasiado) los cortes de pelo y el tiro de los pantalones, más corto ahora. También son un poco más cortos hoy los cerebros, como corresponde a la época. Algo que no debería sorprender a nadie, tratándose de nacionalistas en ambos casos.
Por lo demás, la Berga de 1966 es la misma que la de 2018. Hasta la gestualidad de sus dos protagonistas es exacta. Debe de ser esa la tradición que se reivindica para la España del siglo XXI. La de la sumisión al cacique de turno, siempre que este tenga grabado a fuego en las gónadas el iliberalismo.
Por lo demás, ¿duda alguien de que antes se entenderán las dos Españas, la católica y la marxista, la de Vox y Podemos, que ambas con la tercera? Entre otras interesantes razones, porque jamás han existido dos Españas, sino solo una, aunque con diferentes muñecos y colores en las banderas. La España de los jesuitas marxisto-trabucaires.
Y es ahí, en ese punto exacto donde se tocan la Peta Jensen del conservadurismo nacionalcatólico y el calvo de Brazzers de la beatería redentorista socialdemócrata, donde Cayetana ha caído como elefante en cacharrería. ¿Cómo no se iban a unir ambas Españas, la de los barones regionales y Monedero, en contra de Cayetana?
«Con Cayetana ocurre algo muy jodido» me decía el lunes un periodista amigo. «Ella hace todo lo que la gente dice que hay que hacer –excelencia, discurso elevado, mérito, libertad de opinión– y luego se la penaliza por ello«. Hombre, hombre, es que ese es el meollo de la cuestión.
El error de Cayetana ha sido hacer caso a lo que la gente dice en vez de hacérselo a lo que la gente hace. Como esas parejas que pactan «decírselo todo», con resultados inmejorables para la vida en común mientras ninguno de los dos honra el contrato y le cuenta al otro las ganas que tiene de montarse un trío con la vecina liberal.
El error de Cayetana ha sido creerse uno de los miembros de la pareja cuando su papel en la obra era el de vecina liberal. Y así, Cayetana le hizo caso al «cuéntamelo todo» de Pablo Casado y se lanzó a proponer un trío allí donde siempre ha existido una pareja estable que no se traga, pero que continúa unida por la inercia, la pereza y los hijos.
Para tradición catalana e hispánica, en fin, la de la postura del misionero. Más imaginación que empujarse el uno al otro como se empuja un cajón que no cierra no le pidan a PP y PSOE. Cayetana se lo tiene merecido, por libertina.