Juan Carlos Girauta-ABC

  • La vuelta de todos los marcadores a cero no es sino la extensión del vergonzoso indulto al superior plano moral

Tengo la lejana sensación de haber oído por primera vez el argumento de niño, en la tele, a cuenta de algún suceso luctuoso, en el tiempo en que solo había dos canales. Ya entonces me indignó. La indignación infantil no es menos sentida. Quizá lo sea más. El argumento contradecía todos los valores que se me venían dando en casa y en el colegio. Admitirlo equivalía a aceptar la voladura del principio de responsabilidad. El argumento corrió y se extendió como mancha de aceite. Atrajo a las pobres almas en busca de aceptación, a la legión de imitadores. Se consagró como salvoconducto de prudentes, y aun de inteligentes, en las entrevistas.

Son recuerdos remotos, de finales de los sesenta y principios de los setenta. Pero el argumento venía de atrás y se proyectaría hacia el futuro. Sirvió para acostumbrar a generaciones a la idea de que los criminales no son en realidad culpables, pues cuando alguien mata es toda la sociedad la que ha fracasado. Nótese desde ahora mismo la debilidad estructural del argumento: si todos somos culpables de algo, nadie lo es. O si, como quiere Sánchez, todos hemos cometido errores en una materia (Cataluña, en este caso), el contador regresa a cero para todos. La estafa moral es evidente, salvo para un socialista.

Es evidente puesto que la inmensa mayoría ya teníamos el contador del golpismo ahí. Con lo que la vuelta de todos los marcadores a cero no es sino la extensión del vergonzoso indulto al superior plano moral. Con un agravante: el argumento hace que hasta el indulto sea injusto. Si Sánchez tiene razón, todos debimos ser condenados por la Justicia, todos debimos pasar por la cárcel y todos debemos ser indultados. Porque, de otro modo, sigue pesando una sombra sobre una parte de los que cometieron «errores», en tanto que el resto nos libramos.

El argumento, aun siendo podre intelectual, está llamado a triunfar siempre porque pone a los inocentes, que somos muchos, casi todos, a la defensiva. Y eso es muy cansado, y no vale la pena. Así que el personal dice que vale, que muy bien, que no te pongas pesado y que a otra cosa, mariposa. Tiene partidarios inesperados, el argumento. Los del sentido de la responsabilidad flojo lo adoptan incluso cuando quieren aplicar severos castigos, cosa que los deterministas sociales no previeron al empezar su matraca en el siglo XIX. Por ejemplo, se puede desear que a ciertas manadas de violadores (las compuestas por españoles, por ejemplo) se les aplique la cadena perpetua, y a la vez sostener que la culpa es de la sociedad. O sea, de todos nosotros.

«Todos somos responsables de lo que ha pasado en Cataluña en estos años», afirma Illa. Esto mejora la tesis sanchista del error. Parece que haya una ética de la… responsabilidad. Pero es un cuento chino, porque es de todos. Contador a cero, como la fuerza moral de Illa para pedir el voto a los constitucionalistas catalanes.