EL MUNDO 04/11/13
· Es el arsenal que ETA conserva para una eventual escenificación, según las FSE.
· Procede de los robos efectuados por los terroristas durante la tregua de 2006.
Doscientas cincuenta pistolas y unos 11.500 kilos de productos para elaborar explosivos. Ése es el material que ETA tiene todavía a su disposición y con el que podría escenificar el desarme, en caso de que quiera hacerlo –o con cuya venta podría sacar unos cuantos fondos–, según la cuantificación realizada por las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Las pistolas proceden del robo efectuado por los terroristas en la empresa de exportación que asaltaron durante ocho horas en la localidad francesa de Vauvert, en octubre de 2006, en plena negociación con el Gobierno de Rodríguez Zapatero.
El material para elaborar explosivos de carácter casero también procede de los distintos robos perpretados a lo largo de los años y que han sido detectados por los investigadores policiales. Se trata de kilos de nitrato, clorato y polvo de aluminio, ocultos en bidones de 100 kilos en los diversos zulos que han ido construyendo; algunos de ellos en medio del campo y otros disimulados en las escasas casas de simpatizantes que están haciendo valer como infraestructura. En estos lugares también guardan las herramientas del aparato de falsificación y otros artilugios para construir artefactos tales como detonadores o temporizadores.
En estos momentos ese material está bajo la custodia de cuatro miembros de ETA integrados en el aparato de logística militar, encabezados por Iñaki Reta Frutos, un veterano de 54 años, que cumpliera en el pasado 14 años de condena por pertenecer al comando Mugarra y colocar varias bombas en instalaciones eléctricas, y que se ha caracterizado por su reincidencia y su afán de significarse. En 2008 anunció en Gara su huida, junto a seis personas más, después de volver a ser condenado por integración en banda armada.
El resto de los terroristas, no más de10 u 11, están ubicados en el aparato político dirigido, al menos nominalmente, por David Pla e Iratxe Sorzabal. Ese grupo de etarras que no llega a la veintena, constituiría ahora el grueso de la organización, el último reducto al que hay que unir otro grupo también encuadrado en la banda, que les serviría de respaldo. En total, una treintena. Las Fuerzas de Seguridad no han detectado nuevas incorporaciones.
Ésos son los protagonistas y el material del que disponen para escenificar uno de los pasos más significativos a la hora de sustanciar el final definitivo de la organización.
A mediados de septiembre, fuentes próximas al Gobierno vasco afirmaron en privado que ETA estaba dispuesta a iniciar el desarme antes de Navidad. Casualmente, esta noticia se deslizó al tiempo que empezaban las deliberaciones en el Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot y cuando ya se había cumplido el plazo que los verificadores internacionales, encabezados por el profesor Ram Manninkaligham, se dieron para anunciar si abandonaban sus labores de mediación por culpa de la intransigencia de ETA o continuaban, tal y como les había pedido el lehendakari Urkullu.
Los dirigentes de la banda habían desanimado el año anterior a los verificadores cuando, en las reuniones que mantuvieron con ellos en Oslo, a pesar de que había exigido su presencia, les dejaron claro que su desarme o su disolución no eran asunto suyo, sino que su función era constatar únicamente la ausencia de atentados.
En aquellas reuniones se llegó a poner encima de la mesa la posibilidad de que una parte simbólica de los zulos de la banda quedase controlada y se sugirieron varias opciones para llevarlo a cabo. Opciones como pasar las coordenadas a los periodistas de varias agencias de noticias, ofrecérselas a personalidades internacionales investidas como facilitadores o proporcionar los datos a organizaciones como la Fundación Carter. Nada convenció a la dirección de la banda, que para no dar un paso más argumentó su temor a una escisión y que fue expulsada por las autoridades noruegas por su resistencia a encontrar una solución.
Por su parte, la izquierda abertzale, que desconfía de todo aquello relacionado con ETA que pueda escapar a su control por las repercusiones políticas que pueda encerrar, tomó el relevo a través de Lokarri y puso en marcha un Foro Social que sugirió la posibilidad de que la banda confiase su trayectoria de desarme no al Gobierno, como pretende porque es con el único que quiere negociar las llamadas consecuenciasdelconflicto, sino con los «agentes sociales vascos».
La respuesta al citado foro se espera para estas fechas aunque, si ETA no ha cambiado de criterio, lo que tenía pensado en septiembre era anunciar su «disposición» a «sellar» todos sus depósitos de armas y «empoderar» al Grupo de Verificación Internacional para ser el testigo y el garante. La condición que tenía pensado imponer para proceder al cegado de esos arsenales era que el Ejecutivo de Rajoy reconozca, a su vez, la validez de este Grupo, y establecer así una especie de interlocución aunque sea indirecta.
El Gobierno sigue desconfiando de este gesto, cuya intención sería desbloquear la situación de los presos y los huidos –la verdadera preocupación de los etarras y, sobre todo, de la izquierda abertzale– porque tiene en su poder datos que acreditarían que el sellado afectaría a un número muy simbólico de armas y que no sería preludio de un verdadero plan de desarme.
ETA tiene muy en cuenta el precedente irlandés. Tanto es así que ni siquiera se fija en sus propios precedentes para el diseño de su futura trayectoria. Precedentes como el de los poli milis–la rama escindida de ETA militar en los 80–, que, cuando decretó su disolución, se negó de forma expresa a realizar ninguna entrega de armamento.
En aquel proceso irlandés, el IRA acumuló armas y encendió una pira con ellas ante los verificadores internacionales del desarme. En realidad, fue un espejismo, un simbolismo porque el grueso de material fue vendido por los terroristas irlandeses a otros terroristas para sufragarse determinados gastos.
Subfusiles en el comedero de las vacas y el archivo histórico de ETA
Los etarras tuvieron que pasar de grandes fábricas a zulos dispersos para protegerse.
En las épocas más potentes de ETA, los dirigentes de la organización terrorista guardaban sus arsenales en verdaderos almacenes y fábricas de explosivos que tardaban mucho tiempo en ser detectadas por las Fuerzas de Seguridad. Casas en las que excavaban ámplios sótanos a los que se accedía por dispositivos hidráulicos y en los que escondían desde misiles, morteros o lanzagranadas hasta los imanes de las bombas lapa. Hubo operaciones muy importantes que dejaban coja por meses una parte de su capacidad operativa. Como la efectuada en 1993 en la localidad de Bidart, en un chalé comprado por ETA a nombre de un ingeniero francés.
Sin embargo, hubo una que se convirtió en un mazazo del que los etarras no se pudieron recuperar. Después de muchos años de fantasear con el gran elefante blanco, el mito de un zulo jamás detectado a pesar de todos los esfuerzos –que algunos investigadores asimilaban a un gran ordenador con todas las informaciones, el 2 de abril de 2004 la Guardia Civil decidió reventar toda una red de almacenes. Efectuó siete operaciones en un mismo día, bautizadas con los nombres de Roca, Arsenal, Santiago, Kursaal, Doctor, Osbow y Lima.
Los agentes se habían pasado años vigilando de cerca a los terroristas y los habían grabado. En una de las películas se ve a Esparza Luri, entonces jefe de logística, junto a un Citröen verde esperando a que llegue un enlace. El guardia civil con la cámara está a unos 20 metros camuflado entre el suelo y la vegetación. Se ve cómo Esparza está haciendo tiempo, hasta que al final se dirige hacia la cámara, que ni se mueve, y que capta sus patadas a los matojos, en su búsqueda de un claro para poder mear. Hasta que, de repente, llega el enlace, abre el maletero de su coche y entre los dos terroristas cargan el material con destino a un comando.
Los perros detectores de armas y explosivos llegaron a encontrar en aquella operación subfusiles ocultos en un habitáculo dispuesto bajo el comedero de las vacas de una de las granjas registradas y que sólo podía ser abierto con unas ganzúas fabricadas con este fin.
En esa operación cayeron también, en un caserón entre maizales, los dirigentes Antza y Anboto, y fue detectado un lugar del que no se tenía noticia ni precedentes, era el lugar, la casa Sagardiena: la llamada biblioteca de la banda, en la que hay grabaciones de todos sus dirigentes realizadas por ellos mismos, documentación, datos sobre los GAL y toda su historia que, todavía hoy, permanece en poder de Francia. A partir de ahí, los terroristas cambiaron de sistema porque se sintieron vulnerables y colocaron el material del que disponían por decenas de zulos dispersos por los montes. Pero en 2009 la Policía Nacional realizó una gran operación en la que fueron detectados y anulados más de una docena de zulos, con más de 200 kilos de explosivos. Únicamente el robo de Vauvert consiguió de nuevo aprovisionar de revólveres a los miembros de la organización. Y tuvieron que irse por primera vez a Portugal a crear una nueva fábrica cuyo hallazgo, en 2010, les hundió.
El robo de Vauvert se produjo cuando el Gobierno y ETA estaban negociando, en 2006. Apenas habían pasado cuatro meses del inicio de la tregua y una parte de la organización, la dirigida por Txeroki, ya había decidido volver a atentar, aunque el Ejecutivo no lo sabía. El robo se trató en una de las reuniones entre ETA y el Gobierno, en la que los etarras, encima, se presentaron enfadados por los «incumplimientos» del Ejecutivo y los representantes de éste amagaron con romper el diálogo. No se atrevieron a cumplir esa amenaza. Al contrario, cuando la organización les dio un ultimátum, llamaron al presidente y después se sentaron y continuaron negociando.
EL MUNDO 04/11/13