Rebeca Argudo-ABC

  • El humor es lo que tiene, que a cada uno nos hace risa una cosa. A mí me siguen chiflando Eugenio y me deja fría la nueva hornada de cómicas

Cualquiera puede indignarse por lo que guste, solo faltaba, pero ya son ganas andar fiscalizando todo lo que se emite o se publica para sentirse gravemente ofendido. Claro que, qué sería de la Nochevieja sin su polémica. Desde la teta de Sabrina (los fans de Lalachús no sabrán ni de lo que hablo) no ha habido fin de año sin su controversia: que si el vestido de la Pedroche es machismo, que si Jenny Hermoso presenta porque le dieron un beso sin consentimiento (o con consentimiento oscilante), que si vuelve Ana Obregón después de comprarse una nieta… El caso es buscar algo por lo que sentirse agraviado, lo que sea. Este año ha sido todo tan flojo, tan flojo, que hasta la polémica es de saldo: la estampita de Lalachús con el torete de Grand Prix a modo de Sagrado Corazón.

A mí, la verdad, es que el detalle me pasó incluso inadvertido. Y, cuando al día siguiente vi clamar al cielo por la ofensa a los sentimientos religiosos de todos los creyentes en general, pensé que, a lo mejor, me había equivocado, no solo de cadena y de programa, sino casi que de año. Que habría enviado, por mi mala cabeza, una crónica televisiva del, no sé, 2015, y ni me habría dado cuenta. El chiste me pareció tan insustancial, sin gracia ninguna, tan infantil y poco sofisticado, que no entiendo todavía que haya podido ofender a nadie. Lalachús no es una cómica que domine la retranca, los dobles sentidos o la sátira afilada, no brilla por una sutil ironía que va a lo medular. No es, digamos, la Ricky Gervais española, es la Arévalo de nuestra época: un humor básico y gritón, de graciosete de barrio con desparpajo y deslenguado, pero en mujer y con belleza no normativa. Por eso elevar su chiste de patio de colegio (de caca, culo, pedo, pis casi) a elemento de agravio me parece bastante hiperventilado.

El humor es lo que tiene, que a cada uno nos hace risa una cosa. A mí me siguen chiflando Eugenio, Gila o Martes y Trece y me deja fría la nueva hornada de cómicas y humoristas a las que, lo de aquellos, les parece inaceptable. ¿Recuerdan que incluso hicieron un programa ad hoc unas navidades para afear a humoristas, algunos ya muertos, que hace años, cuando no habían ni nacido, se hicieran chistes que a ellas, ahora, no les hacen ninguna gracia? Para las Carolina Iglesias, Victoria Martín, Inés Hernand y Lalachús de la vida aquello fue divertidísimo, porque el humor debe tener unos límites muy claros que coinciden, exactamente, con su particular ideología. Precisamente lo mismo que los que exigen que Lalachús no haga chistes con sus creencias. ¿Se puede criticar? Por supuesto. La libertad de expresión es lo que tiene: ella puede ofenderles a ustedes y ustedes pueden manifestar su desagrado. Pero más sano que andar siempre zaheridos y con el golpe en el pecho es el arte de no ofenderse siempre por todo, les diré. Y no se me ofendan.