Ignacio Camacho, ABC, 22/10/12
El Estado construyó una pista de aterrizaje político para ETA y Bildu-Batasuna se ha posado en ella con un Jumbo
EL balance de las elecciones de ayer en el País Vasco y Galicia deja una pésima noticia para España, otra buena para el Gobierno y dos muy malas para el PSOE. Los sondeos acertaron esta vez en líneas generales: el PNV vuelve a un poder que tiende a considerar su patrimonio natural, el liderazgo de Rubalcaba se resiente tras el notable descalabro de los dos Pachis y Mariano Rajoy salva con éxito —y propina— en su tierra el segundo examen parcial de su gestión política, apoyado en un Feijóo al que será inevitable verle cierta cara de sucesor inpectore o al menos de aspirante en la reserva. El aventurerismo populista de Mario Conde se ha desplomado antes de levantarse, mientras el carismático Beiras, el último gran líder galleguista, emergía de sus propias ruinas al frente de una especie de coalición del descontento post15-M. Pero la jornada electoral contiene otro hecho de irrenunciable relevancia que no por previsto deja de resultar inquietante, y que debe poner sordina en el lógico alivio del presidente al incrementarle su delicada responsabilidad de Estado: el proyecto político de ETA ha adquirido el carácter de una fuerza trascendente en la política vasca.
La potente irrupción de Bildu-Batasuna en el Parlamento de Vitoria confirma la desastrosa deriva de la hoja de ruta que diseñó el zapaterismo para sustituir la derrota del terrorismo por un simple y conformista final de la violencia. El Estado construyó al entorno etarra una pista de aterrizaje institucional y lo que ha terminado aterrizando en ella es un enorme Jumbo cargado hasta los topes de un crecido independentismo radical que compromete la estabilidad de Euskadi. Recibida por adelantado esa formidable contrapartida, ETA sigue sin disolverse y sus continuadores políticos se instalan con comodidad en la vida pública sin considerar necesario condenar los crímenes ni reparar moralmente el sufrimiento causado.
El severo retroceso de los partidos constitucionalistas, PSE y PP, constituye un paradójico castigo a su colaboración para normalizar la vida vasca y sacarla de la excepcionalidad de la amenaza y de la coacción. Un esfuerzo valioso pero lleno de errores que ha acabado con una penalización dolorosa, simbolizada en la escena del voto de Patxi López: el lendakari acosado con arrogante impunidad por un grupo filoetarra. Un retrato del «nuevo tiempo» que espera a la sociedad vasca, cuya escena institucional contiene desde hoy una clara sobrerrepresentación soberanista. Sólo si el PNV entiende que se juega su hegemonía social frente a la crecida batasuna y se atiene a alianzas estabilizadoras en vez de lanzarse a aventuras y juegos de aprendices de brujo, se podrá minimizar ese impacto dramático que otorga a los herederos del terrorismo un relieve propio de una patología social. De una sociedad enferma.
Ignacio Camacho, ABC, 22/10/12