Salvo despecho conyugal sobre el que mejor correr un tupido velo o chantaje de terceros, lo que obligaría a descorrerlo, si alguien proclama a moco tendido en una gimoteada epístola que está resuelto a abandonar su cargo por el amor de una mujer, va y lo hace, como se han conducido reyes y ministros desde época inmemorial; si deja en suspenso su decisión, ya no es amor, sino cálculo político de quien, fingiendo locura de amor, le da tres cuartos al pregonero para tornar impúdicamente un asunto de su estricta intimidad en cuestión de Estado. Siendo frío como un témpano y calculador como pocos, como es Pedro Sánchez, hay que olvidarse de lo que presume y fijarse en que oculta un perverso narcisista que, como el rey Lear con sus tres hijas, obliga a los suyos a pugnar entre sí para ver quién lo adula más.
La España democrática asiste estos días con bochorno a un culebrón de república bananera que deshonra a quienes rivalizan en idolatrar a un líder nunca suficientemente amado y que velan “galindos” salmodiando ser “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo” de quien sólo se quiere a sí mismo besándose en el espejo. A diferencia del conocido drama shakesperiano sobre aquel monarca ególatra, ni una modesta Cordelia -¡Qué buena pericia acreditó el sábado María Jesús Montero tras lustros de palmera con Chaves, Griñán y Susana Díaz!- ha salvado la negra honrilla de un PSOE arrasado por quien lo sojuzga con las nóminas públicas que provee a su empesebrada militancia. A la hora de pasar lista, nadie quiere ser estigmatizado como mal patriota de partido ni tachado de traidor en una tropa podemizada donde “la razón es la más ingenua de las supersticiones”, como arguye un “filantrópico” personaje de Ayn Rand en La rebelión de Atlas.
Ha comprado la reelección al prófugo Puigdemont en una muestra de máxima corrupción. La izquierda totalitaria desea tener un dictador -o llanamente un amo- e imponérselo a unos ciudadanos despreciados como vasallos
Al coro de unánimes sólo le faltó gritar “¡Vivan las cadenas!” como vitorearon los serviles a aquel otro felón Fernando VII. Vergüenza ajena causa contemplar tal impudicia en quienes desempeñan la gobernación de una nación milenaria. Han dejado a la altura del betún incluso al ideólogo de la podemia, Juan Carlos Monedero, cuando amaneció, en vísperas del óbito de su benefactor Hugo Chávez en 2013, “con un Orinoco triste paseándose por mis ojos” e imploraba al dictador venezolano que aguantara “para ayudarnos a quitarnos este miedo de la soledad de 100 años”. Desde entonces, no se registraba un lacrimógeno espectáculo como el de esta rondalla de gemebundos socialistas para que no se fuera quien, por alcanzar La Moncloa y aferrarse a ella, pactó con el mismísimo diablo -así concebía a sus hoy cuates- y ha comprado la reelección al prófugo Puigdemont en una muestra de máxima corrupción. La izquierda totalitaria desea tener un dictador -o llanamente un amo- e imponérselo a unos ciudadanos despreciados como vasallos.
En una democracia, ante cualquier disyuntiva -sea existencial o de otra naturaleza-, un gobernante reflexiona y, si pondera como irresoluble el dilema, traslada su adiós a la opinión pública con el recato de Adolfo Suárez en 1981 tras tildarle el PSOE de “tahúr del Misisipí” y calumniarle con que allanaría el Congreso montado a caballo como el general Pavía, pero no subvierte el procedimiento salvo que intente eludir sus responsabilidades y dotarse de patente de corso. Mas si está enredado en agios que afectan a la médula de su partido y de su gobierno por la adquisición de material quirúrgico fraudulento durante el Covid, a su mujer por los negocios de “bego.frundaiser” (“Bego, conseguidora de fondos”) a la sombra de su Consejo de Ministros y al hermano que multiplica como panes y peces el sueldo que usufructúa por ser quien es en la Diputación de Badajoz a la par que fija su residencia al otro lado de la raya de Portugal para no tributar en España y soslayar el expolio fiscal de su consanguíneo.
Si todo en Sánchez es fraude -desde su plagiada tesis doctoral-, su demorada dimisión, hasta que hoy comunique si se va o se queda, es otra de tantas estratagemas de quien, al ser la corrupción genuinamente suya al no haber sido posible sin su anuencia, trata de blanquearse como ha hecho con sus socios independentistas y bilduetarras para concurrir libre de polvo y paja a unas elecciones catalanas y europeas que aborda a cara de perro. Si el virrey Jordi Pujol se valió de unas masas indulgentes con los corruptos para enfeudarse en la Generalitat e incluso impartir lecciones de ética desde el balcón, luego de que el PSOE prometiera meterlo en presidio por el agujero de Banca Catalana, ¿por qué no ha de hacerlo Sánchez transformando la cita catalana en un plebiscito entre él y un Puigdemont con el que se ha metabolizado? Dispone de la complicidad de una parroquia inclinada a tolerar al ladrón si es de los suyos, así como con la santificación de la izquierda como Pujol se mercó al escritor comunista Vázquez Montalbán -“Nadie, absolutamente nadie en Cataluña, sea del credo que sea, puede llegar a la más leve sombra de sospecha de que sea un ladrón”- y a quienes apremiaban su merced para gobernar España hasta escogerlo ABC “español del año”.
Si Sánchez usó la emergencia del Covid para poner en jaque a la democracia española, tal y como certificó el TC antes de someterlo a su maestresala Conde-Pumpido, ahora propicia esa excepcionalidad para dar mate al orden constitucional y satisfacer a sus socios de correrías
El parangón entrambos se puede llevar más lejos. Así, el nada honorable Pujol confeccionó su autorretrato en la octavilla con la que, bajo el título “Os presentamos al general Franco”, ensayó boicotear una visita del dictador en la que labró su mito de redentor de Cataluña. “El hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha elegido -mecanografió el Tartufo– como instrumento de gobierno la corrupción. […] Sabe que un país podrido es fácil de dominar. […] Por eso, el régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica”. Otro tanto cabe con la diatriba de Sánchez contra Rajoy en su moción de censura Frankenstein y que ahora le describe a él de cuerpo entero. Pavoneando su virtud, Pujol se reveló un gran impostor que escondía la contabilidad de sus saqueos en una carpeta epigrafiada “The Family”, como hoy los Kirchner de la Moncloa.
Desde la tentativa de golpe de Estado separatista de 2017, España no vivía una encrucijada como la que afronta con este autogolpe de Sánchez que remeda el amago de retirada táctica de Fidel Castro en 1959 para derrocar como presidente cubano al juez Urrutia reacio al “entrismo” comunista para redirigir la salida democrática a la dictadura de Batista a otra revolucionaria. Asaeteado por la purulenta corrupción y su subordinación a terceros países a raíz del espionaje de su teléfono, así como el de sus ministros de Defensa e Interior, o Agricultura, antiguo embajador en Rabat, promueve una situación de confusión para para escapar en medio de la misma y concentrar todo el poder en su persona. Si Sánchez usó la emergencia del Covid para poner en jaque a la democracia española, tal y como certificó el Tribunal Constitucional antes de someterlo a su maestresala Conde-Pumpido, ahora propicia esa excepcionalidad para dar mate al orden constitucional y satisfacer a sus socios de correrías.
En el carnaval a destiempo de este fin de semana, los plañideros que gimoteaban cual falsas viudas en el entierro de la sardina no perseguían tanto que no se marchara quien saben que no saldrá de la Moncloa ni con aguarrás, sino refrendar su órdago para excluir a la España que no le vota ciscándose de paso contra la libertad de información y contra la independencia judicial. A la Prensa, la amenaza solapadamente con una ley liberticida como la de Azaña en la supuesta defensa de la II República que dejaba al albur de la arbitrariedad el cierre de medios críticos con el encomio del nuevo “manifiesto de los persas” suscrito por periodistas mercenarios que jalean a Sánchez como aquellos diputados absolutistas a Fernando VII; a la Justicia, mediante una aminoración de las mayorías cualificadas para la elección del Consejo del Poder Judicial y que los tribunales los ocupen jueces bizcochables reducidos a apéndices gubernamentales como los fiscales. Dos despropósitos ya anticipados por sus socios y verbalizados por un demócrata cabal -valga la ironía- como el mandamás del PCE, Enrique Santiago, ese paladín de la libertad encarcelada que añora el asalto al Palacio de Invierno soñando verlo en España.
En su misiva, cual dictador en ciernes, apelaba directamente a la masa para, sin intermediarios y sin controles como ya dicta dentro del PSOE, horadar los cimientos de la democracia representativa
Si Sánchez logra arrogarse la impunidad que busca con una corrupción que le concierne directamente, la democracia española padecerá una involución autoritaria timoneada por quienes socavan sus fundamentos desde dentro. Por eso, en vez de admitir la fiscalización parlamentaria y judicial, la aparente carta de amor que Sánchez, como buen fullero, se ha sacado de la manga encierra el germen de una democracia aclamatoria, es decir, tiránica. En su misiva, cual dictador en ciernes, apela directamente a la masa para, sin intermediarios y sin controles como ya dicta dentro del PSOE, horadar los cimientos de la democracia representativa. Auspiciando la polarización, pretende rebasar la ley e instaurar un decisionismo, esto es la prevalencia de la voluntad sobre el Derecho, apoyado en la excepcionalidad que él patrocina. Es el patrón de Carl Schmitt con el nazismo para legitimar cualquier desmán por la existencia de un enemigo que contraviene la voluntad benefactora del caudillo y contra el cual está permitida inclusive su proscripción (o exterminio, como en el holocausto judío), Con Sánchez, la democracia deliberativa transmuta en democracia “aclamativa” en la que la mayoría gubernamental aprueba sin debate ni dictámenes las leyes que decreta con un Legislativo constreñido al rol de escribanía del Ejecutivo. En su deriva autocrática, un Sánchez sin principios asume los postulados del tinglado Frankenstein subrogándose el decisionismo separatista y el bolivarismo comunista. Ese abanico sujeta sus varillas con el clavillo del simpar Zapatero como comisionado (y comisionista) del bolivariano Grupo de Puebla a la manera de los comisarios soviéticos que contribuyeron a que el PSOE deambulara de partido reformista a revolucionario “cuando ha habido necesidad de romper con la legalidad”, como atestiguó “sin ningún reparo y sin escrúpulo” Largo Caballero, ministro de Trabajo de la II República, en el XIII Congreso de 1932.
Insaciable ansia de poder
Dado que en ninguna parte del mundo la mitología de la izquierda ha pasado tan fácilmente como en España a ser considerada verdad acrisolada con la avenencia acomplejada del centro y de la derecha, como historió el gran hispanista británico Raymond Carr, bien haría ésta en dejarse de templar gaitas y de ejercitar la política inane del tiqui-taca. A base de pases cortos, regodearse con el balón, asomarse al área rival para retroceder luego, de amagar y no dar, sin rematar nunca la jugada, ni se frena ni se bate a un socialpopulista como Sáncheztein que, a medida que acopia poder, levanta muros para recluir a quienes disienten de sus políticas liberticidas y de su guerracivilismo.
Sin duda, su vanidad siempre fue mayor que su talento, pero éste lo compensa holgadamente con su carencia de recato y su insaciable ansia de poder. De ahí que el amor podrá esperar tras un paréntesis como el que se marcó con los bilduetarras en la campaña vasca para luego atribuirse sus votos y blasonar ante Feijóo que le había vencido “nueve a uno”. ¡Como para convertirse en eremita del poder quien se profesa amor a sí mismo por encima de cualquier tentación pasajera!