Ni un Estatuto inconstitucional como el catalán ha servido para aplacar el conflicto nacionalista; el Plan Ibarretxe se reproduce, ahora con Urkullu; de nuevo el órdago: independentismo o nada, derecho de autodeterminación o conflicto infinito. Si no se entiende este escenario, no hay forma de gestionar la pervivencia del modelo autonómico.
El nacionalismo autonomista ha muerto. Todos los nacionalismos se han hecho definitivamente independentistas. La distinción entre nacionalismo moderado y radical ya sólo reposa en el grado de legitimación del terrorismo. La otra pata de esa vieja distinción, la diferencia entre autonomistas e independentistas dejó de existir. La masiva manifestación independentista de Barcelona con CIU a la cabeza y el discurso plenamente independentista de Iñigo Urkullu en su proclamación como nuevo presidente del PNV son los ejes del nuevo escenario en el que juega el Estado de las autonomías. El de la tensión independentista. Desde el nacionalismo por todos sus flancos.
Si no se entiende este escenario, no hay forma de gestionar la pervivencia del modelo autonómico. Y seguir con las ironías sobre la España rota tan queridas a los socialistas es tan sólo una muestra de ceguera política. De incapacidad para entender que ni un Estatuto inconstitucional como el catalán ha servido para aplacar el conflicto nacionalista. O que el Plan Ibarretxe se reproduce, ahora de la mano de Urkullu. Que el órdago ha subido de nuevo. Independentismo o nada. Derecho de autodeterminación o conflicto infinito.
También es imprescindible entender que el chantaje nacionalista se produce en una doble dirección. Hacia España y hacia dentro. Hacia España, el nacionalismo rupturista que forman ahora vascos y catalanes -adiós a la diferencia catalana- ha roto cualquier atisbo de respeto a las reglas constitucionales. Tampoco el catalán entiende más del derecho del resto de españoles a decidir sobre cualquier parte de su territorio y aún menos de su capacidad para exigir incluso un recorte de la autonomía.
Pero es más preocupante el chantaje hacia dentro, hacia los propios ciudadanos no nacionalistas o nacionalistas no independentistas. Se nos olvida que la posición independentista ni siquiera llega al 30% allí donde es más elevada, el País Vasco. Es decir, el independentismo de CIU o de Urkullu se plantea también contra la propia mayoría de sus comunidades. Una mayoría callada, atemorizada, atrapada en la enajenación independentista.
Edurne Uriarte, ABC, 3/12/2007