El AVE sucedáneo

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El tren extremeño es otra metáfora del sanchismo y de su empeño en tunear la realidad con reclamos propagandísticos

No se iba a librar la Renfe. Si este Gobierno ha invadido primero y destruido o malversado después el prestigio de toda clase de instituciones y organismos, del Parlamento al poder judicial, del CIS a Correos, del servicio de inteligencia al Instituto Estadístico, no había ninguna razón para que la empresa ferroviaria quedase a salvo del estropicio. Hasta la alta velocidad, la joya de la tecnología española, sufre un grave y continuo deterioro de la calidad de su servicio. Desde la pandemia han disminuido las frecuencias, empeorado el trato a los viajeros, sobrevenido los retrasos y aumentado los precios, en algunos casos hasta un treinta por ciento en virtud (?) de un nuevo procedimiento de venta basado en algoritmos de demanda al estilo de los pasajes aéreos. La red de media distancia colapsa por momentos y un personal desbordado –hay trenes circulando sin interventores– soluciona como mejor puede los problemas de una planificación sin cálculo ni método, temiendo además que el pico de tráfico agosteño y la anunciada gratuidad de los abonos en septiembre generalicen el bloqueo.

El manifiesto caos funcional no impide sin embargo el habitual despliegue de propaganda a todo trapo, cuyo último episodio es por ahora la inauguración en Extremadura de un sucedáneo de AVE presentado como acontecimiento extraordinario pese a que buena parte de sus tramos no están siquiera electrificados. Un Alvia tuneado que con sus voluntariosos cien kilómetros por hora de media apenas resulta competitivo, y menos aún disuasorio, con el trayecto por carretera, pero que el Ejecutivo se empeña en presentar como reluciente ejemplo del cumplimiento de una promesa. Y allá que ha ido Sánchez, improvisando en la agenda una visita al monte recién calcinado para guardar las apariencias. Eso sí, parapetado tras el Rey para dulcificar las protestas de unos ciudadanos hartos de esperar durante años no ya un ferrocarril ultrarrápido sino uno capaz de alcanzar un simple estándar de confort contemporáneo. Un transporte algo más acogedor que la arcaica diligencia diésel que vienen soportando entre injustificables demoras y cotidianas averías del aire acondicionado.

Ese fraudulento AVE extremeño viene a ser otra metáfora del sanchismo, siempre impermeable al fracaso y dispuesto a impedir que la realidad le estropee un reclamo. Los montes se queman por el cambio climático, la inflación es culpa de Putin y de los manejos de oscuros empresarios, Bildu es un partido de ejemplar conducta democrática y los trenes que construye la alianza de progreso nunca van despacio. España vive una etapa histórica de bienestar gracias al compromiso generoso de su líder con los ideales de la libertad y el desarrollo. Sólo la derecha jeremíaca y desleal continúa negándose a arrimar el hombro, profetiza una catástrofe en otoño y prefiere seguir creyendo lo que ven sus propios ojos.