El pasado sábado, 24 de junio, conocimos que el grupo mercenario Wagner se había sublevado en la ciudad rusa de Rostov, 1.000 kilómetros al sureste de Moscú. Durante esa dramática jornada, las noticias daban cuenta de lo que parecía un avance imparable, casi un paseo militar, hacia Moscú. Tras Rostov, siguió Vorónezh, y así hasta llegar a Lípetsk, a escasamente 400 kilómetros de Moscú. Ahí se detuvo la revuelta, sustituido luego por la información de que el jefe del Grupo Wagner, Prigozhin, detenía su avance y se desviaba hacia Bielorrusia, cuyo autócrata, Lukashenko, no deja de ser un títere del presidente ruso Vladimir Putin.
No era nueva la información de las desavenencias entre el Grupo Wagner y el ministro de defensa de Rusia. Ya el pasado mes de mayo Prigozhin había clamado en diversas ocasiones contra la jefatura militar rusa a propósito de la invasión de Ucrania. Imposible no rememorar las palabras de Winston Churchill en octubre de 1939 para definir Rusia: “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.
Lo cierto es que aquel avance militar inicialmente fulgurante hacia Moscú se detuvo a última hora de ese mismo sábado 24 de junio, sin que sepamos ahora predecir qué puede suceder en Rusia. Siendo claro que Putin queda tocado y disminuido, y su poder imperial se percibe en decadencia, como así se ve también a toda la sociedad rusa. A fin de cuentas el Grupo Wagner era el ejército privado del propio presidente ruso. Así se entiende que el mismo sábado pasado, Putin calificara aquel alzamiento como una traición, una puñalada por la espalda. Y pasados los días, es el mismo Putin quien ofrece a los integrantes de ese grupo militar tres opciones: o bien se integran en el ejército ruso, o se marchan a Bielorrusia, o bien se retiran a sus casas.
Parece una maniobra para acabar con ese levantisco ejército, al menos en tierras rusas. Otra cosa será el futuro de ese grupo militar en regiones como África, señaladamente en el Sahel, o en Medio Oriente, tras su muy importante intervención en la guerra de Siria a favor de otro dictador, Bashar Al-Assad.
Otra cuestión distinta es el porvenir de la guerra de Ucrania. Anunciada por Putin en febrero de 2022 como una guerra relámpago, en la creencia de que Kiev caería en pocos días, lo cierto es que tras 16 meses es claro el fracaso del ejército ruso, con muchas decenas de miles de muertos. Y quizás asistamos a una contraofensiva ucraniana que lleve al colapso militar de Rusia. A fin de cuentas, la sublevación del Grupo Wagner el pasado fin de semana tiene precisamente su origen en la desastrosa situación militar rusa en Ucrania. Ese tipo de revueltas muchas veces anticipan un posterior desastre.
En todo caso, cualquier cosa puede suceder en Rusia. Desde luego, la presencia de tanques y la preparación de defensas en las calles de Moscú el pasado sábado no se había visto allí desde el golpe de estado fallido contra Mijael Gorbachov por parte de las últimas autoridades soviéticas en agosto de 1991.
Conviene recordar los antecedentes históricos de Rusia con motivo de fracasos militares. El más importante, en 1917, cuando colapsó el ejército ruso frente a Alemania, en el curso de la Primera Guerra Mundial. Ese colapso, que ya había provocado la caída de la monarquía zarista en febrero de 1917, llevó a la revolución de octubre de ese mismo año en San Petersburgo –capital entonces de Rusia– liderada por Lenin y Trotski. Rememoremos lo que vino luego: una cruenta guerra civil, la dictadura comunista, la creación de la URSS y a partir de 1922 el liderazgo sanguinario de Josef Stalin.
La presencia de tanques y la preparación de defensas en las calles de Moscú el pasado sábado no se había visto allí desde el golpe de estado fallido contra Mijael Gorbachov por parte de las últimas autoridades soviéticas en agosto de 1991.
También ha de recordarse el fracaso de la invasión soviética de Afganistán a finales de los años 70 del siglo pasado. Fue una guerra catastrófica que llevó a Gorbachov a retirar su ejército de aquel país en febrero de 1989. A continuación, en noviembre de ese mismo año cayó el muro de Berlín, lo que tuvo como consecuencia, a modo de castillo de naipes, el hundimiento del sistema comunista en toda la Europa del Este; y además en la URSS, tras el golpe de estado contra Gorbachov en el verano de 1991, se produjo la desaparición de la propia Unión Soviética al final de aquel mismo año.
Lo que sucedió después, tras el liderazgo ruso de Boris Yeltsin, es el auge del autócrata Putin durante más de 20 años. Un dictador creciente que ha aniquilado a la disidencia política y gobierna sin rival, sin ningún freno constitucional. Así ha sido hasta ahora, hasta que el Grupo Wagner ha mostrado la debilidad y fragilidad de ese caudillo. Y a partir de ahora, todo puede ser, incluida su propia caída. Si así sucede, es imprevisible qué puede venir después. Recuérdese que el Grupo Wagner se llama así en memoria de Richard Wagner, compositor musical alemán que era el favorito de Adolf Hitler. Lo tenebroso y sangriento de ese grupo, a caballo entre la cleptocracia, la barbarie y las brutalidades sin fin, son reflejo y medida del carácter destructivo del régimen de Putin.
Así el futuro de ese país inmenso que es Rusia se nos antoja imprevisible y hasta un punto aterrador, la desgracia política de una sociedad atormentada por sus tiranos sucesivos y que acaso se desliza hacia una guerra civil.
Sea como fuere, resulta imposible evaluar el estado actual de la guerra en Ucrania sin tener en cuenta el papel, tan activo, desempeñado por la Unión Europea y por Estados Unidos. Sin el envío de armamento y de medios económicos, y sin la aplicación de sanciones internacionales frente a Rusia, hoy no existiría la situación esperanzada de Ucrania. Su futuro habla muy bien de una Europa volcada en la solidaridad con este país agredido sin piedad por Rusia.