Santiago González-El Mundo
Uno ha conocido funerales más alegres que la toma de posesión de ‘Torraplá’ como presidente de la Generalidad. Sin más invitados que una docena de familiares, en la antesala del despacho que sólo puede usar el legítimo y en un acto que apenas duró dos minutos, el valido juró el cargo sin otra bandera que la señera y sin retrato real. No hubo en el acto más medios de comunicación que los comprometidos en el procés; fue una toma de posesión a cencerros tapados, con expresión que trasciende la metáfora para evocar cualidades semovientes en algunos de los presentes: un trotecillo alegre, el balido del valido, la mirada de inteligencia de la vaca.
No hubo ningún representante del Gobierno. El Ejecutivo se negó a aceptar el trágala de Torra, que quería imponerles el nivel de la representación, un par de subsecretarios, ningún miembro del Consejo de Ministros, pongamos por caso. El secretario del Govern, Víctor Cullell, leyó las palabras que daban sentido al acto, el Real Decreto de nombramiento, en cumplimiento de lo dispuesto en la Constitución y el Estatuto de Autonomía, firmado por el Jefe del Estado, Felipe Rey, y rubricado por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey.
Torra fue nombrado representante ordinario del Estado en la Comunidad Autónoma Catalana, aunque él no quiso referirse a ello. Juró el cargo inspirándose en la fórmula usada por Puigdemont, sin enojosas referencias a guardar y hacer guardar la Ley, compromiso de los gobernantes en democracia, pero no parece que haya materia recurrible en ello. La fórmula digamos ortodoxa, fue aprobada por Suárez en 1979, en la España preautonómica, pero tanto el Tribunal Supremo como el Constitucional se negaron a validarla en 1985, no era obligatoria. Y ahí empezó el rosario de los imperativos legales y otras fórmulas vistosas a las que hoy se acogen las más variados cargos públicos.
No hay mucho que hacer por ahí, pero no parece que el nuevo president esté cumpliendo el mandato de la CUP. La bandera española sigue ondeando en el Palacio de la Generalidad y él se ha librado de hacer el menor gesto de proclamación de la República entre su investidura por el Parlamento al que se debe y el nombramiento por el Rey, al que tanto debe.
Las cosas no acaban ahí; las redes sociales han repetido la foto de Torraplá con su mujer y una hija, miembros las dos de los CDR, ante Ferraz el 1 de octubre de 2016, el día en que el Comité Federal del PSOE destituyó a Pedro Sánchez. Por el federalismo y para que el Senado venga a BCN, tuiteaba el pobre sus aspiraciones. ¿Puede un independentista pedir una España federal y reclamar el Senado de la Nación enemiga para su territorio? Es un independentismo algo extravagante, ya veremos qué dice la CUP.
Uno ve la foto de Torra y su familia cederista y empieza a comprenderle un poco. El espejo le devuelve una imagen que le lleva a escribir sus artículos contra los españoles, sus hermanos, sus iguales, los santos inocentes, aunque debería pensar que no todos los españoles son así. Torra nos va a dar grandes momentos, lo auguraba el genio de Claude Chabrol: «La estupidez humana es infinitamente más fascinante que la inteligencia, porque esta tiene límites y la estupidez no».