José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Rajoy, en ‘Una España mejor’, da muestras de su indolencia ante la corrupción. Por la que hubo en el PP, le crecieron competencias y Sánchez e Iglesias llegaron al poder
Desde que en julio de 2013 se publicase el mensaje telefónico de Mariano Rajoy al tesorero del PP, Luis Bárcenas, ya en la cárcel (“Luis, sé fuerte”), se ha establecido entre ambos una simbiosis casi biográfica que persigue al expresidente del Gobierno del PP y, en cierta forma, convierte al hombre de los dineros populares en personaje con mayor favor público. Sin embargo, Bárcenas es un tipo con una acumulación de acusaciones considerable, mientras que el que fuera máximo líder del PP se mueve siempre al borde del precipicio: no ha sido imputado, pero podría serlo si se acreditase que estaba al tanto de la organización de una suerte de mafia policial que, por una parte, espiaría a Bárcenas, y, por otra, montaba operaciones contra los adversarios políticos sirviéndose de fondos reservados para engrasar las voluntades de funcionarios corruptos.
No es extraño, porque Mariano Rajoy fue indolente con la represión de la corrupción en su partido. Quizá lo estamos observando ahora en la pieza separada Kitchen (en la que el creativo Villarejo ponía a todos los miembros del ‘casting’ su correspondiente apodo, asignándole al gallego el de ‘Barbas’). En su libro ‘Una España mejor’ —un título que no se sabe si es patético, cínico o burlesco—, Rajoy trata la corrupción en las páginas 258 a 286 en un volumen que ocupa 380. No es demasiado si tenemos en cuenta que fue esa lacra la que le expulsó del poder de forma inédita en la democracia española: mediante una moción de censura en junio de 2018, basada en un ‘obiter dicta’ (mención no sustantiva para la resolución del proceso) en la sentencia principal del caso Gürtel. De esa corrupción ‘gurteliana’ trae causa el poder de Sánchez y, por derivación, de Iglesias.
Rajoy, con una indolencia que roza la frivolidad, descarga de gravedad la corrupción suponiendo que se está exagerando, por lo que él mismo se define como algo perfectamente lejano a un “inquisidor” e insiste en la necesidad de mantener a todo trance la “presunción de inocencia”. Escribe (página 261): “Nunca he estado dispuesto a sumarme al carro de los inquisidores, ni a tirar a la gente por la ventana sin más fundamento que un titular de prensa o las urgencias del momento”.
Si Francisco Martínez Vázquez, exsecretario de Estado de Interior, relee estas frases del Barbas (sic de Villarejo, al que apodó como ‘Choco-Paco’), podrían sugerirle que son las de un hombre que falta a la verdad porque a él sí le tiró por la ventana. Porque la acusación de este alto funcionario —que no es un Correa de la vida, sino un letrado en Cortes, un militante de la aristocracia del PP— le considera un “miserable” —lo mismo que a Cospedal y a Fernández Díaz— porque entiende que le han dejado en la estacada después de cumplir la misión parapolicial de intentar neutralizar a Bárcenas robándole los papeles que pudiera acumular que acreditasen manejos turbios con los dineros del partido.
Lo cierto es que el que fuera número dos en Interior entre el 11 de enero de 2013 y el 18 de noviembre de 2016 del muy pío Jorge Fernández Díaz, ha hablado por los codos en grabaciones que el ministerio fiscal ha presentado en el procedimiento penal que se sigue contra él y otros en la Audiencia Nacional, ofreciendo afirmaciones rotundas por las que los fiscales reclaman la imputación de la ex secretaria general del PP, de su marido, Ignacio López del Hierro (apodado por el viperino y zafio Villarejo como ‘el polla’) y del exministro del Interior. Todos ellos, incluyendo eventualmente a Rajoy, estarían al tanto de la tropelía.
El levantamiento del sumario de la pieza separada Kitchen —una de las muchas, hasta 20, de las que se siguen contra las fechorías de Villarejo— ha sido como un tsunami que ha vuelto a rememorar las peores épocas mediáticas para el PP, con portadas sobre la corrupción en su organización y un manifiesto desconcierto de sus dirigentes. Este asunto —por más que Casado estuviese en los linderos del partido entre 2013 y 2015— cuestiona de nuevo a toda la organización y le echa encima, además de la oposición, el muy activo frente mediático que necesita dar oxígeno tanto al PSOE como a Podemos, que deambula también por los pasillos judiciales.
Lo que ocurre y seguirá ocurriendo (lo puse de manifiesto en mi libro ‘Mañana será tarde’, editado por Planeta en 2015) es que la corrupción bajo la etapa de Rajoy hundió al PP, dividió a la derecha, permitió la emergencia fugaz de Ciudadanos y ofreció margen para el reclutamiento de votantes por Vox. Rajoy falló en este tema, en el de Cataluña y, aunque muchos lo impugnen, en no haber evitado que el 51% del sistema financiero (cajas de ahorros) fuese rescatado.
Una anécdota define a Rajoy y la corrupción popular. Cuenta el expresidente en su ‘Una España mejor’ (página 267) que en una comida de campaña en una provincia española que no menciona, reunió a un reducido grupo de compañeros de partido en un almuerzo. Se habló de la corrupción. “Y en eso —cuenta el gallego—, uno de los comensales levantó la mano y dijo: ‘Es que yo también estoy imputado’. Era concejal de Urbanismo… Cuando todos convinimos que era una situación injusta, otra comensal levantó el dedo: ‘Yo también estoy imputada”. Concluye Rajoy: “A partir de ese momento, aquello parecía una reunión de Imputados Anónimos”. Y prosigue, reflejando su banalidad: “Me gusta poner el foco en los políticos inocentes”. Y sí, lo puso. Y así le fue; así le está yendo al PP.