José Luis Alvite, LA RAZÓN, 17/4/12
En España estamos de regreso en la pobreza y tendremos que adaptarnos emocionalmente a las nuevas circunstancias, echar mano del sentido común y arrimar el hombro antes de que a la decepción generalizada le suceda sin remedio el pánico y se resientan incluso las costuras del Estado. Se acabaron los felices y desprevenidos días de esplendor, los tiempos fértiles, las décadas de auge y expansión. Nos preguntaremos ahora qué diablos ha sucedido para que sobreviniese semejante batacazo. ¿Cómo pudo ser que nos hayamos convertido en el camarero del restaurante en el que durante tanto tiempo fuimos el exquisito comensal? ¿No será que éste de ahora, tan precario, es justamente el lugar que nos corresponde en el mundo, un sitio discreto adecuado a las posibilidades reales de un país en el que la conquista moral más resistente de los últimos años es el botellón? No me sorprende la postración económica y social de España, que se viene abajo arruinada por una clase política irresponsable y por la actitud general de una ciudadanía que pasó de comer con los dedos a usar la pala del pescado para abrir la correspondencia. Fue todo apariencia, pirotecnia, el falso brillo económico de un pueblo en cuyas universidades la ciencia y el arte fueron desalojados sin pudor porque cundió la idea de que un biólogo, un pensador, un ingeniero, en modo alguno podrían ser equiparables a un cocinero. Ciudadanos que no conocían los alrededores del lugar en el que nacieron, gastaban sus ahorros en viajar a lugares remotos que ni siquiera sabrían pronunciar. ¿Qué podríamos esperar de una sociedad en la que el conocimiento ha sido considerado una lacra? ¿Podría haber ido muy lejos un país en el que nos enseñaron que para atracar un banco no hay nada mejor que dirigirlo?
José Luis Alvite, LA RAZÓN, 17/4/12