El Correo 27/11/12
Los jeltzales se felicitan de haber dado prioridad a la gestión de la crisis aunque advierten al PP de que sigue teniendo «un problema» con el encaje autonómico
Desde la página 1 BILBAO. El 28 de septiembre, hace ahora dos meses, Iñigo Urkullu se fotografió con Artur Mas en Barcelona en plena ebullición de la precampaña vasca. El entonces candidato del PNV y hoy próximo lehendakari decidió que no merecía la pena rehuir o ignorar un fenómeno real –el desafío soberanista catalán–, pero se esforzó también en marcar distancias con la apuesta de CiU por la consulta independentista con o sin la aquiescencia del Estado. Euskadi y Cataluña son realidades distintas y contextos diferentes, insistían entonces los jeltzales. Hoy, visto el sonoro bofetón que los catalanes han propinado a la pretensión de Mas de contar con una «mayoría excepcional» que le permitiera conducir a sus anchas el proceso soberanista, en Sabin Etxea se reafirman en lo «acertado» de su estrategia y de su campaña. «Si una lección se puede extraer de los resultados del 25-N es que quien abandona el centro pierde», resumen en la sede central jeltzale.
Los peneuvistas, a quienes unen lazos de hermandad con CiU –Iñigo Urkullu habló el domingo con Artur Mas en dos ocasiones: por la mañana y tras el recuento para felicitarle, pese a todo, por su victoria–, reconocen en privado el fracaso sin paliativos del líder convergente y el error que ha cometido al medir sus fuerzas. Creen, sobre todo, que el president en funciones se equivocó al pensar que podría convertirse en el único gobernante occidental al que la lacerante situación económica no desgastase, incluso a pesar de que no ha dudado en meter la tijera en partidas sensibles. «Pero la crisis sigue pasando factura a todos los gobiernos», constata un burukide del EBB, convencido de que nunca se puede perder el pulso de la sociedad –la radiografía completa– para «ver cómo te sigue antes de dar pasos».
Por esa razón, el argumentario pre y post electoral del PNV ha apostado por la «centralidad» y moderado sensiblemente el discurso soberanista, vinculándolo siempre a un mayor bienestar y a la necesidad de contar con más herramientas propias «para la resolución de la crisis». «Se comprueba que acertamos al plantear una campaña muy a pie de calle, centrada en los problemas de la gente y en la salida de la crisis», apunta otra fuente del entorno del futuro lehendakari, que desde el principio apostó por no implicarse demasiado en el órdago catalán y limitarse a mostrar su «respeto» por la decisión de Mas de convocar unas elecciones de tintes plebiscitarios a mitad de legislatura. O sea, que en cierto modo se empapó del tradicional ‘seny’ catalán y les dejó a ellos las aventuras.
De hecho, el PNV ha insistido desde la histórica fecha de la Diada en que Euskadi tiene su «propio camino» y que, además, ya lo ha recorrido en parte. Si algo ha hecho bueno Mas es el dicho popular de que nadie escarmienta en cabeza ajena: a la mente de muchos jeltzales han venido los comicios autonómicos vascos de 2005 que Ibarretxe intentó enfocar también en clave personalista tras el portazo con que las Cortes Generales despacharon su plan. «Pensábamos que íbamos a arrasar y en absoluto», rememoran. En aquella cita con las urnas, Ibarretxe, sin acercarse al batacazo de CiU, perdió cuatro escaños respecto a los 33 que había obtenido hace cuatro años y demostró que resulta arriesgado plantear un envite electoral en clave de emplazamiento emocional a un pueblo que no siempre comparte las ansias de sus gobernantes.
Campaña «sucia»
Junto a la crisis económica, el EBB incluye otros tres factores a tener en cuenta para explicar el desplome de CiU, además de un evidente exceso de confianza en unas encuestas erradas y una lectura defectuosa del ímpetu soberanista que se escenificó el 11 de septiembre. Por un lado, la altísima participación registrada el domingo, más de diez puntos por encima de la de 2010. Además, apuntan en el PNV, se partía de una premisa previa que ha resultado falsa: se presuponía que el órdago de Mas tendría el efecto de polarizar buena parte del voto entre CiU y el PP pero, en cambio, se ha producido una «atomización» del mapa político que ha alimentado claramente a «los extremos»: por la izquierda, ERC y CUP, y por la derecha, Ciutadans. A eso habría que sumarle, según el PNV, un tercer factor: la «sucia» campaña de determinados sectores mediáticos contra CiU, que habría alimentado a partidos en los márgenes del sistema en plena crisis de descrédito de la clase política.
Hecho el análisis, la pregunta es clara. ¿Y ahora qué? El PNV tiene claro, y así lo manifestó ayer el líder del partido en Bizkaia, Andoni Ortuzar, que su ‘hoja de ruta’ no sufrirá «grandes alteraciones». De hecho, los planes permanecen inalterables y pasan por enfocar la legislatura en el combate contra la crisis, mientras, de forma más o menos colateral –aunque parece dudoso que la atención pública no se centre de manera especial en ese órgano–, una ponencia parlamentaria trabaja para lograr un «gran acuerdo» de reforma del autogobierno que, solo en caso de alcanzarse primero en Euskadi y después con el Estado, se ratificaría mediante consulta popular en 2015.
Ésa es otra de la grandes diferencias con Mas, aunque el PNV insiste también en que el Gobierno de Mariano Rajoy «haría mal» en leer el fracaso de Mas como un éxito propio o un espaldarazo al centralismo y le aconsejan que mantenga «abiertas las vías de diálogo», más que nunca, con las «nacionalidades históricas». «CiU sigue teniendo una ventaja de más del doble sobre el segundo, las fuerzas soberanistas 74 escaños y los partidarios de la consulta casi 90», recuerdan los jeltzales, que advierten al Ejecutivo central sobre el riesgo de interpretar los resultados «en clave recentralizadora». El propio Iñigo Urkullu lo resumió todo en un mensaje que colgó ayer en su cuenta de Twitter. En su opinión, las elecciones del pasado domingo han demostrado que Euskadi y Cataluña «son problemas sin solucionar para el Estado».