José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Torres está apurando la jugada. Manejando un arriesgada táctica de aplazamiento. Fiando a la anestesia del transcurso del calendario su renuencia a ofrecer explicaciones sobre González y Villarejo
El viernes, en Bilbao, se espera al presidente del BBVA, Carlos Torres, con la escopeta cargada. Se celebra en el Palacio Euskalduna la junta general ordinaria de accionistas. Y el sucesor de Francisco González —debe ser ratificado en su cargo por la convención— no parece que pueda responder a las muchas y graves preguntas de los accionistas de la entidad sobre la indecente contratación por el banco de los servicios del comisario Villarejo, retribuido con seis millones de euros entre 2004 y 2018, para vigilar, interceptar la comunicaciones y, eventualmente, chantajear a los adversarios de González que quisieron sustituirle al frente de la entidad.
Escribió el domingo en ‘El Correo’ Manuel Álvarez, el periodista de referencia en el País Vasco sobre temas empresariales y financieros, que “no hay que descartar que la junta se convierta en la plasmación de un cierto ánimo de venganza, por duro que parezca, en relación a la etapa en que Francisco González presidió el banco. Y no solo porque supuso la salida de los consejeros que procedían del BBV —fruto del expediente abierto por el Banco de España sobre los fondos no declarados en el balance y uso de una parte de esos recursos para la constitución de fondos de pensiones en Estados Unidos—, sino también porque esa etapa ha supuesto el total alejamiento de los centros de decisión del País Vasco. Más allá de la burocrática sede social, el BBVA no conserva en Euskadi ningún centro de decisión corporativo”.
Por su parte, Ignacio Marco-Gardoqui, igualmente un referente reputado en el análisis económico e industrial del País Vasco —tenido por una voz mediática del empresariado vasco—, tituló su artículo del domingo en el mismo periódico «La junta, una ocasión magnífica». ¿Magnífica para qué? Según el autor, para que Carlos Torres conteste a las interrogantes sobre quién dio la instrucción de contratar a Villarejo; qué información podía valer tanto dinero; quién conocía esos contratos, y sobre el contenido de los trabajos del comisario retirado.
El actual presidente del BBVA tuvo el 26 de febrero un encuentro —educado pero tenso— en el Círculo de Empresarios Vascos, con intervenciones muy directas de algún consejero defenestrado por González —y que se ha querellado contra él— y de Alfonso Basagoiti, estrecho colaborador de Emilio Ybarra. Los asistentes salieron de ese encuentro muy escépticos sobre la disposición del actual presidente del BBVA para actuar contra Francisco González y sajar con el bisturí toda la información infectada que la entidad tiene necesariamente que acumular sobre los espurios encargos al policía que es, hoy por hoy, el epítome de lo que se denominan ‘las cloacas del Estado’.
Carlos Torres está apurando demasiado la jugada. Manejando una arriesgada táctica de aplazamiento. Fiando a la anestesia del transcurso del calendario su renuencia a ofrecer las explicaciones que se le requieren desde atalayas institucionales y desde las financieras. El BBVA sufre de una reputación deteriorada. Según desvela Marco-Gardoqui en su ya citada columna, los ‘proxyes’ estarían aconsejando sobre el sentido del voto —negativo— acerca de “puntos esenciales del orden del día sometido a votación”.
Garrigues, Uría y PwC, a los que la entidad ha encomendado una investigación interna que se espera dé frutos en las próxima semanas. Se estaría elaborando un forénsic. Este tipo de trabajos son laboriosos porque conllevan entrevistas, examen de documentación, revisión de comunicaciones electrónicas, análisis de tesorería y salida de caja… Algo, pues, diferente, y quizá más complicado que una auditoría. La junta general de accionistas —de la que Francisco González no se despidió, “tanto por su desprecio a los aplausos como por el miedo a los silbidos”, según Marco-Gardoqui— era la mejor oportunidad para que Torres cerrase —precisamente en Bilbao— este episodio bochornoso de la entidad. Por lo visto, habrá que esperar.
Por lo demás, la gestión de Francisco González no es salvable. El que se erigiese en un Savonarola de la ética financiera no solo defraudó esas expectativas intangibles sino que tampoco logró situar el banco en los estándares de dimensión y rentabilidad que se esperaban. Los accionistas son los perjudicados. Pero no son los únicos. Bilbao perdió su entidad financiera más emblemática; los consejeros procedentes del BBV fueron expulsados de mala manera; Emilio Ybarra tuvo que transitar, hasta su absolución, por los tribunales penales. No es extraño, en consecuencia, que la junta del viernes en Bilbao sea para la venganza vicaria, porque por allí no aparecerá Francisco González, pero en el Bocho contemplan a Carlos Torres como un prohijado del gallego, renuente a enfrentarle a sus propias responsabilidades.
Esas responsabilidades que dan la razón a los consejeros vascos del banco ninguneados por González, que advirtieron hace ya años de la factura de este hombre que hizo bueno el dicho popular según el cual “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Y, no, no es venganza lo que requiere este asunto; es algo diferente: claridad y justicia. Otra cosa es que el agravio resultase histórico en Bilbao y allí sea comprensiblemente imperdonable. Si Torres no actúa, será un presidente de transición. Bilbao, el viernes, será el escenario para demostrar que tiene un recorrido que muchos comienzan a negarle.