Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Las instituciones han tardado demasiado en reaccionar al ‘caso Rubiales’

Es una greguería de Gómez de la Serna que hoy le costaría la censura de la cultura de la cancelación: «El primer beso fue un robo». Sin duda, el escritor novecentista no se refería al beso que Rubiales le rapiñó a Jenni Hermoso de la manera más aparatosa y forzada: encuadrándole la cara con las manazas para hacer diana. El adjetivo ordinal que precede al beso del que habla Gómez de la Serna indica que se refiere al que un novio o un amante de la época le da a la mujer con la que ha entablado una relación. Lo llama «primer beso» dando a entender que tras él vendrán otros no ya consentidos, sino deseados. Es verdad que en ese planteamiento apologético de la sustracción oscular o labial juega un papel importante la moral restrictiva de la época. Pero también lo contrario: el modo transgresor y lúdico de entender el sexo, el galanteo y el juego amoroso las clases más liberadas, hedonistas y desinhibidas. El talibanismo progresista que hoy reclama el consentimiento explícito del ‘solo el sí es sí’ debe de andar muy escaso de lecturas porque, de otra forma, sabría que gran parte de la literatura libertina, si no toda, de los siglos XVIII y XIX basa sus argumentos en una falsa y coqueta resistencia femenina al asalto sexual o, dicho de otra forma, en un ‘no que no es no’.

El beso robado de Gómez de la Serna se sitúa en ese marco de costumbres que, pese a la relajación de la sociedad moderna y a la sinceridad que hoy rige en las relaciones de sexo, no ha sido totalmente desterrado de éstas. Todavía pervive, aunque en menor grado que ayer, ese juego de la falsa resistencia femenina y aún se siguen robando besos entendiendo el concepto de ‘robo’ en su sentido más inocente o venial. Pero ésa es la paradoja: pese a contar con todos los atenuantes, el beso travieso de la greguería no se libraría hoy del juicio sumarísimo y del castigo que en cambio, y misteriosamente, se han hecho de rogar mucho en el caso de Rubiales y de su atraco bucal.

No. Rubiales no es Gómez de la Serna. Pero cierta izquierda oficial y gubernamental, que llevaría a un novio a la cárcel por besar a su chica por sorpresa, ha mirado hacia otro lado o ha tardado demasiado en reaccionar ante ese beso impropio, procaz y humillante a una profesional del deporte. Una izquierda que ha reemplazado, con una torrencial verborrea en defensa de la mujer, las medidas y acciones efectivas que protegerían a ésta de los ataques a su dignidad y sus derechos. Una izquierda que cree más en las palabras que en los hechos y que disimula con charlatanería su indulgencia hacia el agresor. Una izquierda que ha querido apuntarse los tantos de ese triunfo de nuestro fútbol femenino, pero lo ha convertido en una derrota para la mujer. Y para todos.