EL MUNDO 27/05/14
· Rajoy descarta hoy esta hipótesis porque la mayoría, un 26%, le votó; la lectura de que sólo es uno de cada cuatro le gusta menos
El PP y el presidente del Gobierno se resisten a leer el resultado de las elecciones europeas como una señal que marque tendencia. Es lógico. Su mensaje, tras el duro varapalo que han sufrido los dos grandes partidos, cambia mucho respecto al que lanzaban la semana pasada y que giraba en torno, casi en exclusiva, al panorama nacional. Ahora, para ellos, y muy particularmente para el PP, lo que han dicho las urnas en ningún caso es homologable a otro tipo de comicios, es decir, municipales, autonómicos o generales.
Sin embargo, cuando los votantes hablan y lo hacen de una manera tan contundente, encierran un aviso de fondo. Así, salvando las distancias entre unas europeas –circunscripción única, participación más baja, menor sentimiento de proximidad…– y unas generales, cabe hacer un ejercicio virtual de extrapolación y aventurar lo que sucedería si los grandes partidos no imprimen cambios muy sustanciales a su estrategia, sus propuestas y sus actitudes.
Con los resultados del 25-M en la mano y aplicando un modelo de circunscripción provincial y reparto de escaños según la fórmula D’Hont, el mapa electoral mostraría una caída brutal del PP –perdería 48 escaños en el Congreso y se situaría en 138–, mientras que el PSOE profundizaría en su particular abismo descendiendo hasta los 106.
En el Parlamento, además, se sentarían otras 12 fuerzas. La conclusión sería una Cámara ingobernable y atomizada, en la que los populares no podrían forjar un Gobierno de mayoría ni siquiera sumando a los suyos los escaños de UPyD, Ciudadanos, Coalición Canaria y Vox. Tampoco lo lograrían añadiendo al equipo al PNV. Y las posibilidades de atraer a CiU al pacto son una quimera.
El PSOE por su parte tampoco podría lograr el objetivo: ni siquiera con una mezcla exótica en la que entraran IU, Podemos, ERC, AGE, Compromís y hasta Bildu.
La única alternativa verosímil de mayoría sólida sería la de la gran coalición al estilo alemán, es decir, PP y PSOE juntos. Un experimento que nunca se ha probado y, por tanto, de resultados impredecibles.
Antes de las elecciones la resistencia máxima a esta hipótesis procedía del PSOE –pese a que fue uno de los suyos, Felipe González, quien la lanzó–, porque no le convenía en absoluto apuntalar aún más la sensación de buena parte de la calle de que populares y socialistas «son lo mismo».
Ahora, el recelo más importante es el del PP, aferrado al argumento que ayer repitió Cospedal, por supuesto, porque así lo quiso Rajoy: «Hemos ganado las elecciones». Según las fuentes consultadas en Moncloa, el presidente se siente respaldado para mantener firme su política porque, pese a los sacrificios que ha exigido, ha logrado, recalcan, el apoyo del 26% de los votantes. La lectura de que sólo se trata de uno de cada cuatro les gusta menos.
En cualquier caso, éstas son las posiciones hoy; dentro de año y medio, en función de las circunstancias, podrían variar. La política es el arte de lo posible y a veces también de lo que parece imposible. Las elecciones municipales y autonómicas serán el segundo test y si en ellas el PP acusa un nuevo descalabro en Madrid y Valencia, no remonta en Andalucía y sigue perdiendo apoyo en las dos Castillas y Galicia, y el PSOE suma a sus múltiples heridas una nueva puñalada en Cataluña, el desafío del gran pacto se perfilará, ya sí, con nitidez. Y tendrán que optar.