- Cabe preguntarse si la pesadilla que estamos viviendo a manos de lo peor de cada casa de nuestra clase política guarda analogías con acontecimientos ya vividos por generaciones anteriores
Es célebre la observación de Carlos Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte sobre la repetición de la historia, primero como tragedia, después como farsa. Ahora que el Gobierno de Pedro Sánchez se desgañita reinventando el pasado a base de profanar tumbas, descubrir obsesivamente fosas, cambiar callejeros, derribar estatuas y adoctrinar a los jóvenes españoles mostrándoles nuestros tiempos pretéritos de forma parcial e ideológicamente sesgada, cabe preguntarse si la pesadilla que estamos viviendo a manos de lo peor de cada casa de nuestra clase política guarda analogías con acontecimientos ya vividos por generaciones anteriores.
Es inevitable fijar la mirada retrospectiva desde la óptica de las desgracias que padecemos hoy en un período especialmente convulso y doloroso del siglo XX en el que España descendió a tenebrosas simas de cainismo, destrucción y desgarro interno: los años comprendidos entre 1931 y 1939, el nacimiento y azaroso discurrir de la Segunda República y el desastre sangriento que fue la Guerra Civil. La tentación de percibir analogías entre aquella época malhadada y el frenesí arrasador del sanchismo es difícil de resistir porque las semejanzas entre personajes y acontecimientos resultan aparentes sin necesidad de forzar demasiado la imaginación.
El partido mayoritario, de manera incomprensible y traicionera, se complace en recabar el concurso de tan tóxicos aliados y procura satisfacer todas sus demandas
Al igual que entonces, ha desaparecido la aceptación de un marco constitucional e institucional común interiorizado por prácticamente todo el arco parlamentario. Una parte del hemiciclo rechaza y deplora el orden político emanado de la transición de la dictadura a la democracia que se llevó a cabo ejemplarmente hace más de cuatro décadas y que culminó en la Ley de leyes de 1978. Esta espesa gavilla de escaños abiertamente hostiles a la Corona, a la unidad nacional, a la economía de libre empresa y a la convivencia armoniosa al amparo de la Norma Fundamental vigente, tal como sucedió en la Segunda República, está en el Gobierno o lo apoya a cambio de avances peligrosísimos en su implacable plan de demolición de todo lo que sea integrador, plural y generador de prosperidad para sustituirlo por todo lo que aporte disgregación, intransigencia y empobrecimiento. El partido mayoritario, de manera incomprensible y traicionera, se complace en recabar el concurso de tan tóxicos aliados y procura satisfacer todas sus demandas a la vez que denigra con hirientes descalificaciones a los grupos opositores cuyo mayor defecto, por lo que parece, es adherirse al imperio de la ley y a los valores de la civilización occidental.
De manera similar a lo acontecido en aquellos aciagos momentos, se ha consolidado un bloque de socialistas, extrema izquierda y separatistas que comparten un plan abrasivo en los terrenos territorial, económico y social cuyos elementos principales son: a) la transformación de nuestro Estado de las Autonomías en un Estado confederal de naciones de nuevo cuño desgajadas del tronco multisecular patrio, paso previo a la definitiva desintegración, b) una política económica de impuestos confiscatorios, intervencionismo paralizante y gasto público desaforado que pauperice a la clase media y fuerce la creación de una mayoría de gentes dependientes del erario, c) la ocupación del entramado de instituciones llamadas a la neutralidad apartidista por un Gobierno voraz y maniqueo y d) una ristra de medidas legislativas muy agresivas en contra de los valores morales y de los principios éticos que vertebran a las sociedades libres y desarrolladas, de ahí los feroces ataques a la familia, al legado del Cristianismo y de la Ilustración, a una educación de calidad en libertad y a la misma naturaleza humana, convirtiendo el mero deseo individual en conformador de la realidad por devastadores que sean los efectos de tal monstruosidad.
Las formaciones políticas comprometidas con la legalidad constitucional operan dispersas, se miran de reojo con recelo y viven ajenas a la gravedad de la amenaza
Frente a este ejército perfectamente cohesionado por un propósito compartido y equipado con un armazón estratégico detalladamente diseñado y realizado, las formaciones políticas comprometidas -por lo menos verbalmente- con la legalidad constitucional, la democracia representativa, la separación de poderes y la libertad, operan dispersas, se miran de reojo con recelo y viven ajenas a la gravedad de la amenaza que gravita sobre la Nación. En lugar de cerrar filas contra un enemigo resuelto a todo y carente de cualquier escrúpulo sueltan propuestas deslavazadas sobre temas concretos a menudo insustanciales y no se muestran capaces de movilizar a los ciudadanos denunciando sin ambages la malignidad del proyecto que el Ejecutivo y sus aliados van implementando paso a paso con decidida e imparable determinación.
Después de la eliminación del delito de sedición y del asalto al poder judicial que Sánchez ha perpetrado, era obligada una moción de censura conjunta de todos los grupos de oposición para despertar a la sociedad española de su letargo y para hacer visible una alternativa creíble y atractiva. Si el lado oscuro se presenta unido, qué menos que contraponerle otra fuerza cohesionada de los defensores de la luz. Lejos de ello, cuando los diputados de Vox se aproximan para sumarse a la concentración de protesta de representantes del PP en la puerta del Congreso ante los desmanes del Gobierno, las huestes de Génova 13 se dispersan rápidamente con un mohín de disgusto para, se supone, no ser contaminadas por el contacto con sus potenciales y únicos aliados. El desánimo y la desmoralización que este tipo de gestos pusilánimes provoca en su masa de votantes son fáciles de calibrar y, desde luego, no la estimulan a acudir a las urnas.
Volviendo a los fantasmas del pasado y a nuestros viejos demonios familiares que creíamos ingenuamente apaciguados, conviene recordar cómo acabó la explosión de odio, revanchismo, violencia y sectarismo que se encendió el 14 de abril de 1931. Más vale que Feijóo haga este ejercicio mental antes de que el incendio que se extiende con alarmante rapidez le devore. Si bien la imagen de la tragedia seguida de farsa es ingeniosa y los amortiguadores de la pertenencia a la Unión Europea y de una elevada renta per cápita nos protegen en cierta medida, no descartemos, por simple precaución, que lo que nos acaezca sean dos tragedias sucesivas.