ALBERTO AYALA-EL CORREO

Pedro Sánchez fue, sin duda, el gran vencedor de las elecciones catalanas del pasado domingo. Es difícil cumplir tantos objetivos en una sola jornada electoral.

El 14-F el PSC ganó, dos décadas después, aun con los mismos escaños que ERC. Su aliado republicano de investidura, segundo, logró el ‘sorpasso’ sobre JxCat por 40.000 votos, posiblemente gracias a la altanería del expresident Puigdemont, que renunció a integrar en su plancha al sector más moderado de la posconvergencia, el PDeCAT de Artur Mas y el PNC de Marta Pascal, los amigos catalanes del PNV.

Los comunes, la versión local de Podemos, consiguieron mantener su peso en el Parlament. ERC está en disposición de elegir entre encabezar un Govern independentista o uno de izquierdas. Y como corolario, el hundimiento de Ciudadanos y el bofetón del PP, desbordados por Vox, confirman que Casado lo tiene un poco más difícil todavía para alcanzar La Moncloa en el corto-medio plazo.

Parecía momento idóneo para regodearse en el éxito por unos días. Casado aún lo ponía más fácil al anunciar, como única respuesta al revés electoral, la venta de la sede central de la madrileña calle Génova, manchada por la sombra de la corrupción, y que ya no responderán a preguntas de los periodistas sobre el turbio pasado de su organización. Feijóo mostraba abiertamente el viernes su enfado ante tan pobre cortina de humo.

Pero no ha habido margen para el relax presidencial porque, de nuevo, Pablo Iglesias ha echado más leña al fuego del enfrentamiento con su aliado socialista. Primero por las leyes de género y por la calidad de nuestra democracia. Y en los últimos días por su apoyo y el de los suyos a las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, un insultador profesional indefendible, por más que muchos creamos que no debiera estar en prisión por ello, y su tardanza en condenar los actos violentos que se han sucedido.

Desde algunos ámbitos vuelve a hablarse del final del Gobierno de coalición. No lo creo. No por ahora. Sánchez ha demostrado sus capacidades como bombero y volverá a hacerlo. Tragará porque no tiene otra si quiere seguir en el poder. Siempre que Iglesias, que debe añorar sus tiempos de agitador callejero desde su enmoquetado despacho, no tense la cuerda tanto que su socio se harte y por pura decencia termine rompiendo.

Más preocupante resulta el día después del 14-F. Las sempiternas dudas de ERC, la animadversión entre Junqueras y Puigdemont, y las divisiones internas en ambos grupos, y en la CUP, hacen imposible saber aún si tendremos Govern soberanista o de izquierdas. Los republicanos no contemplan otras elecciones porque temen, y con argumentos, que Junts les gane.

La primera posibilidad, el Govern soberanista, es como para que en Moncloa se echen a temblar. El indulto inmediato a los políticos ‘indepes’ presos hay que darlo por descontado. Pero la exigencia de un referéndum de autodeterminación se cruzará una y otra vez en el camino de la estabilidad política española. Sólo un pacto de izquierdas en el que socialistas y republicanos intercambien favores en Madrid y Barcelona puede sosegar una legislatura que sigue desbocada.