ABC-IGNACIO CAMACHO
Pluralidad y gobernabilidad son a menudo conceptos contrarios. Hay que priorizar porque no existen círculos cuadrados
N Grecia, el Gobierno surgido de las elecciones del domingo toma posesión y se pone en marcha esta misma semana. Esto es posible porque el partido ganador, en este caso Nueva Democracia, recibe un bonus o premio de cincuenta escaños en virtud de la ley conocida como de proporcionalidad reforzada. Será la última vez, porque el sistema fue abolido en la legislatura anterior con la elegante cláusula de no entrar en vigor hasta dos convocatorias más tarde para evitar suspicacias. También estuvo vigente durante casi una década, hasta 2013, en Italia, y su derogación ha provocado el retorno a la inestabilidad de las coaliciones precarias. Con alguna variante rige asimismo en las municipales de Francia, y parece inevitable abrir el debate en una España donde, dos meses después de los comicios, el Congreso está paralizado y la investidura empantanada en un vago remedo de negociaciones de alianzas.
La idea de la prima a la fuerza más votada, que ha planteado un par de veces –la última hace pocos días– Pablo Casado, suscita dudas de constitucionalidad porque la Carta Magna establece un principio proporcional taxativo y básico. Sin embargo valdría la pena reflexionarla vistos los precedentes y, sobre todo, si se repiten las elecciones por segunda vez en tres años. Existen al respecto varios interesantes estudios de institutos universitarios que proponen el método de la votación paralela o mixta. Se trata, en esencia, de elegir los diputados en dos listas: una de 50 escaños en circunscripción nacional única, lo que disminuiría el peso de los nacionalismos de manera significativa, y la otra idéntica a la de ahora, respetando en su integridad el actual reparto por provincias. El inconveniente es que sería preciso aumentar a 400, el máximo que la Constitución permite, el número de parlamentarios, lo que podría encontrar escasa comprensión en una opinión pública hipersensible y con un sesgo antipolítico muy acusado. Pero algo habrá que hacer si queremos tener mandatos duraderos y con suficiente respaldo. Pluralidad y gobernabilidad son conceptos a menudo antitéticos y conviene tener claro si la sociedad prefiere una representación institucional muy fragmentada y diversa o un poder ejecutivo fuerte y mayoritario. Las dos cosas a la vez no pueden ser porque no existen círculos cuadrados.
Claro que para una reforma así hace falta consenso, cuya ausencia es justamente lo que provoca el presente atasco en la formación del Gobierno. En este clima de sectarismo y mutuos vetos se antoja una ingenuidad pensar siquiera en la posibilidad de grandes acuerdos sistémicos, en especial si perjudican los intereses de los partidos pequeños. Tal vez estemos condenados al bloqueo hasta que los ciudadanos decidan por su cuenta y con su voto salir del punto muerto… aunque sea para regresar a la denostada pero eficiente experiencia del bipartidismo imperfecto.