Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Con lo que no contaba Sánchez es con verse atrapado en la corrosiva aleación que componen la corrupción y el manifiesto deterioro de los servicios públicos

Cada vez que en estos tiempos de susto o muerte leo los periódicos, me viene a la cabeza el viejo chiste del borracho que cuenta a unos amigos cómo inmediatamente después de evitar ser atropellado por un camión de bomberos tuvo que tirarse al suelo para esquivar, de milagro, un aeroplano y, a continuación, nada más incorporarse, a punto estuvo de ser atravesado por la lanza que empuñaba Don Quijote a lomos de Rocinante. “¡Y menos mal que pararon el tiovivo, porque detrás venía un Fórmula 1 a toda pastilla!”.

Pedro Sánchez es como el borracho del tiovivo. No termina de sortear un escándalo y ya tiene otro encima. AldamaKoldoÁbalosLeireCerdán… Y lo que venga; que vendrá. Este sábado va a recomponer el rompecabezas con movimientos completamente inútiles, a ver si con un poco de suerte le aguanta hasta el lunes sin que antes alguien le dé una patada al tablero. No sé si a estas alturas es consciente de que sólo en Zombilandia se puede vivir con ese exiguo horizonte de certezas. Por no tener, ya ni siquiera tiene margen para ejercer su versión más exitosa, la de líder de la oposición a la oposición, y rentabilizar la falta de concreción de la que el PP, sobre los asuntos más sensibles, va a hacer gala este fin de semana.

Y como a perro flaco todo son pulgas y, en aplicación de la Ley de Murphy, por mala que sea toda situación es susceptible de empeorar, al presidente del Gobierno se le ha aparecido estos últimos días la realidad en toda su crudeza. Se le ha parado el tren y lo que ha visto, al abrirse las compuertas, es un páramo bajo un sol de justicia. Nunca mejor dicho. Lo de justicia.

La combinación de corrupciones varias y la persistente cadena de incidencias en las vías férreas, rematada esta semana por un bonito caos en Barajas, están despertando a muchos españoles del coma inducido en el que sesteaban

Sánchez no contaba con esto; con verse atrapado por la corrosiva aleación que componen la corrupción y el palmario deterioro de los servicios públicos. Una combinación explosiva. Hasta hace unos meses, el relato se iba sujetando más mal que bien. Pero la persistente cadena de incidencias en las vías férreas, rematada esta semana por un bonito caos en Barajas, están despertando a muchos españoles del coma inducido en el que sesteaban.

No se trata de mala suerte. No es casualidad. No existe conspiración alguna. Ni sabotaje que valga. No hace mucho RENFE y ADIF eran dos de las joyas de la corona. Hoy, tras años de políticas populistas que han destinado ingentes recursos a comprar votos mientras reducían al mínimo imprescindible el gasto en el cuidado de las infraestructuras, ambas empresas sufren un shock reputacional del que tardarán mucho tiempo en recuperarse. España es el cuarto país de la zona euro que menos invierte en la red de transportes y el último de la UE en inversión pública total.

El resumen podría ser: sí a los bonos-transporte, que son a corto plazo políticamente rentables; no al mantenimiento de la vía, que ni se traduce en votos y solo se nota, y poco, a medio y largo. Y aquí tienen ante ustedes el resultado: un país que parece transitar con alegre desparpajo desde la modernidad al tercer mundo. ¿Conspiración? ¿Sabotaje? Estupideces de quien no tiene donde agarrarse. El borracho ha podido eludir hasta ahora el camión de bomberos, pero era solo cuestión de tiempo ver a este gobierno arrollado por todos y cada uno de los trenes que se paran a diario en medio de la nada.

España 2025: más pobre, más desigual y menos fiable

De repente se han abierto muchos ojos y también la veda. Gobiernos extranjeros y prensa foránea han puesto el foco en España. Y no solo por ser “el nuevo villano de la OTAN”, que también ha contribuido lo suyo. Con el torrente de informaciones que vinculan al partido y al gobierno de Pedro Sánchez con la corrupción, junto a la alarma causada por el apagón del 28 de abril y las continuas noticias sobre los padecimientos en estaciones, trenes y aeropuertos de centenares de turistas extranjeros, se está configurando el retrato, hasta ahora eludido, de un país que cada día que pasa se parece más a la Grecia del rescate.

¿Qué está ocurriendo, se preguntan? Nos preguntan. ¿Qué ha sido del milagro económico español del que tanto presume vuestro presidente? Cuesta trabajo reconocerlo, o reconocérselo a un griego, o a un esloveno, pero la única respuesta honesta es que no hay tal milagro, como aquí ha puesto de manifiesto Ramón González Férriz: “Los servicios públicos empeoran. Las instituciones se degradan. Una parte es culpa del Gobierno actual, pero la decadencia va más allá de este”.

Cierto, hay problemas estructurales que arrastramos de muy atrás y nadie ha tenido el coraje y la inteligencia de afrontar: la baja productividad, la excesiva burocracia, la destrucción del mercado interior único, el incremento exorbitante de las administraciones públicas en paralelo a su creciente politización… “España es el país de la Unión Europea (tal vez en disputa con Italia) en el que la Administración Pública tiene una mayor presencia de cargos de designación política, lo que es un incentivo importante para los partidos, que así pueden atender los innumerables apetitos de sus respectivas clientelas” (Rafael Jiménez Asensio).

Todo eso es verdad. Pero también lo es que en estos últimos años hemos ido a peor. Que la España de hoy no es la de 2018 porque es más pobre, o lo son las familias, es más desigual y es más inestable. Y lo que quizá sea en clave de futuro lo más preocupante: es mucho menos fiable. La propaganda oficial ha retrasado el descubrimiento de esta realidad semioculta, pero ya no es posible esconderla por más tiempo. No es fácil buscar excusas para justificar que todos los días se pare un tren cuando han puesto a tu disposición 140.000 millones de fondos europeos. A España se le empiezan a ver las costuras. Y las trampas.

El resumen podría ser: sí a los bonos-transporte, que son a corto plazo políticamente rentables; no al mantenimiento de la vía, que no da ni un voto. ¿Resultado?: un país que transita con desparpajo desde la modernidad al tercer mundo

Son diversos los factores que aceleran los procesos de descomposición. Uno de ellos es la temperatura elevada. Otro es la exposición a la luz. Cuando los focos no dejan ningún rincón en penumbra, emerge en todo su esplendor la España oculta, la del clientelismo político, el nepotismo y la chapuza. Emerge la España que por inacción gubernamental ha visto cómo Bruselas bloquea la entrega de 25.000 millones de los fondos europeos; la que, como consecuencia de la elevadísima litigiosidad en el ámbito fiscal, que triplica la media europea, y los arbitrajes pendientes de resolución, va a tener que asumir indemnizaciones que según las estimaciones más optimistas rondarán los 18.000 millones de euros y las más pesimistas elevan a 25.000 millones, según los datos que manejan la propia Administración y los tribunales de lo Contencioso. Será por dinero.

Más. Esta que ahora muchos por primera vez descubren es la España en la que la deuda repunta hasta los 1,667 billones de euros; en la que el absentismo ya es un cáncer cronificado (alrededor de 1,2 millones de personas faltan a diario de su puesto de trabajo, de las cuales casi un tercio lo hacen sin justificación alguna); y en la que el clientelismo ha consolidado la enorme diferencia existente entre los salarios públicos y los privados (unos 1.000 euros/mes en favor de los primeros), además de revalorizar un 33% las pensiones, también las más altas, mientras apenas hay espacio y recursos para políticas que beneficien a los jóvenes. Esta España, y no la de Yolanda en el país de las maravillas (“Los jóvenes no son el problema”, le dijo a Alsina), es la real. Y las señales que nos anuncian lo que viene no invitan precisamente al optimismo.

Son diversos los factores que aceleran los procesos de descomposición. Uno es la exposición a la luz. Cuando los focos no dejan nada en penumbra, emerge en todo su esplendor la España del clientelismo político, el nepotismo y la chapuza

El crédito-país es mucho más que un intangible. Es progreso; es una notificación de futuros avances. “España cae al puesto 20 de los 27 países de la Unión Europea en seguridad jurídica”. Las variables analizadas en el Índice 2025 que elabora el Instituto Juan de Mariana son la corrupción, la efectividad de los gobiernos, la calidad regulatoria, el Estado de Derecho, la limitación del Poder Ejecutivo, la calidad de la Justicia, la fiscalidad, los derechos de propiedad y el cumplimiento de laudos internacionales. No aprobamos en  ninguna. “La erosión de nuestra calidad democrática se inició en 2000, pero se ha agudizado desde la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa”, se puede leer en el informe que acompaña al ranking.

Solo Malta, Croacia, Rumanía, Polonia, Bulgaria y Hungría tienen peor nota que nosotros en seguridad jurídica. Habrá quien busque desacreditar el estudio de este think tank, pero la realidad es tozuda. Y es el mundo del dinero el primero en tomar medidas precautorias. En el primer trimestre de 2025 las inversiones se desplomaron hasta el nivel de los años de la pandemia: un 45,3% menos que en mismo periodo de 2024. Mientras, los que huían, las desinversiones, aumentaron un 35,6%. Se llama desconfianza. Grave desconfianza.

¿Cómo lo arreglamos? No hay arreglo que valga. Hasta que en el PSOE descubran que necesitan un Raphaël Glucksmann o los quijotes atinen con la lanza. O mejor, ambas cosas. A un tiempo.