Iñaki Ezkerra-El Correo

  • El gesto de Sánchez denotaba el vacío en la cabeza y en la legislatura

Fue la teatral y absurda respuesta que dio Sánchez durante la rueda de prensa del lunes a la pregunta de si debía hacer algo nuevo ante el caso Salazar y la corrupción: «¿Qué hacemos?, ¿bostezamos cuando decimos lo del abono único del transporte?» Sobre el bostezo español, el bostezo patrio, lo que podríamos denominar ‘el bostezo nacional’, llegó a hacer Antonio Machado toda una teoría política que convierte en temeraria cualquier invocación que se haga desde una tribuna pública a esa fea reacción fisiológica: -«Nuestro español bosteza./ ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?/ Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?/ -El vacío es más bien en la cabeza».

Por lo que parece, en la época en que vivió Machado había muchos españoles a los que se les abría la boca con facilidad. O había quizá un determinado sector de la población que mostraba la campanilla del paladar más que otros y que presentaba esa tendencia que, en términos médicos, se llama casmodia. De hecho, el poeta sevillano trató en un buen número de sus versos de clasificarlos ideológicamente. Durante un tiempo debió de identificar el bostezo con el segmento social más tradicional de nuestro país: «Esa España inferior que ora y bosteza…» Pero ese criterio experimentó varias mutaciones hasta cambiar de bando o ampliarse demográficamente. El famoso hombre del casino provinciano que popularizó Serrat en su disco no responde al previsible estereotipo ultraconservador, sino a un mal más profundo de la sociedad de su tiempo. Es un sujeto que, infaliblemente, acusa «el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza», pero que «bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario, y augura que vendrán los liberales».

Sí. El bostezo autóctono, racial, carpetovetónico del que nos habla una y otra vez Machado va siempre unido a la oquedad mental, la desazón y la agresividad contra los paisanos. La alusión de Sánchez reunía todos esos ingredientes de la receta machadiana. Incluso el de la apelación doctrinal que convierte la ideología en rezo, en fe, en el dogma religioso en el que se ha convertido la izquierda. El bostezo de Sánchez, aquel «¡Ay que aburrido!» vino precedido de un padrenuestro de memorieta sobre la subida del sueldo a los funcionarios y funcionarias.

Nuestro presidente bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Yo creo que a Sánchez, con esa obstinación suya en permanecer en el poder cuando se debía haber ido hace rato a casa, le está pasando lo que a esos niños que, a pesar de que se les cierran los ojos y de que están malhumorados, caprichosos, pesados e intensos del cansancio, se resisten a ir a la cama cuando ya no son horas de que sigan despiertos. Yo creo, sí, que ese bostezo extemporáneo denotaba el vacío en la cabeza y en la propia legislatura.