IGNACIO CAMACHO, ABC – 19/04/15
· La torpeza del PP para «la otra política» ha solapado una semana de escarnio para el PSOE bajo el escándalo de Rato.
Sólo la habitual incompetencia del PP para «la otra política», la que tiene que ver con las percepciones sociales y la opinión pública, ha logrado evitar una semana de escarnio para el PSOE solapándola con el escándalo de Rodrigo Rato. A un mes escaso de las elecciones y en pleno proceso de investidura de Susana Díaz los socialistas se enfrentaban al incómodo paseíllo judicial de los principales aforados en el caso de los ERE: Griñán, Chaves y Zarrías. Un marrón considerable cuya sombra se proyectaba sobre las negociaciones de Díaz para formar gobierno y colocaba en una posición muy incómoda a Pedro Sánchez. La línea de defensa de los imputados –no sabían nada, todo era cosa de los subalternos– los situaba obligatoriamente en la necesidad de fingir incompetencia para poder declinar responsabilidades. La alternativa era demoledora: o culpables o estúpidos. Y entonces alguien, en el bando de enfrente, apretó el botón equivocado. El que lanzaba a un tótem del PP a la pista del circo mediático.
Con el adversario pisando su propia manguera –y regándose con ella hasta empaparse los tuétanos– el socialismo ha salido indemne de una semana de pasión que le amenazaba grandes quebrantos. Se ha permitido incluso la arrogancia de designar para presidir el Parlamento andaluz a un político sancionado por las deficiencias de gestión que desembocaron en la quiebra de la caja de ahorros cordobesa. Ha castigado al Partido Popular minimizando, con la complicidad pasiva de Podemos y Ciudadanos, su representación en la Mesa de la Cámara. Y ha respirado a fondo el oxígeno político que le otorgaba el «caso Rato». Las torpes, increíbles excusas de los dos expresidentes han desaparecido con rapidez por el sumidero de la volatilidad mediática. La sensación de altiva impunidad que dejaron las comparecencias en el Supremo se han disipado en el alboroto callejero de la redada judicial en el barrio de Salamanca.
Y al fondo de esta batahola de ruidos superpuestos queda silenciada la voz de un hombre sensato. El ex interventor de la Junta de Andalucía, Manuel Gómez, se desgañita en su ahogada protesta de honorabilidad inescuchada. Una docena y media de advertencias escritas sobre la ilegalidad del procedimiento de los ERE claman frente a la proclamada ignorancia de los responsables públicos, pero ni siquiera está claro que el instructor del Supremo vaya a considerar necesario repasarlas. Gómez no sólo fue desoído en sus reiterados avisos sino que se ha visto señalado como culpable por negligencia; corre peligro procesal de convertirse en chivo expiatorio.
Su testimonio podría zarandear el apacible tinglado sobre el que el PSOE se dispone a asentar otro nuevo período hegemónico. Pero la función que el Gobierno no sabe dirigir ha cambiado de relato y de ritmo. En la barraca política ha salido un nuevo títere mucho más sugestivo para recibir cachiporrazos.