Ignacio Camacho-ABC

  • El escándalo de Errejón abre en la extrema izquierda el enésimo proceso interno de realineación de fuerzas

El linchamiento de Errejón ha permitido a Pablo Iglesias cobrarse dos revanchas, una personal y otra política. La primera contra su antiguo amigo y la segunda contra Yolanda Díaz. El escándalo ha rescatado (efecto o causa, vaya usted a saber) la vieja pulsión conspirativa del micromundo comunista, siempre envuelto en una lucha interna repleta de purgas, represalias e intrigas. Incluso el propio protagonista ha recordado, en su carta de renuncia, a aquellos disidentes del estalinismo que acababan firmando una ‘autocrítica’ redactada por los ‘aparatchiks’ tras exhaustivas sesiones de reprobación sumarísima. Pero era obvio que él no constituía el objetivo único ni principal de la cacería. La batida apuntaba más arriba.

El verdadero blanco es Sumar, ese proyecto confuso que ha reventado antes de terminar de fundarse y cuyo único horizonte viable es ya el de subsumirse como un satélite en la órbita de Sánchez. El liderazgo de Díaz ha resultado un fiasco por falta de cualidades para sostener su artificial etiqueta de estrella rutilante. Se le han ido desprendiendo los sumandos de las plataformas territoriales y no ha logrado zafarse del acoso de sus teóricos compañeros de viaje. Su melifluo lenguaje y su escasa operatividad eran escaso equipamiento para dirigir una nave construida a base de materiales inestables y con una variopinta tripulación entregada a la asechanza constante. Iglesias no es de los que hacen prisioneros cuando se lanzan al abordaje.

Empieza pues, de nuevo, el enésimo proceso de reconstrucción de la extrema izquierda. El culebrón sexual sólo es el pretexto de la perpetua lucha por la hegemonía interna de un espacio político que pese a sus reiterados fracasos aún cuenta con notable clientela. Podemos pretende recobrar un papel relevante en la nueva correlación de fuerzas; quizá su jefe –nunca ha dejado de serlo– esté venteando la caída del sanchismo y quiera preparar la resistencia frente a un eventual Gobierno de la derecha. Un panorama ante el que IU, con un nuevo dirigente que sabe latín –literal: Maíllo era profesor de Clásicas en Aracena–, aspira a hacer valer su influencia, la de ese antiguo PCE incombustible gracias a su férrea cohesión genética. Un modelo como el que Anguita alumbró hace cuatro décadas.

El terremoto Errejón sacude también al Ejecutivo, cuyo brazo menor se ha quedado colgando como un miembro –uff– inerte, pasivo, agarrotado. El presidente, consciente de la irrelevancia yolandista, venía potenciando al ministro Urtasun con vistas a una probable coalición electoral con la que atrincherarse ante la contingencia de un adelanto electoral forzado. Pero ahora todo el plan amenaza con venirse abajo; incluso Podemos tensa la cuerda de su respaldo al fijar un alto precio a sus cuatro escaños. Huele a fin de ciclo, pero a esa clase de finales destemplados que dejan una intensa secuela de estragos.