Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Induce a la melancolía el pensar que, de cara a las inminentes elecciones catalanas, casi todo el pescado está ya vendido
Los socialistas catalanes han cambiado de caballo en la última curva de la carrera que tiene su meta el próximo 14 de febrero. La sustitución ha sido realmente sustancial, han pasado de un cabeza de lista orondo y festivo, con contoneos de animador de discoteca, a otro ascético y lúgubre, con aspecto de empleado de pompas fúnebres. El hecho de que Salvador Illa haya desempeñado el cargo de ministro de Sanidad durante un año que ha visto morir por covid-19 a ochenta mil españoles, principalmente ancianos atrapados en residencias geriátricas, presta a su candidatura un tono especialmente tétrico. Curiosamente, Pedro Sánchez ha impulsado esta pirueta de última hora con el argumento de que la notoriedad adquirida por el exalcalde de La Roca del Vallés como responsable máximo de la cartera encargada de evitar este drama contribuirá a obtener para el PSC un resultado mucho mejor que el que hubiera conseguido el trepidante Iceta. Se ha publicado que las encuestas avalan esta penetrante intuición del presidente del Gobierno, personaje al que, como es sabido, caracterizan su amor a la verdad y su capacidad de cualquier renuncia personal que sirva al interés general.
La mentira como mérito
Veinticuatro horas antes de que se hiciera público este curioso relevo, el hoy ya cabeza de lista designado había afirmado rotundamente, con una convicción indubitada, que el cartel socialista en Cataluña sería liderado por el que ya se ha caído del mismo, circunstancia que demuestra que hemos llegado a un punto en que la mentira es en la política española actual no sólo un método de trabajo perfectamente aceptado, sino un mérito que debe adornar a cualquiera que aspire a ser alguien en su decepcionante constelación. Esperemos que a partir de ahora el número de cadáveres acumulados a lo largo de una ejecutoria ministerial no adquiera también la condición de punto fuerte del cursus honorum de nuestros gobernantes, sobre todo porque padecemos un serio problema de descenso demográfico que no parece indicado agravar.
Este episodio pone de relieve otro logro notable del inquilino de la Moncloa y es que ha acabado de un manotazo con el mito de la autonomía política y organizativa del PSC dentro del PSOE y con el cacareo de los dirigentes socialistas catalanes de que sus siglas no son unas más en el seno del conglomerado que se maneja desde Ferraz, sino poco menos que una entidad independiente que se distingue del resto de vulgares federaciones mesetarias y meridionales por su exquisitez estética, su lengua propia y su habilidad para engañar a sus votantes, originarios casi todos ellos en primera, segunda o tercera generación de territorios primitivos como Andalucía, Murcia, Extremadura o Castilla, y llevarles en dóciles reatas a las urnas para que otorguen su sufragio a posmodernos figurines que les desprecian hasta el punto de hacerles renegar de sus raíces.
Cataluña seguirá sumida en su bucle autodestructivo que millones de catalanes creen liberador de una opresión inexistente y puerta abierta a una dicha imaginaria
Induce a la melancolía el pensar que, de cara a las inminentes elecciones catalanas, casi todo el pescado está ya vendido y que nada podrá evitar que el número de escaños de las fuerzas secesionistas y de sus compañeros de viaje superen con creces al de las menguadas huestes constitucionalistas, que verán redistribuir entre ellas su montante total, mientras contemplan impotentes la victoria del golpismo subversivo. Cataluña seguirá sumida en su bucle autodestructivo que millones de catalanes creen liberador de una opresión inexistente y puerta abierta a una dicha imaginaria. Aunque se pueden encontrar en la historia otros ejemplos de colectividades humanas que han tomado voluntariamente el camino del colapso, como los habitantes de la isla de Pascua, los mayas, los vikingos de Groenlandia, los haitianos o los alemanes entre 1930 y 1939 -hay que leer el esclarecedor libro de Jared Diamond sobre el tema-, es doloroso constatar cómo tantos catalanes de finales del siglo XX optaron entre las dos sendas que les ofreció la Transición de 1978, una recta, luminosa, sensata, inteligente y prometedora y otra sinuosa, oscura, disparatada e irracional, por aquella que les está hundiendo sin remedio en la pobreza material, el desprestigio internacional, la división social violenta y el embrutecimiento moral. Si esta catástrofe ha de ser atribuida en exclusividad a la mezcla de codicia, mediocridad pretenciosa, fanatismo y cobardía que han predominado en las elites catalanas de las últimas décadas o deben también cargar con su parte de culpa los altos estratos de la sociedad española por su pasividad, su desidia y su egoísmo cortoplacista ante la tragedia que se iba gestando paulatina pero irremediablemente ante sus ojos, es un análisis que debe hacerse con rigor para entender en su compleja dimensión este desgarrador fenómeno.
Error y perdón
En la campaña de las elecciones generales de 2019, la número uno de la lista del PP, Cayetana Álvarez de Toledo y el presidente de esta formación en Cataluña, Alejando Fernández, organizaron un acto íntimamente melancólico al que invitaron a una serie de personas de todo el arco ideológico que habíamos combatido con denuedo el nacionalismo separatista a lo largo de las últimas tres décadas, políticos, profesores, periodistas, juristas, activistas sociales y demás. En el transcurso de este encuentro, tanto Cayetana como Alejandro protagonizaron uno de los gestos más lúcidos, nobles y valientes al que he asistido en mis treinta años de vida pública. Ambos pidieron perdón por el abandono en el que su partido había dejado durante largo tiempo a los catalanes que deseaban y desean seguir siendo españoles. El tan traído y llevado problema catalán sólo hallará solución cuando el desastre tan dilatadamente gestado se consume y el reconocimiento de los inmensos errores que lo han motivado sea por fin, no una encomiable muestra de honradez intelectual y moral como la que he evocado, sino el duro choque con la realidad que devuelve a los pueblos la cordura, eso sí, pagando el precio de un inmenso sufrimiento.