MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Los socialistas estrenan un argumento que parece defender que la derrota de ETA no se debió a la eficacia policial, sino a sus habilidades negociadoras

La conmemoración del décimo aniversario del fin de ETA deja una sensación contradictoria. Lo más positivo: nos separa ya una década del terror, alejándose la época más miserable de nuestra historia reciente, cuando la crueldad y el crimen se convirtieron en ejes de la vida pública.

Sin embargo, también se evidencia que seguimos metidos en un bucle del que no conseguimos salir, como si lo más importante de nuestra vida social fuera (para siempre) la existencia de ETA. Le damos vueltas, diez años después, en términos muy parecidos a los de entonces. ¿Nos tiene atrapados y nunca podremos salir de esa trampa histórica? Conforman este círculo vicioso tres elementos simultáneos: los afanes de imaginar que el terrorismo no ha existido, la fascinación por ETA de la izquierda abertzale y los deseos de blanquearla. Mientras persistan seguiremos dando vueltas a la noria.

Pervive la pasividad con que parte de la sociedad vasca contempló el terrorismo. Contradictoriamente, este hecho lacerante, que quiere rebajarle la importancia, favorece la omnipresencia de ETA. Punto de partida: durante décadas apenas hubo empatía social con las víctimas. Estas encontraron el silencio y las miradas deshumanizadas que veían al hijo o a la mujer del guardia civil como si no existieran o fuesen menos. Muchos creyeron que el perseguido por ETA algo habría hecho. O hicieron como si el terrorismo ocurriese en otro lugar o fuese marginal. Pues bien, esta forma de mirar hacia otro lado pesa como una losa. No se puede pasar página sin haberla leído.

Esta actitud contribuye al bucle en el que estamos. La reflejan las declaraciones de Clemente sobre el fin de ETA: «Entiendo la tristeza de las víctimas, pero que no nos lo digan más». Al parecer, le hartan. Querrá un país en el que las víctimas no molesten, aunque sorprende la arrogancia de pedir silencio; para no turbarle la tranquilidad, será.

Cabe compadecer a los escapistas que no quieren que les recuerden que hubo víctimas, pero sería de agradecer que no lo digan más. Para no avergonzarnos con tal indolencia moral y para tener la oportunidad de superar esa época, lo que no se logrará mientras subsistan las indiferencias morales. Les conviene no darle vueltas: las víctimas están en su derecho de hablar, solo faltaba. Aunque así se fastidie la utopía de un País Vasco feliz en el que nada recuerde el terror.

No hay terrorismo, pero siguen las mismas cantinelas, el bucle sempiterno. En el décimo aniversario del fin del terrorismo se ha podido ver que la izquierda abertzale sigue aferrada a ETA, cuya veneración sigue siendo su razón de ser, su hecho diferencial. En esto no cambia, continúa su inmovilidad esencial, pétrea, sólo adobada por el empleo de palabrería camaleónica para camuflar las posiciones de siempre. Los circunloquios de Otegi -que decía lo dicho por ETA hace tres años- no son arrepentimiento, petición de perdón ni alejamiento del terror, que siguen enalteciendo en los ‘ongi etorris’ y demás manifestaciones. Incluso esta forma de camuflar el apoyo a ETA por la vía retórica existía antes.

Estamos donde estábamos: diez años después del fin de ETA el movimiento que la secundó no se ha movido un ápice. No ha evolucionado hacia la aceptación de la democracia, que exige condenar la barbarie, siquiera a posteriori. Ni está ni se le espera, voluntarismos al margen.

Ahora, como en los viejos tiempos, proliferan las especulaciones sobre qué ha querido decir la izquierda abertzale, pese a que resulta obvio que no tiene intención de condenar al terrorismo. ¿Creen que basta el análisis hermenéutico de sus declaraciones para bendecirlos como conversos? Las tragaderas democráticas se van ampliando, pues parte del espectro ha entendido que es una evolución hacia el repudio a ETA la repetición, casi literal, de lo que ETA dijo en abril de 2018.

Una novedad, incomprensible, nos hunde más en el bucle. Los socialistas estrenan un argumentario que parece defender que la derrota de ETA no se debió a la eficacia policial y al agotamiento del terror, sino a sus habilidades negociadoras (o así), que nadie recuerda. Del planteamiento se deduciría que no se produjo una victoria sobre el terrorismo, sino un empate, por lo que deben ser admitidos en sociedad. Esta parte del argumento ha hecho aguas al proclamar Otegi que el paripé consiste en presos por Presupuestos, pero verosímilmente la difusión de este planteamiento cínico no cambiará nada. Los socialistas seguirán sosteniendo que esta gente está en proceso de conversión. ¿Presupuestos por presos?

Estas son las mañas del bucle que no cesa. Mandan: el gusto de seguir mirando a otro lado, la idealización de ETA por la izquierda abertzale y los deseos gubernamentales de blanquearla.

La democracia no se puede descomponer en retales, pues es de una pieza o no es.