EL MUNDO 29/05/14
JOHN MÜLLER
¿Ha llegado el populismo a España? La irrupción de Podemos ha demostrado que se puede concentrar una gran cantidad de votos en torno a estos mensajes escogiendo el escenario electoral adecuado.
Daron Acemoglu, el coautor de ¿Por qué fracasan los países?, elaboró en 2011 un trabajo titulado Una teoría política del populismo, junto con Georgy Egorov y Konstantin Sonin. En él, definía populismo como «la puesta en marcha de políticas que reciben apoyo de una parte significativa de la población, pero que en último término acaban perjudicando los intereses de la mayoría». Se trata, en los casos estudiados por Acemoglu –sólo populismos latinoamericanos–, de políticas situadas mucho más a la izquierda que las que apoyaría el votante mediano, pero que éste acaba respaldando. El votante mediano no es el votante promedio, sino el que en una votación deja a su derecha la misma cantidad de gente que a su izquierda.
¿Y por qué estas políticas que acaban mal reciben apoyo? Acemoglu concluye que el populismo prende ahí donde las instituciones democráticas son débiles, donde hay grandes desigualdades, donde los ciudadanos perciben que existe una oligarquía que se aprovecha de ellos y donde los políticos traicionan continuamente sus promesas de redistribuir ingresos y promover la igualdad de oportunidades.
En ese escenario surge el sesgo populista, porque apostar por políticas radicales es una señal de autenticidad del político. Con esos mensajes no cabe duda de que él no es de derechas ni tiene una agenda oculta. El resultado, según Acemoglu, es que los políticos moderados e incluso los de derecha acaban sesgando su mensaje hacia la izquierda.
El sesgo populista se exacerba bajo ciertas condiciones, por ejemplo, cuando el valor de ser reelegido es muy importante para el político o cuando hay una gran distancia entre las preferencias del votante mediano y las posiciones de los políticos de derecha. También es mayor el sesgo cuando los políticos tienen agendas ocultas y cuando hay ruido en la información que los votantes reciben.
Por último, la inclinación al populismo aumenta cuando la sociedad percibe que los políticos pueden ser corrompidos o captados por las elites ricas a través de métodos no electorales. Acemoglu también descubre que barreras institucionales, como la imposibilidad de ser reelegido, acaban convirtiéndose en alicientes para el populismo más que en factores disuasorios.
Pero, ¿hay realmente populismo en España? Según los criterios de Acemoglu, sí, porque se ha producido un desplazamiento del votante mediano hacia la izquierda. El simple hecho de que el voto de PP y PSOE haya caído por debajo del 50%, cuando en la anterior elección europea de 2009 recibieron el 80% y en las generales de 2011 el 73,4%, nos indica que el votante mediano ha cambiado: se escoró a la izquierda de donde estaba.
Lo que no dilucida Acemoglu es si el desplazamiento del votante es fruto del sesgo populista o éste resulta del cambio de preferencias del votante. Pedro Arriola, el sociólogo del PP, ha interpretado los resultados bajo el primer supuesto, ya que las europeas a su juicio son «elecciones que no reparten poder real». La segunda interpretación, en cambio, podría obligar a los partidos a adoptar cambios y éstos podrían ir desde un tibio reformismo a una loca carrera demagógica.
Un problema añadido es que Podemos mezcla en su programa medidas económicas populistas con propuestas reformistas (democracia directa, transparencia, medidas anticorrupción, regulación de lobbies, presupuestos participativos…). ¿Cuánto de su voto viene del enfado con la crisis y cuánto del cabreo con las instituciones?
Las políticas populistas tienen nefastos resultados económicos ya que actúan como un bumerán. Así lo subrayaron Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards en 1991 en La Macroeconomía del Populismo en Latinoamérica: «Los regímenes populistas han intentado históricamente solucionar los problemas de desigualdad de ingresos mediante políticas macroeconómicas expansivas. Estas políticas, que se basan en financiar los déficits, los controles generalizados y la desaparición de los equilibrios básicos, desembocan inevitablemente en grandes crisis que terminan perjudicando a los segmentos más humildes».
La de Podemos no es la primera operación de cuño populista que ha vivido España. Antes, José María Ruiz-Mateos obtuvo dos escaños en el Parlamento Europeo en 1989 y Jesús Gil logró hacerse con 19 de los 25 concejales del Ayuntamiento de Marbella en 1991. Sin embargo, es la primera vez que una alternativa irrumpe con tal fuerza a nivel nacional en un tiempo y con recursos limitados. Ese éxito es el que hace sospechar que el votante mediano puede haber cambiado.
Paradójicamente, la principal incógnita que plantea Podemos es la interpretación que sobre su surgimiento haga el resto del sistema político, sobre todo el PSOE. La otra es si sus ideas reformistas, como la Directiva Villarejo contra la corrupción, se pueden ver desacreditadas por el hecho de que sus promesas económicas son claramente irrealizables.