Francisco Rosell-El Debate
  • Hay que encomiar el valor de quienes rehúsan ser «convidados de piedra». Como esos jueces y funcionarios a los que, recobrando las palabras de homenaje de Churchill a los pilotos británicos que preservaron el cielo inglés de la aviación nazi, «nunca tantos debieron tanto a tan pocos»

Cuando el sanchismo funde los fusibles del sistema eléctrico y del orden democrático por la sobrecarga de idiocia e indecencia colonizando organismos e instituciones con un tropel de «galindos»: «Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…», como José Luis López Vázquez en «Atraco a las 3»… Cuando el sanchismo subasta la nación con separatistas y enemigos foráneos… Cuando el sanchismo regenta la Administración como un establecimiento de lenocinio con los fulanos del régimen poniendo sueldo y piso a sus queridas a cargo del erario o de las coimas de las adjudicaciones públicas… Cuando el sanchismo auspicia un nepotismo que va del hermanísimo del presidente al hijísimo de su delegado-jefe en el Tribunal Constitucional asaltando administraciones -Diputación de Badajoz- y empresas dizque privadas -Telefónica- como botín de guerra para familiares y adictos… Cuando el sanchismo ubica en La Moncloa los negocios particulares de los Kirchner españoles y rescata las aerolíneas que patrocinan las labores de la «consuerte» Begoña Gómez… Cuando el sanchismo socava el Estado de Derecho como dictamina la Comisión Europea y lo debilita ante la corrupción pese a las requisitorias del Consejo de Europa…

Todo ese inacabable etcétera evidencia que las luces del sistema están fundidas y que el corte eléctrico del 28 de abril fue una muestra parcial del Gran Apagón al que asiste una España oscurecida y que contempla la emergencia con asombrosa naturalidad. No existe país democrático donde tamaña y honda anomalía campe por sus respetos sin que rueden cabezas como en la leyenda de la campana de Huesca. Visto el buen conformar del pueblo español, a Lope de Vega le asistía la razón al tomarse a chacota «la cólera del español sentado». Por el módico precio de una entrada, el público exigía presenciar un drama que lo abarcara todo -desde el Génesis al Juicio Final- sin saltarse un paso intermedio, pero que luego, desfogada su ira, comulgaba con ruedas de molino. Como la España de hoy donde los latrocinios y la degradación institucional son parte del paisaje.

Ante las enfermedades que asolan España, diríase que aquí sí ha funcionado aquel desatinado plan de Boris Johnson contra el COVID consistente en acceder a que los británicos se infectaran para que el contagio los inmunizara. Buscando aplastar el sombrero de la evolución de la pandemia con esa ocurrencia, Johnson perdió la cabeza, pero Sánchez la sostiene sobre sus hombros al beneficiarse de la «inmunidad de rebaño» de ciudadanos mutantes en gregarios súbditos. Ya notorios juristas previnieron de que Sánchez se valía del COVID para prefigurar una «dictadura constitucional». Por ese atajo, mediante un inconstitucional estado de alarma, Sánchez sentó las bases de una tiranía. Como significó Mao en vísperas de su letal «Gran Salto Adelante» de 1958, la situación será excelente mientras reine el caos y el desorden sea «la regla general objetiva».

Tratándose de un personaje extremo en vicios y que no cree en nada salvo en su ego, el Burlador de la Moncloa emula en hipocresía a Don Juan Tenorio que, embozado, se sentía con derecho a engañar a todo quisque. Aun así, aunque trasciendan sus intrigas, no disminuye su estima entre quienes lo exoneran por anticipado. Bajo ese paraguas, se pone a cubierto y, de ser pillado, sus cofrades cierran filas con él y salen en tromba. Es más, se erigirá en censor ajeno y encenegará a sus rivales para endilgarles sus felonías, además de buscar cabezas de turco.

Por eso, frente a la anuencia o la pasividad de aquellos que no quieren ver postergada su posición en el abrevadero o no ser señalados para no sufrir represalias, hay que encomiar el valor de quienes rehúsan ser «convidados de piedra». Como esos jueces y funcionarios a los que, recobrando las palabras de homenaje de Churchill a los pilotos británicos que preservaron el cielo inglés de la aviación nazi, «nunca tantos debieron tanto a tan pocos». Curiosamente, la añeja expresión de «convidados de piedra» proviene de «El Burlador de Sevilla», de Tirso de Molina, luego releído por Molière, y surge del lance del donjuán con el padre de la bella Ana de Ulloa a la que el tenorio deshonra con capa ajena.

Al matar a don Gonzalo, el truhan pone tierra de por medio y, al tornar a Sevilla, se topa con la tumba del difunto al que escarnece invitándole a cenar. El «convidado de piedra» acepta y le devuelve el agasajo. En su capilla, el finado se venga del Tenorio y lo arrastra al averno sin darle tiempo al libertino a arrepentirse de sus pecados. Fiado al «¡Qué largo me lo fiais!», supo sin remedio que «no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague». Como hay que dejar a Dios los que es de Dios y al César lo que es del César, las fuerzas parlamentarias no pueden resignarse a ser «convidados de piedra» en esta encrucijada en la anda en juego la libertad y el bienestar de los españoles. De no ponerse pies en pared ante estos hunos, costará Dios y ayuda que la hierba vuelva a crecer.

No debieran permitir que el Gobierno autoevalúe su propia incompetencia -nadie puede ser cirujano de sí mismo- con farsas como las que Sánchez teatraliza cada año para otorgarse un sobresaliente «cum laude» tan espurio como su falsa tesis doctoral. Ni una auditoria de la Comisión Europea bajo la sombra de la eurocomisaria Teresa Ribera, gran factótum como ministra sanchista de la Dana de Valencia y del Gran Apagón con su fanatismo tan bien remunerado para ella y su marido Bacigalupo como vacas sagradas de la casta socialista. En igual medida, tampoco puede tolerarse un «plenomnibus» en las Cortes con un batiburrillo de asuntos en el orden del día -desde el rearme a la compra de balas bajo manga a Israel después de jurar lo contrario en arameo- para que, en medio de la polvareda, el «galgo de Paiporta» huya de sus negligencias culposas.

Luego de una semana a la luna de Valencia, al coincidir el eclipse eléctrico con el cónclave de los populares europeos y que ojalá haya servido para que al menos Úrsula «Woke» Leyen conozca el percal de Sánchez, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha de romper la barrera del sonido ensordecedor del Ejecutivo para escamotear sus responsabilidades con un país al que tiene mangas por hombro y con su entramado constitucional devastado. Si ha de romper un plato para hacerse entender y preservar a la postre el resto de la vajilla, que lo haga. Y, si Abascal se deja de dar pellizcos de monja a Feijóo consintiendo que el morlaco de Sánchez se vaya vivo, seguro que sus votantes se lo aplauden al no estar cosas para cálculos de minuto.

No es cosa de que, entre dimes y diretes, en «otra vuelta de tuerca», como en la novela de Henry James de ese título, el cuerpo social español, como los protagonistas del relato de terror, quede muerto, aunque no lo sepa, electrocutado por el cortocircuito originado por los iluminados causantes del Gran Apagón eléctrico y democrático.