Cruzar eslóganes en la red no parece propio de un partido adulto, pero cuando lo inicia una camarilla al servicio del mando contra la voz que no secunda al jefe, el diálogo se queda en monólogo y el debate en transmisión de consignas.
Hace ya tiempo, uno escribió un juicio que se ha ido cargando de razón con el transcurso del tiempo y de los hechos: «Este chico –Pedro Sánchez– no vale». Lo único no criticable en él es su ambición. Quiere ser presidente para seguir en la secretaría general de un partido que jamás ha tenido un líder como él. Podría comparársele a Zapatero si no fuera porque éste tenía más talento y más gracia, aunque la crisis que hoy vive el socialismo español sea el resultado natural de su fracaso y de su fuga para no encararse a las urnas, poniendo en su lugar al valido Rubalcaba para que pagara la cuenta.
Para Sánchez uno es como Woody Allen para Dios: la leal oposición. Lástima que no haya seguido alguno de los consejos que le he dado en esta columna. Por ejemplo, renunciar al «no es no» tras las elecciones del 20-D. Lo menos malo para España habría sido una gran coalición de los dos grandes partidos abierta a Ciudadanos, pero no hubo manera. A los socialistas españoles no les vale la fórmula que hoy mismo usan los socialdemócratas alemanes y austriacos de gobernar en alianza con un partido conservador. Con la excepción de los socialistas vascos, que se han coaligado al menos cuatro veces con un partido conservador: el PNV las dos primeras, el PP la tercera y nuevamente el PNV ahora mismo, en las tres diputaciones forales y en los principales Ayuntamientos.
Descartada esta posibilidad, le dije entonces que lo suyo era abstenerse y permitir la investidura del candidato más votado, con sus 123 escaños. Habríamos tenido una legislatura corta, con un Gobierno obligado a aprobar lo que el líder de la oposición quisiera. Es bastante probable que una legislatura así supusiera un desgaste enorme para un Gobierno tan minoritario. Ahora estaría en disposición de asaltar La Moncloa con más probabilidades de éxito.
El líder extremeño ha tenido el valor de ser el primero en afrontar la sinrazón de Sánchez y su equipo y se ha ganado apoyos importantes. El PSOE ha dado, al fin, muestras de vida interior. Irán a más cuando el hundimiento en las elecciones autonómicas vascas y gallegas pase de las encuestas a los hechos. La mala fortuna ha querido que la proclama de regeneración vaya acompañada de la petición del fiscal de seis años de prisión y 30 de inhabilitación para el último presidente del PSOE y 10 de inhabilitación para el penúltimo. Ya no habrá campaña con el otoño judicial del PP. Sánchez está muerto, políticamente hablando. Como les pasa a todos los cadáveres, él es el único que no lo sabe.