José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • El presidente agotará la legislatura. No resultará reelegido. Los estrategas de Génova ya han diseñado su regreso al paraíso de la Moncloa

Pablo Casado ganará las próximas elecciones generales. En Génova lo dan por hecho. Las unánimes encuestas no pueden equivocarse. Lo proclaman a los gritos desde hace meses. Todos los estudios, sondeos, institutos coinciden. Salvo el ya inútil CIS. Pero habrá que esperar al 23/24. Sánchez no adelantará la cita con las urnas. Cada día que pasa en la Moncloa experimenta un orgasmo mental. No arriesgará su paraíso, su placentero presente. Cumplirá la legislatura y luego, ya se verá. ¿Gobernar el PP?. En Moncloa se tronchan. No ocurrirá tal cosa mientras Vox siga en pie. Además, se avizora ya un cómodo horizonte: el control de la pandemia, los fondos de doña Úrsula, la anestesia social (pensiones, salario mínimo…), los medios aún más sumisos.

El problema es que los contagios no cesan y los fondos no llegan. Los 9.000 millones prometidos no han entrado. Y los otros 10.000 que completarían el primer tramo comprometido por Bruselas, están a la espera de que Calviño se explique. En Italia ya han recibido los 24.900 que había demandado. De una tacada. Draghi hace las cosas bien. Aquí se chapucea.

Sánchez controla, valga el eufemismo, el Gobierno más inepto y desparejo de nuestro entorno. El único Ejecutivo europeo con comunistas en su seno. De modo que del anunciado caudal, de momento, ni rastro. Y cuando lo haga, será a ritmo lento, con soniquete de pianola averiada. El club de los austeros relincha, Bruselas revisa las cuentas españolas y no le agradan. Echa el freno. Sánchez, en su tumbona, de momento no se inquieta. Tiene atada su mayoría parlamentaria y perfilados sus nuevos presupuestos. No panic. Sólo el Ibex, preso de los nervios, babea y mueve la colita.

Un partido de Estado, alternativa de Gobierno, que colabora y tiende la mano a un presidente que ni siquiera se digna a informar, consultar, negociar con el primer partido de la oposición

A Casado, por tanto, solo le queda esperar. Un tedioso calvario de dos años. Un fatigoso viacrucis. Una eterna tarde de sábado en la antesala del dentista. El líder de la derecha intenta no cruzarse de brazos. Algo hay que hacer, además de cultivar la paciencia, virtud en la que siempre se ha mostrado diestro. Se dispone ahora a arrancar la primera fase de su «operación rumbo a la Moncloa». Consiste básicamente (que diría el politólogo) en devorar ávidamente los restos de Ciudadanos. Para ello se acopla a los manoseados tics centristas, esa somnolienta gimnasia tan del agrado de las cacatúas del régimen. Aplauso a Sánchez por gestión en el polvorín de Afganistán en lugar de reclamarle explicaciones públicas y parlamentarias, como han hecho todos los gobernantes de Europa. Indulto al ministro Grande Marlaska pese a las ilegalidades cometidas –reproche judicial incluido– con los menores de Ceuta. Más aplausos al Gobierno por las compensaciones tras los incendios en Ávila y silencio clemente, casi cómplice, con la ministra Ribera por el recibo de la luz y el crimen de la Manga ancha (del Mar Menor). Es decir, un partido de Estado, alternativa de Gobierno, que colabora y tiende la mano a un presidente que ni siquiera se digna a informar, consultar, negociar con el primer partido de la oposición. Este viernes se autocondecoró, en una vergonzante sesión de plasma -cuatro preguntas, como cuatro lismonas- por lo bien que lo ha hecho en Kabul.

En la convención de Octubre, cinco días en Valencia, Casado quedará investido como el gran profeta de la centralidad, el sumo sacerdote de la ponderación y la sensatez. Quizás Rivera oficie de sacristán y Feijóo agitará sin duda el botafumeiro con el incienso de la prudencia y la sofrosina. Engullidas las raspas de Cs, toca ir a por Vox. «Esos se anulan solos», dicen en el puente de mando del PP. Santiago Abascal ha estado muy discreto este verano. Una foto con puro y unos cuantos tuits. A Vox no le va mal el silencio. La clave está en las futuras andaluzas. Si el PP se dispara, como parece, y Vox se estanca, como algunos apuntan, será el primer síntoma de que habrá vuelco en las generales. Para entonces, Casado ya habrá recorrido de nuevo España, otra de sus pasiones, predicando la buena nueva aznarista del al fin logrado reencuentro de las derechas en la casa común de la pulquérrima centralidad, ora pro nobis.

Acarician incluso hacerse con el voto de los socialistas menos ofuscados, los que reniegan de Bildu y de Junqueras, de Podemos y de Fernández Vara, esa farisaica nadería extremeña

Margarita Robles le ladra y un Buxadé de Vox le rechaza. Ese es el camino de la virtud, lejos de las orillas extremas donde todo es griterío y confusión. Níveos e impolutos, ajenos a las trifulcas, fríos ante las provocaciones, impasible el ademán. «¡Allá vamos, centralidad, ya llegamos, ya eres nuestra. Bendita tú eres!». Acarician incluso hacerse con el voto de los sociatas menos ofuscados, los que reniegan de Bildu y de Junqueras, de la turba podemita y de Fernández Vara, esa nadería extremeña cobardona y farisaica.

Problemas en la calle

No es Casado un tipo que levante pasiones, encienda auditorios, entusiasme a las masas. Parecía que sí, pero no. Tampoco chapotea por los terrenos del escepticismo displicente, tan mariano. Ha asumido que tiene por delante un engorroso bienio en el que le corresponde ser amable, transmitir firmeza y demostrar que tiene ya perfilado algún proyecto sobre España. Que no le ocurra lo que a Rajoy que, cuando se aposentó en la Moncloa, no tenía ni un plan en su carpeta. Nada, cero. Tocaba improvisar. «Primero se conquista, luego se organiza», aconsejaba Napoleón. Lo que está bien, si eres Napoleón.

Sánchez no puede pisar la calle. Más que rechazo, produce aversión. Es un personaje detestado y detestable, que bien pudiera decir su predecesor el palanganero del Orinoco. Exhibe una soberbia insípida y miserable propia de quien carece de otros principios que el de procurarse su propio bienestar. A ser posible en alpargatas. Puebla su vileza de ilustres naderías y se rodea, ufano, de mediocres espantables. Adrianas y adrianes. Trepas con carné y tontilocas de aluvión. Basurilla del progreso. El más dilatado de sus planes no va más allá de sestear otro día en la Moncloa. No será reelegido, apuestan desde Génova. Semejante espécimen tiene fecha de caducidad y lo sabe. «Nada hay eterno, ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure». Dios le oiga, don Antonio.