ESTEBAN GONZÁLEZ PONS – EL MUNDO – 09/01/16
· El vicepresidente del Grupo Parlamentario Popular Europeo recuerda que en nuestro entorno son muy frecuentres los gobiernos de coalición. En la Unión Europea, 24 de 28 países lo tienen.
Vivo con inquietud la negativa de los socialistas españoles a dialogar con el Partido Popular. Codirijo el Grupo Popular en el Parlamento Europeo, el cual sostiene un gobierno de coalición con socialistas y liberales. Sí, una coalición del PP con el PSOE. Abiertamente, sin dramatización ni hipocresía. Tras las últimas elecciones, la Cámara de la Unión Europea quedó configurada de tal forma que no había mayoría posible que no incluyera tanto a democristianos como a socialdemócratas. Repetir las elecciones no era una alternativa. De modo que, en los primeros días y para no transmitir sensación de bloqueo o inestabilidad, firmamos un rápido acuerdo: Jean-Claude Juncker, como candidato más votado, sería investido presidente de la Comisión Europea mientras que la presidencia del Parlamento se dividiría en dos periodos entre las principales fuerzas políticas. Los socialistas europeos, entonces, votaron a Juncker y los populares votamos a Martin Schulz, que había sido el candidato socialista a la Comisión, para dirigir la Eurocámara.
No fue fácil, tanto en mi grupo parlamentario como en el de la contraparte se produjeron fuertes resistencias internas. Hay que tener presente que durante la campaña electoral se había utilizado artillería dialéctica de gran calibre. Sin embargo, se impuso la responsabilidad y el pacto se cumplió casi voto por voto, con alguna excepción que fue considerada más pintoresca que relevante. Por eso, no entiendo la actitud de algunos líderes españoles.
En nuestro entorno los sistemas parlamentarios suelen dar lugar a frecuentes gobiernos de coalición. Son muy habituales. Hoy, en la Unión Europea, 24 de 28 países tienen un gobierno de coalición. Allí donde, como es nuestro caso, el pueblo no elige directamente al presidente del Gobierno lo que se busca es precisamente eso, que las fuerzas políticas negocien y construyan por consenso mayorías más amplias y representativas que las salidas de las urnas. Que haya coaliciones. Los ejecutivos monocolor son propios de modelos presidencialistas como el de los Estados Unidos, en el que los ciudadanos votan al presidente con independencia del parlamento. España, con sus mayorías claras de los últimos 40 años, era la excepción continental. Nuestra enrevesada composición parlamentaria actual es lo común y no sé si, acostumbrados a lo simple, tendremos suficiente cultura democrática para resolver lo complejo, lo calidoscópico.
Pondré algunos ejemplos que tranquilizarán a los del «no porque no». Y que, a la vez, los pondrán en evidencia. Alemania, Austria, Irlanda, República Checa e Italia tienen gobiernos de coalición entre el PP y el PSOE locales. El gobierno izquierdista de Matteo Renzi cuenta con ministros del Nuevo Centro Derecha de Alfano, ex delfín de Berlusconi, y de la Unión de los Demócratas Cristianos de Casini, ambos miembros del Partido Popular Europeo. Aún más radical es lo que ocurre en Grecia donde el ejecutivo de Alexis Tsipras, que sería el equivalente de Pablo Iglesias pero con pelo corto y americana, incluye en carteras tan decisivas como Defensa Nacional a miembros de Griegos Independientes, un movimiento nacionalista a la derecha de los conservadores británicos.
Y también mencionaré Portugal. Es cierto que en Lisboa la coalición gubernamental es de la izquierda con los comunistas y la extrema izquierda, pero también es verdad que el pasado 23 de diciembre se aprobaron los presupuestos gracias a la abstención del partido de Passos Coelho, el ex primer ministro del PP, ya que los compadres de los socialistas en el poder se opusieron. ¿Qué habría pasado si los vencedores de las elecciones portuguesas, que sin embargo están en la oposición, se hubieran encerrado en el «no es no» de los perdedores de las elecciones españolas? El sentido común es de ida y vuelta.
Ser constructivo o destructivo en política, esa es la cuestión. En las últimas semanas hemos conocido cuáles son las líneas rojas de todos los miembros del Parlamento español, pero aún estoy esperando que algunos descubran también si son capaces de ofrecer líneas verdes. Es patético escuchar tantos discursos engolados sobre estabilidad, diálogo y concertación, y descubrir luego que no se hace nada al respecto. La peor manera de empezar un juego es anunciar de entrada, todo digno, que con algunos no se juega. Así la cosa no funciona. Al menos la cosa parlamentaria. Si queremos dejar el bipartidismo atrás habrá que aprender a practicar el pluripartidismo, o no tendremos ni lo uno ni lo otro.
Las llamadas elecciones del cambio lo fueron con todas sus consecuencias. Los electores en lugar de cambiar sólo el Gobierno, cambiaron el Parlamento entero. Nos enfrentamos a una situación inédita en España, en la que la pluralidad parlamentaria se combinará con una inevitable inestabilidad gubernamental. Sin embargo, como estoy seguro de que los españoles no tienen la intención de que el Congreso se convierta en un gallinero o en otro plató de televisión, se trata de procurar que la diversidad no conlleve ingobernabilidad. Se pidió un mandato de cambio y se ha obtenido uno de pacto. No aciertan quienes interpretan que los votantes pidieron otro Gobierno, lo que pidieron fue otro Parlamento en el que el pacto sea una actitud natural. Incluso moral. Y nadie puede fingir que el mensaje no le iba dirigido también. La nueva política no era el cambio, es el pacto.
Lo pienso y, salvo el laberinto griego, no recuerdo ningún país, en la reciente historia europea, que haya tenido que repetir sus elecciones sin llegar a formar gobierno porque sus diputados eran incapaces de alcanzar algún tipo de compromiso por el bien común. Egoísmo, ambición, narcisismo, no sé con qué adjetivo se describe mejor a los políticos que, tras recibir un mandato de consenso de parte del pueblo, no se esfuerzan lo suficiente por cumplirlo y deciden repetir las elecciones. Tirar los dados otra vez. Como si votar fuera algo superficial, arbitrario. Como si los electores se hubieran equivocado y los déspotas les dieran otra oportunidad para corregirse. Lo diré claramente: repetir elecciones sería un desastre y un fracaso. Además, es muy probable que, tras esa reiteración de votos, el resultado vuelva a ser prácticamente el mismo y, entonces, ¿qué haríamos? El ridículo.
Por otra parte, sería erróneo equiparar una hipotética repetición de nuestras elecciones a una segunda vuelta electoral. Las segundas vueltas pertenecen a sistemas mayoritarios, nunca a representativos como el nuestro. En una segunda vuelta se eliminan competidores dejando las opciones de voto reducidas a las dos con más apoyos. Se fuerzan consensos de votantes. Sin embargo los modelos que fomentan la pluralidad impulsan justo lo contrario, que los representados se expresen en toda su diversidad y sean los representantes quienes busquen coaliciones para edificar consensos. Así, resulta contradictorio alentar un parlamento muy representativo, muy pluripartidista, pero en el que, a la vez, con algunos partidos vertebradores esté prohibido pactar, como se proclama ahora en España. Eso es imposible. Votamos para sumar o para descartar, pero las dos cosas al mismo tiempo no pueden ser.
Asisto cada 15 días a las reuniones de coordinación que populares y socialistas mantenemos en el Parlamento Europeo. Ahí, como existe cierto reparo en reiterar que componemos una «gran coalición», solemos gastarnos bromas confesando que formamos un «matrimonio abierto». Estamos casados pero, de vez en cuando, ellos pueden salir con los comunistas y nosotros con los conservadores. ¿Somos europeos? Pues ya sabemos lo que toca, menos prejuicios y cursilerías. Al lío. A trabajar. El pueblo nos ha ordenado que hablemos, ¿qué hacemos insultándonos otra vez?
Esteban González Pons es vicepresidente del Grupo Parlamentario Popular Europeo.