Los jelkides deben comprender no sólo que la movilización cívica y la exposición de las víctimas y los héroes no está dirigida contra el nacionalismo, sino que su propio futuro para recuperar un día el poder depende de que se sume al cambio y sintonice con una sociedad tan harta de ETA que por encima de las ideas políticas ha decidido luchar por su libertad.
Mal está encajando el PNV su búsqueda de espacio político, con el cambio de gobierno en Ajuria Enea, si después de haber participado en el duelo y la manifestación tras el atentado de ETA, Urkullu se desmarca ahora de la aparente unidad frente al terror para criticar el modo en que ha gestionado el primer atentado el lehendakari Patxi López. Mal comienzo para el cambio. Porque estamos en tiempos tan nuevos que se están produciendo situaciones nunca vividas hasta que no ha llegado a presidir el Gobierno vasco el Partido Socialista, apoyado por el Partido Popular. Le extraña al presidente del PNV que Patxi López crea que empieza el mundo a partir del momento en que él ha asumido el mando. Una actitud, conocida como ‘adanista’ de la que no han sabido escapar, por cierto, ninguno de sus antecesores. Cuando llegó Garaikoetxea, por razones obvias. Cuando le sustituyó Ardanza porque, además, estrenó los gobiernos transversales. Y cuando llegó Ibarretxe porque echó el cerrojo al consenso democrático para concentrarse en la unión abertzale.
Pero con el cambio de gobierno, el primero no nacionalista desde la Transición, se puede decir que empieza una nueva etapa. Porque es la primera vez que un lehendakari quiere, y lo sostiene sin complejos, enseñar el camino de la cárcel a los terroristas. Y se lo dice a las pocas horas del asesinato. Porque es la primera vez que a las víctimas se les concede el protagonismo regateado de forma mezquina tantas veces. Y porque es la primera vez que los ciudadanos y la familia de un inspector de policía asesinado se siente reconfortada con el liderazgo político contra ETA.
Nadie pone en cuestión que el PNV no haya condenado el terrorismo. Faltaría más que no lo hubiera hecho. Se ha cuestionado la frialdad institucional con las víctimas y la consideración política con los victimarios. Es comprensible que el partido mayoritario de Euskadi esté buscando su acomodo a la nueva situación del país pero, lejos de creer que necesita tiempo para asumir el cambio, la mayoría de sus dirigentes, con la excepción del alcalde de Bilbao Iñaki Azkuna, están dando la impresión de que el avance del reloj les está enrocando más, si cabe.
Las palabras, como los gestos, pueden ser decisivas ante las situaciones adversas. Las de algunos dirigentes nacionalistas desautorizando a la viuda del inspector Puelles por el simple hecho de haber hablado, han resultado escandalosas, por mucho que se hayan escudado en el anonimato. Esa actitud recordaba la de Arzalluz cuando se refirió a la madre de Joseba Pagazaurtundua como esa «pobre mujer» a la que seguramente le habrían escrito lo que tenía que decir. El nacionalismo debe asumir que la necesaria movilización política y emocional que va a producirse cada vez que ETA asesine forma parte del cambio en el liderazgo frente al terror. Nada de indiferencias; nada de seguir la vida normal para evitar que ETA dirija la agenda o concentraciones con consignas como ‘Queremos paz’.
Los jelkides deben comprender no solo que la movilización cívica y la exposición de las víctimas y los héroes no está dirigida contra el nacionalismo sino que su propio futuro para recuperar un día el poder depende de que se sume al cambio y sintonice con una sociedad tan harta de ETA que por encima de las ideas políticas ha decidido luchar por su libertad.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 24/6/2009