Tras 28 años de ejecutivos nacionalistas, el cambio en Euskadi es una necesidad. Habría que apostar por liberarnos de la permanente dicotomía entre el «nosotros» y «ellos»; anteponer las necesidades del país a los intereses ideológicos y recuperar el valor de la ciudadanía y las libertades individuales. ¿Está el lehendakari en condiciones de garantizar estas apuestas?
A medida que se acerca la fecha de las próximas elecciones autonómicas vascas, va cuajando en los partidos políticos nacionalistas la tentación de recuperar el señuelo del miedo a lo extraño. Lo extraño es España. Lo «nuestro» es lo vasco, siempre que sea nacionalista; claro está. Los partidos de obediencia nacional como los constitucionalistas, PSOE y PP, tienen algo de «extraño» que el PNV y EA piensan explotar hasta obtener el máximo rendimiento electoral. Les funcionó tan bien en 2001 que si ven peligrar ‘la Casa del padre’ están dispuestos a volver a utilizar los mismos embelecos.
En la campaña de 2001, cuando las perspectivas de intención de voto les alertaron de la posibilidad de que socialistas y populares, unidos, podrían derrotarles en las urnas, se puso en marcha la maquinaria del miedo a que «otros» nos arrebataran los derechos históricos, la autonomía insuficiente y el cepillo del Cupo. Y consiguieron parar la marea constitucionalista, que se quedó en puertas de Ajuria Enea por 25.000 votos de diferencia. Lograron mantenerse en el poder gracias a que movilizaron hasta los votos adormecidos apoyándose en la agitación del fantasma de la duda.
Ahora, el PNV vuelve a sentir el vértigo de la incertidumbre electoral. Se lo cuentan los sondeos que le sitúan con escasa ventaja en relación al partido socialista, después de una legislatura más bien pobre en gestión institucional y con exceso de propaganda oficial personalizada en el empeño del lehendakari Ibarretxe con su malogrado plan, que ha terminado por cansar, incluso a los convencidos. Y si se añade, como novedad, los deseos de EA de emprender su propio camino para ocupar el espacio más radical en el próximo hemiciclo del Parlamento de Vitoria, se entienden algunas de las reacciones del PNV. Que despliegan sus mensajes contra el dirigente socialista Patxi López en una proporción de tres a uno.
Ibarretxe recibe, en este empeño, el apoyo electoral de Urkullu, pero no es menos vistosa la ayuda del dirigente vizcaíno, el periodista Andoni Ortúzar, que ha bajado a la arena para poner el mástil de la esencia nacionalista. Y si hace quince días dijo que a él y a su partido no les hacía falta hacerse fotos en el Athletic, como hizo Rajoy, porque los del PNV «somos de aquí», este fin de semana ha querido restar importancia al papel de Patxi López, principal opositor de Ibarretxe, resaltando su dependencia del partido de Zapatero. Un argumento muy recurrente cada vez que se libra la batalla electoral en el ámbito autonómico. «Como López es obediente a Zapatero…», decía a los suyos en la reinauguración de un batzoki, poniendo especial acento en la dependencia orgánica del Partido Socialista de Euskadi en relación al PSOE. Como si él no prestara obediencia debida al inquilino de Ajuria Enea.
Pero el debate no está situado en la dependencia sino en la nacionalidad del jefe. El suyo es nacionalista; es de los nuestros. Y así está el nivel. Y cuaja tanto en los sectores más rígidos de pensamiento que afiliados nacionalistas llegan a decir que el «bombardeo mediático» es constante, en un lenguaje que más bien nos transporta a las secuelas de la Guerra Civil en Gernika o que si se vota a Patxi López se opta por España. Pues ya estamos, de nuevo, en la confrontación desde que los partidos que siempre se han lamentado de semejante fenómeno no hacen otra cosa que alimentarlo. El presidente del PNV en Vizcaya ha buscado ridiculizar a los socialistas vascos porque habían brindado con txakolí por el presidente de los Estado Unidos de Norteamérica, Obama, sin percatarse de que el propio lehendakari Ibarretxe reclamaba, para sí, el ‘copyright’ del lema del ganador de las elecciones americanas: «Sí, podemos».
Es probable que el viento fresco que ha aportado Obama a la política internacional acabe extendiendo la idea del cambio en otros países y comunidades. Y es lógico que, en Euskadi, quien aspira a ser alternativa al gobierno nacionalista proclame la idea del cambio. Después de 28 años de ejecutivos nacionalistas, el cambio en Euskadi es una necesidad. Y el lehendakari Ibarretxe, parece obvio, no puede encarnarlo. Porque, para propiciarlo, habría que apostar por liberar a la sociedad de esa permanente dicotomía entre el «nosotros» y «ellos»; anteponer las necesidades del país por encima de los intereses ideológicos y recuperar el valor de la ciudadanía y las libertades individuales. ¿Está el lehendakari en condiciones de garantizar estas apuestas? Parece que no.
Tan asumida está, por la oposición, la imposibilidad de que el actual lehendakari repita legislatura que desde el PP, su presidente, Antonio Basagoiti, estaría dispuesto a dar sus votos a los socialistas para dirigir el próximo Gobierno. La penúltima palabra la tienen las urnas. La última, los pactos. Pero los socialistas saben que sus votantes sufrirían un gran desengaño si, al final de este viaje, se conformasen con ser el segundo socio del Gobierno con un PNV más moderado.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 10/11/2008