Mientras que Eta tiene una larga historia de desacuerdos entre los partidarios de la “lucha armada” y los de la acción política, las pistolas siempre han conseguido volver. Esta vez podría ser diferente.
Empieza a parecer como si Eta, la organización separatista que ha luchado violentamente durante 50 años a favor de la independencia vasca y que la pasada semana anunció un “alto el fuego permanente”, pudiera estar en las últimas.
El gobierno español se muestra comprensiblemente cauteloso. Para muchos este es el undécimo alto el fuego del grupo terrorista. Su última parada, la también “permanente” de marzo de 2006, terminó con una bomba en el aeropuerto de Madrid en diciembre, días después de que José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente del gobierno socialista que había iniciado conversaciones con Eta, dijera al país que la paz estaba cerca.
¿Hay alguna razón para suponer que ésta es diferente y que el prolongado tira y afloja entre España y los vascos, que viene desde las guerras carlistas del siglo XIX hasta la sanguinaria represión de la dictadura de Franco, ha terminado? Este es el balance.
Es cierto que la última declaración de alto el fuego tiene la misma gramática enrevesada de la anterior, certificando la autodesignada vocación de redimir a la nación vasca.
No hay una mención expresa al desarme o a la disolución, el mínimo que ahora aceptaría cualquier gobierno de Madrid. Y el grupo todavía sigue suponiendo que las autoridades españolas y vascas deben aceptar el derecho de autodeterminación no sólo para las tres provincias vascas que ahora se autogobiernan por las leyes autonómicas posteriores a Franco, sino para la disputada y desligada provincia autónoma de Navarra.
Pero aunque Eta puede no haber cambiado mucho, sus circunstancias y las que rodean a la sociedad sí que lo han hecho.
La organización ya no es ni una sombra de lo que fue. Bajo el asedio de los servicios de seguridad españoles y franceses, así como de la Ertzaintza, la policía del gobierno autónomo vasco, ETA ha sido muy intervenida y ha perdido líderes casi conforme los designaba.
Para un grupo con estructura celular, esto sólo puede suceder cuando se está llegando hasta sus últimas unidades y, analizando el errático comportamiento de ETA, también a sus últimas células cerebrales.
La impotencia militar se ha combinado con una sin precedentes presión política para deponer las armas dentro su propios votantes nacionalistas radicales. Ha sido la izquierda nacionalista, ella misma bajo el asedio de jueces que prohibieron su propio partido – Batasuna- y cerraron sus medios, redes de financiación y organizaciones visibles, lo que ha producido un incremento de las demandas a Eta para que se retire.
Mientras que Eta tiene una larga historia de desacuerdos entre los partidarios de la “lucha armada” y los de la acción política, las pistolas siempre han conseguido volver. Esta vez podría ser diferente. Incluso en el País Vasco, cualquier entusiasmo residual hacia las tácticas del terror y las posturas mesiánicas de Eta se evaporaron después de los devastadores atentados de los jihadistas contra los trenes de Madrid de 2004.
Sin embargo, para la mayoría el autogobierno ha conseguido mucho de lo que los vascos querían. Tienen un gran control de su propia vida, han visto el resurgimiento de su propia lengua, el euskera, y el resurgimiento de una economía que hace tres décadas estaba hundida. Esto se debe, en parte, a que recaudan casi todos sus impuestos.
Los catalanes, que solían despreciar a los vascos por incultos y reaccionarios, descubrieron esto la pasada década y piden un tratamiento fiscal similar lo que, podría decirse, ha hecho que Cataluña presione más a España por su “cuestión nacional”.
El País Vasco, a pesar de ser una de las regiones más ricas de España, transfiere a la arcas españolas una décima parte de parte de lo que revierten los catalanes.
De una forma menos apreciable, los separatistas desestimaron la importancia sobre cómo los vascos, que nunca han mostrado un especial respeto por las fronteras, han seguido hacia adelante y han ejercido su independencia ayudados por las fronteras de la Unión Europea.
Los vascos españoles y su interés por los negocios se han extendido al País Vasco francés y al sur de Navarra.
Pero esto podría salir mal. Realmente, ahora Eta debe dejar su lucha de una vez por todas de forma verificable. Pero las autoridades tienen que gestionar la política con cuidado repatriando, por ejemplo, a cientos de prisioneros de Eta, dispersados por España, hacia cárceles cercanas a sus domicilios.
Madrid tampoco puede penalizar a cientos de miles de vascos que quieren la independencia siempre que sigan las reglas del juego democrático para conseguir sus objetivos.
David Gardner, Financial Times (Gran Bretaña), 20/1/2011