Inocencio Arias-ABC

  • Los izquierdosos han logrado borrar que el golpe derechista del 36 fue precedido por el del 34 debido a que cierta izquierda no podía soportar que las derechas ganadoras de las elecciones pudieran gobernar

La izquierda es tan hábil como tramposa escarbando y moldeando la historia, enormemente selectiva al reaccionar ante una injusticia y maestra en tergiversar. El clan zapateri-sanchista, en un ejemplo de libro, inventa una ley que con un sustrato honesto está diseñada para magnificar las ‘tropelías’ del franquismo y de la derecha y ocultar las que la izquierda comete.

En el terreno internacional la izquierda dice, con vergonzoso retraso –recordemos que nuestro Alberti, el chileno Allende o los poetas franceses Aragón y Eluard publicaron loas bochornosas a la muerte de Stalin–, que no es entusiasta del estalinismo, pero trompetea una y otra vez que abomina del nazismo. El matiz es sorprendente toda vez que los dos son los mayores canallas del siglo XX. Stalin gana en números: debió de matar y encarcelar injustamente a unos 60 millones de personas. Las cifras del monstruo nazi son inferiores. Mitos de la izquierda francesa como el hipócrita de Sartre y su compañera Simone de Beauvoir se inventaron un pasado de resistentes contra el nazismo cuando en realidad colaboraron con él, escribiendo en revistas y codeándose con el ocupante alemán en París. Más clamorosa es la actitud del comunista galo Thorez, que llamado a filas cuando estalló la guerra con Alemania se fugó a Rusia, mientras su periódico ‘L’Humanité’ decía que « la guerra contra Alemania no era la guerra de los trabajadores». Otra barbaridad camuflada: cuando Hitler y Stalin en 1939 invaden y se reparten Polonia nuestra ‘demócrata’ Pasionaria comentó: «Trabajadores de todos los países saludan con entusiasmo la acción libertadora del Ejército Rojo en el antiguo estado de los terratenientes polacos». En los cincuenta, el Nobel Albert Camus fue excomulgado por el círculo de Sartre por denunciar la opresión en la Unión Soviética y el aplastamiento por Moscú del levantamiento húngaro.

Bastante izquierda es propensa a gemir, sufrir lo indecible y movilizarse reiteradamente por Gaza o por la invasión de Irak por Estados Unidos, y escribe hasta la saciedad sobre estos hechos luctuosos, pero no se entera de la invasión de Afganistán por Rusia, los genocidios de Ruanda o Sudán, donde estos días los rebeldes han asesinado a 500 enfermos en un hospital, los millones de muertos violentamente en el Congo, o la invasión de Ucrania por Rusia (1.600.000 muertos y contando, violaciones, secuestro de 20.000 niños para reeducarlos, etcétera). Todo esto la deja indiferente. En España pocas líneas denunciándolo, y ni una pancarta en estas cuatro décadas. Es normal: son negros contra negros, musulmanes contra musulmanes, tropelías de la madre Rusia. Esto «no le pone». El trabajo absorbe, llegar a fin de mes a pesar de que España vaya como una moto cuesta bastante, luego están los líos de Vinicius o Lamine Yamal, que entretienen, celebrar algo tan nuestro como el Halloween, bramar contra Mazón y sólo contra Mazón… El día sólo tiene veinticuatro horas. Sin embargo, si el protagonista del desmán es Estados Unidos o uno de sus adláteres, entonces al progre español le entra el desasosiego, la irritación, y se desvela. Hay medios de información que lo jalean. Agitado, se echa a la calle. Está imbuido de que unos seres sufren, y él puede ser culto o inculto, pero muy humanitario.

En Irak padeció muchísimo: los Estados Unidos eran los villanos perfectos y nuestra progresía fabricó un relato magistral. Se le zumbaba a EE.UU. y a Aznar, lo que produce una indignación redentora. En Ucrania, donde Putin tiene muchísimas menos razones para invadir que Bush en Irak –Ucrania no ha violado ninguna resolución de la ONU, y Sadam Husein había quebrantado catorce–, nuestro progre no está motivado. ¿Manifestaciones, pancartas contra Putin? El cuerpo decididamente no se lo pide. Milagrosamente, pues, Estados Unidos es quien convierte a personas pasotas, abstraídas, en solidarias. Un poder mágico de nuestro aliado. Muta a los indiferentes, a los que les resbala que los soldados rusos violen a centenares de ucranianas. Es un misterio a desentrañar.

Volvamos al pasado, a nuestra funesta guerra y sus inicios. Los izquierdosos han logrado borrar que el golpe derechista del 36 fue precedido por el del 34 debido a que cierta izquierda no podía soportar que las derechas ganadoras de las elecciones pudieran gobernar. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Era inadmisible que la CEDA entrara en el Gobierno. También se silencia, como señala Juan F. Fuentes, que muchos prohombres de izquierda –Araquistain, Bergamín, etcétera– proclamaban que España «necesitaba una guerra civil». Porque creían que la ganarían. De la contienda se recuerdan las salvajadas de Franco, se magnifica con detalles inhumanos, inventados a menudo, la toma por Yagüe de Badajoz y, claro, los 3.000 asesinados por el Frente Popular en Paracuellos no se mencionan. Les resulta carca, de mal gusto, publicar que el lado republicano asesinó a unos 8.200 religiosos por el mero hecho de serlo. A bastantes, con saña. Guernica es recordado con fervor; Cabra, machacada con aviones rusos, es ignorada.

Lorca es venerado mientras no es políticamente correcto decir que a Muñoz Seca, el comediógrafo más popular en 1936, le dieron el ‘paseíllo’ mortal. Se despoja a Pemán de su teatro o su calle, pero se erige una estatua gigantesca a Largo Caballero, al que Pedro Sánchez y Carmen Calvo exaltan como «al que deben imitar» o como «la memoria histórica sana». ¡Qué revelación! Caballero fue un golpista, cocinó el levantamiento del 34, un fascista –«si no triunfamos en las urnas habrá que buscar otra forma de llegar al poder»– y un incompetente de dudosa honestidad (era presidente del Gobierno en todo el mes de Paracuellos).

Los factores de la memoria histórica prodigan las patrañas fácticas: los autores de sus fechorías siempre son «incontrolados». Las tropelías de los franquistas son todas planificadas desde las alturas ; Paracuellos, Aravaca o la masacre de los curas catalanes con Companys son obra de incontrolados. Recuerden: Gurtel está en el ADN de la derecha, los ERE andaluces son obra de cuatro golfos. También incontrolados.

Luego, la izquierda memorística es ducha en encontrar relatores externos abducidos. En nuestra guerra civil, Hemingway fue un enardecido activista y tendencioso narrador de la misma. Orwell, sin embargo, penó para publicar su mas imparcial obra sobre España. Más alucinante es el embajador yanqui en Madrid (1933-39), Claude Bowers. En sus despachos a Washington y en su libro padece de ‘localitis’ oficialista. Elogia con énfasis a Álvarez del Vayo, Prieto y Caballero, y ningunea a Calvo Sotelo, Gil Robles…. Luego viene lo mejor: no hay referencia a Paracuellos, el Gobierno desconocía las checas anarquistas, el bombardeo franquista de Barcelona «es el más brutal de la historia en el mundo de la guerra», y termina delirando con la afirmación de que los únicos religiosos eliminados por la autoridad «fueron quince sacerdotes vascos fusilados por Franco». ¡Hombre, y ahora el Vaticano haciendo el ridículo, canonizando a miles que murieron en paz en su cama! Sánchez debería condecorar póstumamente a Bowers, y de paso dar la nacionalidad española a sus nietos y bisnietos, novias, chóferes… Y luego recordar que Azaña, al criticar los errores de los dos bandos, habló con pesar de la «memoria putrefacta».