Alberto D. Prieto-El Español
  • La credibilidad de Pedro Sánchez no se mide por sus peleas con la prensa, sino por los resultados de sus políticas en la práctica. Y el Sáhara es el mejor ejemplo de ello. 

Déjeme que le cuente, señor presidente, algo que he aprendido al criar arrugas y canas: las acciones crean realidad. Y si es cierto eso de que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, conviene elegir estas con tiento.

Y mantener un relato coherente.

Este martes, usted hubo de recurrir a la bronca para mantenerse firme en un desmentido que pocos le iban a creer. La crisis de Gobierno de hace trece meses ya la negó siete días antes de ejecutarla. También le mintió a sus entrevistadores de El País tres semanas antes de ejecutar a algunos colaboradores en el último Comité Federal del PSOE, el del 23 de julio.

En ambos casos ya pasó que EL ESPAÑOL acertó (después de ser desmentido) tras haber anticipado esos cambios que usted «ni siquiera había pensado».

Pero lo cierto es que el eventual problema de falta de credibilidad de un gobernante no se mide por sus peleas con esa prensa que le retrata diciendo una cosa y la contraria. Sino por sus consecuencias.

«Partiendo de la situación actual, en la que España ha perdido un negocio de más de 3.000 millones de euros anuales en el país del Magreb, se puede ir leyendo lo que nos ha traído aquí»

Vayamos a un ejemplo concreto.

No sabemos lo que durará, porque en diplomacia nada es eterno. Así que no le pongamos nombre, que las palabras son poderosas. No digamos «adónde hemos llegado», sino «dónde estamos» en nuestro contencioso con Argelia.

Y con su gas, y el Sáhara, y Marruecos, y la guerra de Rusia en Ucrania, y el amigo americano, y la inflación, y la OTAN, y la transición energética, y Bruselas pendiente para salir en nuestro rescate.

Partiendo de la situación actual, en la que España ha perdido un negocio de más de 3.000 millones de euros anuales en el país del Magreb, se puede ir leyendo lo que nos ha traído aquí simplemente recogiendo, marcha atrás, las miguitas dejadas en el camino. Como si fueran eslabones de una cadena de hechos, actos y discursos que, evidentemente, empezará en algún sitio.

Ahora resulta que Argelia «lleva tiempo actuando según los intereses geopolíticos de Vladímir Putin» según la vicepresidenta económica, Nadia Calviño.

Y esto es así porque, hace un par de meses, su Asociación de Banca ordenó congelar las domiciliaciones de las empresas españolas en el país. Y aunque ha intentado echarse atrás, el Gobierno de Argel ha dicho que permanecerá firme en su (inteligente) movimiento para sancionar a España sin saltarse el Tratado de Asociación con la UE. Un día antes, había roto el Tratado de Amistad con nuestro país.

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El Gobierno español se lavó las manos y se fue a Bruselas a chivarse, como el que va a la sala de profesores a llorar porque le han quitado la pelota en el recreo.

Pero esto fue así porque al Ejecutivo de Abdelmajid Tebboune, «que ya estaba muy molesto por la soberbia del Gobierno», le terminó de encender «el discurso de Pedro Sánchez en el Congreso», según un alto diplomático español con años en la región.

Es decir, que al acudir al Parlamento para dar cuenta de los problemas españoles en el norte de África y no citar ni una vez a Argelia (recuerde, presidente, las palabras generan hechos), les dio una patada a su orgullo.

«Y es de primero de carrera política exterior que a los países del Magreb hay que ofrecerles respeto».

«¿Se le comunicó a Argelia que España iba a pasar de la neutralidad a tomar postura? ‘Sí, lo hicimos’, me contestó un ministro»

Esto había sido así porque (retrocedamos a la anterior miguita de pan) desde el 18 de marzo, Moncloa no sólo se plegó a la posición marroquí respecto al Sáhara Occidental, cambiando el fondo del asunto, sino que erró en las formas.

¿Se le comunicó a Argelia que España iba a pasar de la neutralidad a tomar postura? «Sí, lo hicimos», me contestó un ministro. «Permíteme ser discreto», me dijo otro. Las responsabilidades de cada uno de ellos me hicieron sospechar, así que me fui a la fuente directa: «Se avisó, cierto. Pero al embajador, no al Gobierno de Argel».

Y ese fue el error de fondo. Y el de formas: que todo se supiera al ritmo marcado por Rabat. Es decir, mediante la filtración por el gabinete real marroquí de una carta supuestamente, sólo supuestamente, escrita por Pedro Sánchez a Mohamed VI.

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«Una decisión como esa vas a necesitar que te la sustenten otras partes», desarrolla otro exembajador español. «Es decir, debes anticiparte y ofrecer incentivos a tus eventuales apoyos».

Y no se hizo. Porque había sido al revés. Se cambió de pandilla en el patio del norte de África por indicación de otros. Y se dio un pendulazo tan extremo como pasar de acoger a un general del Polisario a entregar el Sáhara, y nuestra posición en él, a Marruecos.

Fuentes de la dirección del PP confesaron a este diario que «es posible que hubiera que hacer ese movimiento en el Sáhara». Que es tanto como confirmar que la posterior cita amistosa con Joe Biden en la Moncloa (con firma de declaración conjunta incluida) tenía ese precio. «Pero si no te consultan ni te lo comunican siquiera, no te dejan otra opción que oponerte».

O lo que es lo mismo. Si usted dice un día una cosa y al siguiente la contraria, permítame que yo prefiera tener discurso propio.

¿Y por qué era posible que «hubiera que hacer ese movimiento»? Sigamos con el rastro de miguitas inverso. Porque la guerra en Ucrania estaba provocando, desde su inicio, dos cambios de paradigma.

El primero, económico. El suministro de gas.

Y el segundo, geopolítico. Es decir, que Rusia ha elegido ser enemiga de Occidente.

«¿Cuál es el conflicto excusa para que Rabat y Argel puedan pelear sin invadirse mutuamente? El Sáhara»

¿Y quién reconoció la independencia de EEUU antes que nadie en el mundo? Marruecos, fundando una alianza de siglos.

¿Y quién es su rival? Argelia.

¿Y qué provocó eso desde 1917? Una alianza de Argel con Moscú que perdura.

¿Y cuál es el conflicto excusa para que Rabat y Argel puedan pelear sin invadirse mutuamente? El Sáhara.

¿Y qué quiere supuestamente, sólo supuestamente, Argelia? La independencia de la antigua provincia española.

¿Y qué significaría eso? Una base naval rusa en el Atlántico Norte.

Pero ¿por qué España es actor en todo esto?

Para empezar, por la obviedad de que somos aún la potencia descolonizadora, según Naciones Unidas. Luego, porque Washington no tardaría en cambiar su aumento de buques en Rota por echar el candado e irse «al sur del Mediterráneo» (es decir, a Marruecos) para contrarrestar eso.

Y, para rematar, por la anterior acción de todo este movimiento pendular. El asalto a Ceuta del mes de mayo de 2021 por más de 10.000 personas alentadas por las autoridades de Rabat.

La miguita anterior, ya lo hemos dicho, había sido la de Brahim Ghali, no resuelta por la destitución (inmediata) de Arancha González Laya. Y la de más atrás, la de incluir a Pablo Iglesias (el líder de un partido que, al llegar al Gobierno, recibió en sus despachos a líderes polisarios y los llamó «ministros de la República Independiente del Sáhara» en público) en la delegación de una Reunión de Alto Nivel (RAN, como se llaman las cumbres con Marruecos)… hasta que Mohamed VI la canceló sine die.

¿Por qué tantísima sobrerreacción? Quizá porque ya se le había faltado al respeto el día en que se inauguró la presidencia con el primer gran pendulazo. «Yo no viajo a Rabat, mi primera visita tras la moción de censura será a París».

He aquí el origen del camino de miguitas inverso que, hemos visto, va en zigzag. De un lado al otro, a conveniencia de lo que vaya haciendo falta. «Salvando la semana», que habría dicho Iván Redondo de no haber sido sacrificado, sin que hoy sepamos si es verdad lo que él dice (que no quiso ser ministro) o lo que sostiene Sánchez (que lo echó porque quería serlo).

«¿Por qué seguir la tradición de rendir pleitesía a un rey autocrático? ¿No era ya hora de apostar por las democracias, por Europa, por el verdadero vecino, socio y amigo?»

Hemos llegado al origen, repasando hechos, de adelante atrás. Sin «intoxicaciones» posibles.

Aunque, ¿Pedro Sánchez no era libre y soberano para imprimir un enfoque europeísta a su presidencia desde el primer día? ¿Por qué seguir la tradición de rendir pleitesía a un rey autocrático? ¿No era ya hora de apostar por las democracias, por Europa, por el verdadero «vecino, socio y amigo»?

«Efectivamente», responde uno de los embajadores consultados, «pero no sólo en diplomacia, en la vida también, cada gesto y cada palabra tienen sus consecuencias».

Consecuencias.

Coherente es, según un diccionario de sinónimos que tengo aquí a mano, un equivalente lejano de equilibrado. Un juguetito de mi infancia, el tentetieso, nunca se caía, mantenía el equilibrio por muchos bandazos que diera. Pero la primera acepción de coherente es consecuente. Es decir, «que es el resultado de lo que se ha expresado previamente».

Elegir un significado u otro también tiene consecuencias.

*** Alberto D. Prieto es periodista.