- Los políticos se están ganando a pulso el desprestigio. La mala política sólo se puede superar con buena política. Es decir, con otros políticos.
La verdad es que el desprestigio que padecen muchos políticos se lo están ganando a pulso, pero es un grave error preconizar un repudio generalizado. La mala política sólo se puede superar con buena política. Con otros políticos.
En 1923, la mala política, el desprestigio de los gobernantes, generó un impulso de regeneracionismo (no de reformas) que trajo un dictador, un cirujano de hierro, el general Primo de Rivera. De ahí el inicio de una época de polarización e inestabilidad constitucional que culminó en 1936 en una guerra civil.
Debemos aprender que la antipolítica y las críticas generalizadas a los políticos (aparte de injustas) no contribuyen a resolver los problemas. Los agravan.
¿Cuáles son los principales problemas de nuestro sistema democrático?
-La insoportable dictadura del 15% de los nacionalistas periféricos sobre el 85% de los españoles. Dominio político y legislativo que llega a la humillación y hasta a obligarnos a cambiar nuestro propio idioma español, oficial y legalmente. Decir o escribir Lleida en lugar de Lérida, por ejemplo, o Donosti en lugar de San Sebastián.
-Una corrupción con caracteres sistémicos en medio de un país súpersubvencionado. La presión fiscal desbocada que los españoles padecemos se utiliza, en gran medida, para pagar clientelas electorales y amigos divinamente colocados, algunos de por vida.
-Un Poder Ejecutivo que todos los presidentes han contribuido a reforzar en detrimento del Poder Legislativo y Judicial. Un Gobierno que ha invadido instituciones y hasta empresas privadas. La división de poderes y el control de los dirigentes por sus propios partidos brilla por su ausencia. Hay que agradecer la resistencia todavía de muchos jueces y fiscales para no convertirse en funcionarios chavistas a las órdenes del Gobierno.
«Frente al éxito de la Transición y su gran reconocimiento internacional, hoy España padece un enorme desprestigio de consecuencias gravísimas»
Frente al éxito de la Transición y su gran reconocimiento internacional, hoy España padece un enorme desprestigio de consecuencias gravísimas. Por si fuera poco, la política internacional, que es una cuestión de Estado, la decide por su cuenta el presidente del Gobierno para sorpresa, incluso, de sus propios partidarios.
Por ejemplo, con el Sáhara y Marruecos.
Se podrían añadir temas absurdos y contrarios a la convivencia como la parcial y revanchista memoria histórica. Otros temas estratégicos deberían estar fuera del debate político, como el agua, la energía, la educación o la inmigración.
Todo esto es percibido por la opinión pública desde hace décadas. No hay más que ver los sondeos del Eurobarómetro, en los que España ocupa el último lugar, entre 27 naciones, en estimación de nuestros partidos políticos. O el escaso afecto de los españoles por unas instituciones devaluadas e invadidas por el Poder Ejecutivo.
Se salva la Corona, último baluarte en defensa de España, de la Constitución y de las libertades.
Con este panorama, agravado por la Ley de Amnistía, los enriquecimientos groseros por las mascarillas y un nepotismo que afecta a esposas, hermanos, hijos y cuñados, es necesaria una solución. Necesitamos elegir nuevos políticos y proyectos que reviertan todos o parte de los problemas enunciados.
El desprestigio de la política en su conjunto es un gran error. El cambio de régimen por sí mismo no es una panacea si lo que hace es profundizar, ampliar los problemas existentes, como ocurrió en 1931.
La ruptura, en cualquiera de sus formas (la dictadura de Primo de Rivera o la República), fue una solución que llevó a empeorar los problemas.
«La experiencia de 1977 demuestra que la reforma produce efectos deseables, y la de 1931 prueba que la ruptura conduce al desastre»
Muchos intelectuales y filósofos de moda, ahora antipolíticos, son buscadores de la verdad y de la perfección. En 1923 y en 1931, Ortega y Gasset creyó en el regeneracionismo de Primo de Rivera y la solución de la República.
Aquel gran intelectual se arrepintió pronto de aquellas dos falsas soluciones. Como decía el Conde de Romanones: «De los intelectuales salen pocos buenos políticos; de los filósofos, ninguno».
A diferencia de los filósofos, los sacerdotes, los políticos responsables y los historiadores comprendemos las imperfecciones humanas. El ser humano no es perfecto, y la sociedad organizada en una nación contiene muchas contradicciones e intereses contrapuestos que sólo la política puede intentar resolver o sobrellevar, como ha puesto de manifiesto José Luis González Quirós en su libro La virtud de la política. La buena política es aquella que avanza en la virtuosa dirección de la inclusión y la estabilidad.
El Reino Unido, en la década de los 80 del pasado siglo, padecía problemas estructurales que conducían a los británicos a la ruina y a la irrelevancia. Margaret Thatcher supo rectificar el camino, seguido después por el primer ministro Major y el laborista Blair. El Reino Unido tendrá sus dificultades, como todas las naciones y organismos vivos. Pero, en un momento dado, emprendieron una rectificación que todavía perdura.
En Argentina, la opinión pública está tan harta del peronismo ruinoso que los argentinos han votado masivamente reformas liberales radicales con Milei, un personaje singular, fiel seguidor de la escuela austriaca de Hayek y Mises.
Siempre hay esperanza. Como dice el Génesis: «Vino la noche, llegó la mañana». Estamos en la noche y hay que intentar que el día llegue pronto con civismo, con políticos que rectifiquen las malas políticas excluyentes y ruinosas.
La experiencia dice que la reforma, como en 1977, produce efectos saludables. La antipolítica y la ruptura en la búsqueda filosófica de la perfección, sea en España en 1923 o en 1931, no fue beneficiosa. Sabemos que conduce al desastre.
Que le pregunten a los cubanos qué les ha ocurrido después de 1959.
*** Guillermo Gortázar es historiador y autor del libro ‘Un veraneo de muerte. San Sebastián 1936’.