El camino a la paz será irreversible cuando se desvele que algunos pretenden salvar el proyecto de ETA sin ETA; cuando la gran mayoría asuma que la historia de violencia nunca tuvo justificación; cuando quede claro que no puede existir un tiempo post-ETA en el que estén vigentes los principios que constituían su proyecto político.
El camino irreversible a la paz, nos dicen. Porque la izquierda radical nacionalista ha tomado las riendas del proceso. Conviene hacer algo de memoria, saber de dónde venimos para que el camino futuro sea el correcto. El camino a la paz es irreversible porque un día Rodríguez Zapatero, entonces líder de la oposición, ofreció al PP y al Gobierno de Aznar un pacto para la lucha antiterrorista. Y de esa oferta surgió el pacto por las libertades y contra el terrorismo.
El camino a la paz es irreversible porque la firma de ese pacto supuso crear el contexto en el que el mito de que ETA era imbatible comenzó a caer, y con la caída de ese mito, ETA perdió su palanca fundamental contra la sociedad vasca: si era imbatible, no había más salida que la negociación política. Sin ese mito, todo era cuestión de tiempo, que ha corrido, y está corriendo muy rápido.
El camino a la paz es irreversible porque la mayoría de ciudadanos vascos ya no se pregunta, gracias a lo dicho, si se puede acabar con ETA, sino cuándo y cómo se va a producir su desaparición. El camino a la paz es irreversible porque desde el momento citado el Estado actúa decidido contra ETA, con todos sus medios, dentro de los límites marcados por el derecho y las leyes, pero sin otro condicionamiento, esté el nacionalismo vasco de acuerdo o no.
El camino a la paz es irreversible porque desde entonces las fuerzas de seguridad han actuado de forma muy profesionalizada, con gran conocimiento de causa, con la colaboración internacional incondicionada, habiendo sido capaces de debilitar operativamente a ETA de una forma muy significativa.
El camino a la paz es irreversible porque, en la secuencia del pacto por las libertades y contra el terrorismo, se aprobó la Ley de Partidos políticos, lo cual colocó al mundo ETA/Batasuna ante la disyuntiva de renunciar a la violencia terrorista o renunciar a la participación institucional. Como ese mundo no fue capaz de decidirse, porque quería continuar en ambos planos, Batasuna, y todas sus marcas, han ido siendo expulsadas del juego democrático.
El camino a la paz es irreversible porque a la caída del mito de la imbatibilidad de ETA se le ha sumado su situación de fuera de juego en la actividad democrática institucional, con lo que la debilidad de ETA se ha acrecentado de forma significativa. La disyuntiva de tener que optar o por el terrorismo o por la política ha hecho mella, está haciendo mella en el mundo ETA/Batasuna, aunque parece que ETA se resiste aún a extraer las consecuencias debidas.
El camino a la paz es irreversible porque, en el tiempo que va transcurriendo desde la firma del pacto por las libertades y contra el terrorismo la mayoría de la sociedad vasca no sólo se ha liberado de la creencia que la encadenaba a una negociación imposible con ETA, porque la creía imbatible, sino que se ha ido distanciando de forma creciente de los supuestos que alimentaban la justificación de la violencia terrorista.
El camino a la paz es irreversible porque las víctimas de la historia de terror de ETA han conseguido, con tremendo esfuerzo, ser visibles en la sociedad. El debilitamiento creciente y estructural de ETA y de su entorno Batasuna ha ido en paralelo con la fuerza creciente que han adquirido las víctimas, la memoria de las primarias -los asesinados por ETA- y la subsiguiente de quienes quedaron marcados en vida por esos asesinatos.
El camino a la paz es irreversible porque la memoria de los asesinados no deja de plantear la legitimidad del proyecto político que motivó, justificó y causó su asesinato. El camino a la paz será irreversible cuando esa pregunta reciba una contestación adecuada.
El camino a la paz es irreversible porque cada vez está más clara la raya que separa la democracia del terror: después de muchos esfuerzos la mayoría de los ciudadanos vascos sabe que no se puede negociar la paz por conquistas políticas. Aunque no se diga tan explícitamente, la mayoría de la sociedad vasca sabe que no se puede plantear la asunción de un determinado proyecto político -autodeterminación y territorialidad- a cambio de la paz como lo hacía el plan Ibarretxe.
El camino a la paz es irreversible porque la sociedad vasca cree poder tocar ya con los dedos de la mano el fin de ETA. Esa esperanza es el mayor enemigo de ETA, al igual que la creencia de que era imbatible era su mayor fuerza. Las tornas han cambiado radicalmente porque el Estado y muchos ciudadanos han actuado decididamente para que ello sucediera. Aunque seguimos corriendo el peligro de creer que todo está acabado y no queda nada por hacer.
En ese sentido, el camino a la paz será irreversible cuando quede al descubierto el esfuerzo que algunos están haciendo de salvar el proyecto de ETA sin ETA y su terror. Cuando la gran mayoría de ciudadanos vascos asuma que la historia de violencia terrorista de ETA nunca tuvo explicación ni justificación alguna. Cuando quede claro que no puede existir un tiempo post-ETA en el que sean vigentes los principios que constituían el proyecto político de ETA.
El camino a la paz es irreversible porque es el camino a la libertad de los vascos, porque es el camino al Estado de Derecho. El camino a la paz será irreversible cuando aprendamos que en democracia la única identidad que importa es la identidad política que se basa en los derechos ciudadanos y en las libertades fundamentales, que son universales. Cuando aprendamos que lo que importa en democracia no es ni el sentimiento, aunque sea el sentimiento de pertenencia, ni la identidad lingüística o cultural, así como no importa ni el interés económico ni la creencia, o increencia, religiosa: nada de todo esto puede ser condición para ser sujeto de los derechos políticos de ciudadano.
No será un camino a la paz, y a la libertad sobre todo, si el tiempo post-ETA es un tiempo en el que el territorio y la identidad vengan marcados por la lengua, la cultura, la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia, en lugar de venir marcados por el derecho y las leyes. Aquéllos pueden tener su sitio y su función sólo si están sometidos a éstos.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 16/9/2010