En la terraza del Café Gijón había este domingo una señora estirada, elegante, con labios inflamados por el bótox y gesto de sorpresa. Miraba sin pestañear la manifestación de agricultores, cazadores y ganaderos que se ha celebrado esta mañana en Madrid, mientras, a pocos metros, una fila de diez hombres, con petos naranja, botas de cazador y navajas multiuso en ristre, comían el bocadillo y bebían cerveza.
Se podía imaginar a la mujer, pizpireta, hacer una aguda asociación de ideas mientras observaba a un par de vareadores después de recibir en su mesa un aperitivo de aceitunas. Del campo al camión, del camión al bote y del bote al platillo de cerámica. Brillante.
«El siglo XVII se ha manifestado esta mañana en Madrid», escribía uno de los mejores representantes de la izquierda malasañera tras observar una fotografía de cuatro manifestantes a caballo, uno con sombrero cordobés y el resto, con boina castellana. El de la derecha portaba la bandera de España y eso siempre es revelador para quienes no logran contener sus manías.
En la protesta marchaban aquellos a los que alguno ubica en el siglo XVII, quizás porque desconoce que en la España vacía también se vende suelo radiante e incluso se puede conducir un tractor con un iPhone 13 sin que nadie se lleve las manos a la cabeza
Pero bueno… hay quien se puso gafas y se volvió pedante para dar el pego. O eso parece. Porque de lo contrario podría deducir que lo que se ha visto hoy en Madrid también forma parte del siglo XXI. De hecho, es común allá donde sus ojos no llegan y también tiene derecho a manifestarse. Incluso sin recibir la mirada escrutadora de esa intelectualidad vacía que camina agarrada al bolsillo de un líder político y que, por fortuna, es menos numerosa en estos tiempos nuestros que la gente que vive y trabaja el campo.
Los chalecos amarillos –los transportistas– y los naranjas han iniciado una serie de movilizaciones en los últimos días para hacer visible su malestar. Y como ocurre en este tipo de actos, lo interesante y revelador siempre se halla a partir de la segunda pancarta de la manifestación. Es decir, tras la de los convocantes. Ahí se ha visto esta mañana a hombres, mujeres y niños que trasladaban al Gobierno su malestar por las normativas que perjudican la actividad económica de ‘La España Vaciada’, como la Ley de Bienestar Animal.
También portaban mensajes que atestiguaban sus dificultades por la sequía, por el aumento del precio de los cereales que comen los animales; o por el incremento del coste de la electricidad y el combustible. Había ganaderos que hacían sonar grandes cencerros a golpe de cintura; apicultores, agricultores, cazadores, pescadores, regantes… y un sinfín de pancartas de asociaciones de todo tipo. Desde la Federación Española de Caza hasta el colectivo de defensores de la perdiz de reclamo.
En el recorrido, que comenzaba en la Estación de Atocha, se veían tractores como tanques, un burro, gallinas, caballos, perros de caza, tipos vestidos con ropa de montería y camuflaje, gaiteros… Era un compendio de lo que representa actualmente el sector primario y del folclore del interior. Marchaban aquellos a los que alguno ubica en el siglo XVII, quizás porque la costumbre de engordar animales o trabajar la tierra le resulta demodé. O quizás porque desconoce que en la España vacía también se vende suelo radiante e incluso se puede conducir un tractor con un iPhone 13 sin que nadie se lleve las manos a la cabeza.
El proceso siempre es el mismo: primero se niega la legitimidad y el enfado de quien protesta, después se pierden elecciones y, al final, se apela a la alerta antifascista o se denuncia el incremento del extremismo
Ni los sindicatos de clase ni la izquierda política se han adherido a esta manifestación. Es otra de las marchas que atribuyen a la ultraderecha, que es ese cada vez más extenso territorio donde se ubica a todo aquel que no comulga con el discurso oficial de Moncloa ni con su programa ideológico. Eso ofrece una idea bastante exacta de aquello en lo que se han convertido el PSOE, Podemos y sus sindicatos satélites. Sólo reconocen el malestar y escuchan a los descontentos cuando les conviene. Ése es su concepto de la igualdad: el de la división maniquea de los ciudadanos. Y ése es su respeto a la «España Vaciada».
El proceso siempre es el mismo: primero se niega la legitimidad y el enfado de quien protesta, después se pierden elecciones y, al final, se apela a la alerta antifascista o se denuncia el incremento del extremismo. O se compara a los chalecos amarillos y naranjas con los Camisas Pardas.
Quien haya acudido este domingo a la manifestación de Madrid habrá podido observar una realidad muy distinta. Al menos, detrás de la primera pancarta, donde había 150.000 personas que han trasladado dentro de la M-30 lo que se niegan a ver aquellos que viven allí y no saben ver más allá de ese lugar. O los que residen en burbujas ideológicas nacionalistas o socialistas, que son sectarias y carcomen todos los espacios en los que se extienden.
Lo de hoy era un puñetazo encima de la mesa del campo en la ciudad. El grito de muchos sectores que quien no escuche ahora lamentará en el futuro, pues esta España no está vacía ni es tan pequeña como los miopes periodísticos proclaman.