Editorial-El Correo

  • El fracaso en la elección de Merz en la primera votación se solventó en horas pero estremeció a una Europa que ansía una Alemania fuerte

La debilidad que arrastra Friedrich Merz a lo largo de su vida política le acompañó también ayer, en el que debía ser su momento de gloria. El dirigente que necesitó tres asaltos para llegar al liderazgo de su partido, y devolvió a los conservadores al poder en las elecciones del pasado febrero con un resultado por debajo de las expectativas, tuvo que sufrir la humillación de fracasar en el primer intento de ser elegido canciller federal de Alemania. La ajustada mayoría de la que dispone la coalición entre la CDU/CSU y el SPD, que la víspera habían suscrito su acuerdo de gobierno, tenía que convertir en un trámite la votación en el Bundestag; que debía ser única, como la que superaron sus diez antecesores desde la Segunda Guerra Mundial. No habría que descartar un exceso de confianza en formaciones veteranas que, de hecho, enmendaron la debacle en unas horas, conscientes del daño irreversible que les habría acarreado prolongar durante días un vacío en la cancillería.

El éxito en la segunda votación, sin embargo, no borra los destrozos del comienzo de andadura de Merz. Aunque nunca llegue a saberse quiénes le negaron su apoyo inicial, desde sus propias filas, las socialdemócratas o ambas, la impresión de descoordinación y desconfianza mutua acompaña ya a los socios del Ejecutivo de Berlín. Ya podía intuirse que la enorme inversión anunciada en seguridad e infraestructuras perturba a los más conservadores guardianes de la rectitud fiscal. Y que el endurecimiento de la política migratoria escuece en sectores socialdemócratas. Por eso la prioridad es empezar a trabajar para ganar crédito entre los alemanes, recuperar el crecimiento y convertir el estremecimiento que ayer sacudió a Europa en el liderazgo fuerte que el país dilapidó durante los tres años de Olaf Scholz.

Instalar a Merz en el poder obligó a la CDU/CSU a recabar la ayuda de Los Verdes y La Izquierda heredera de los antiguos comunistas. Un entendimiento que puede marcar el camino para afrontar una legislatura tan incierta en el plano internacional, con desafíos como la guerra en Ucrania o la desestabilización desde EE UU. Y también mostrar al Kremlin o a la Casa Blanca, pero sobre todo dentro de casa, que solo se autoexcluyen de la vida política las formaciones que persiguen reventar la democracia. Una tarea exigente para un canciller frágil, que sumó al bochorno de su severo traspiés la presencia de su archienemiga Merkel en la tribuna de invitados.